A los diez años de fundada por De Clouet la colonia “Fernandina de Jagua” y a súplicas suyas le concedió “ Don Fernando VII por la gracia de Dios , Rey de Castilla etc…” residente a la sazón en Araujuez, en 20 de mayo de 1829, el Título de Villa de Cienfuegos por ser el paraje más adecuado de aquella población, como para perpetuar en la propia colonia el apellido del digno Capitán general de la Isla que fue Don José Cienfuegos, ya difundido, autor y protector de tan útil establecimiento, etc”.
Aquel grupo de colonos escogidos para fomentar la población de la costa de la anchurosa y espléndida bahía de Jagua una vez establecidos, construidos sus bohíos y empezada a cultivar la tierra , dieron comienzo tanto por vía de recreo como por el natural deseo de conocer cuanto les rodeaba, así como obtener los útiles productos de la pesca y la caza , excursiones y paseos por la extensísima bahía, rival de la de Nipe, visitando sus puntas, ensenadas, cayos, ciénagas y remontando sus ríos, hallando por doquier motivos de admirarse y sentirse satisfechos del lugar incomparable que habían ido poblar. No eran por cierto los primeros pobladores.
Antes de ellos habían vivido allí, por innumeras generaciones, los indios siboneyes desaparecidos por los rigores de la colonización que no supo tener en cuenta la idiosincrasia de aquella gente sencilla no acostumbrada al trabajo rudo. Como raza primitiva, al desaparecer no dejó más vestigios que el recuerdo de sus costumbres, de su idioma y de sus tradiciones.
Uno de los cayos que primero visitaron los colonos, fue el denominado Cayo Loco, llamado también Cayo Guije, situado dentro del mismo puerto. Se supone que dicho cayo ha sido formado por los residuos de tierras y vegetales arrastrados en las corrientes y avenidas de los ríos, ayudadas por el flujo y el reflujo del mar, y los vientos reinantes. Tal por lo menos parece ser su formación según la ciencia. La explicación de la tradición siboney es muy distinta.
Recordará el lector la leyenda de Guanaroca. Hamoao, el primer hombre , por celos encerró a su tierno hijo Imo o Imao dentro de un guiro, que colgó de un árbol. Cuando la madre, Guanaroca, la primera mujer descubre el guiro, se le cae de las manos, saliendo de él varios peces y tortugas de diverso tamaño. Los peces se convirtieron en los ríos que desembocan en la gran bahía de Jagua, la tortuga mayor en la península de Majagua y las demás en los diversos cayos. El carey o tortuga mayor, en la lucha con un gran pez o monstruo marino, hubo de perder la pata izquierda, que ya desprendida, flotó en el agua y se convirtió en “Cayo Loco” . Entre la explicación geológica y la mitológica, queda la libertad el lector de escoger la que mas se acomode a sus gustos e inclinaciones.
Una sorpresa les estaba reservada a los colonos cuando por primera vez visitaron a Cayo Loco. Encontraron viviendo en el una mujer negra, en plena juventud, sin mas vestidos que los que le dio la próvida naturaleza. Era de formas irreprochables, y las líneas de su cuerpo tan perfectas, que el artista mas exigente la hubiera considerado como un modelo de belleza femenina.
Fue tal el efecto estético que su aspiración causo entre aquellos colonos que la bautizaron con los nombres de “La Venus Negra” y “La Belleza de Ébano”, generalizándose, más el primero. A la vista de los colonos, huyó la mujer, no por pudor sino por miedo. Corrieron tras ella, logrando darle alcance, pero a cuantas le hacían permanecía sin responder, mirándoles con sus grandes ojos espantados. Creyeron al pronto que no entendía los idiomas en que se le interrogaba, pero mas tarde pudieron convencerse que no hablaba por que era muda.
Aunque era la única moradora de aquel Cayo, y a nadie tenia que agradar, como no fuera a ella misma, adornada su ésplendida desnudez – mujer al fin – con collares y pulseras formados por sartas de semillas de bejucos y árboles y de conchas y caracoles marinos. Hemos dicho que vivía solitaria y la expresión no es del todo exacta. Tenía dos alas compañeras: una garza azul y una paloma blanca, de tal modo domesticadas, que a todas partes con ella iban, pasándose generalmente en sus hombros la última , sirviéndole de avanzada la primera. Y era curioso ver como las graciosas aves sacudían las alas alargando el cuello ponían el pico en la boca de su ama, como una muda acaricia.
Uno de los colonos movido a compasión llevo a su casa a la Venus Negra, diole de comer y le proporciono vestidos. El hombre pensó que como recompensa a su acto compasivo, la hermosa negra, complaciente haría los trabajos que se le ordenaran; que es cosa bastante común que tras una aparente filantropía se oculte el egoísmo y se preste un favor con miras a la recompensa.
La Venus Negra, que había nacido para vivir libre y sin trabas en plena naturaleza, al verse cautiva con el pretexto de hacerle un bien, no pudiendo protestar con la palabra, lo hizo con los hechos, que es protesta todavía más elocuente. Acurrucada en cualquier rincón, allí estaba horas y más horas, negada pasivamente a levantarse, a trabajar y a comer.
Pasaban los días, enflaqueciendo de manera alarmante, y ante el temor de que pereciera de hambre, el colono la llevó de nuevo a Cayo Loco, para que continuara viviendo allí en libertad, en compañía de sus fieles y aladas compañeras, alimentándose de frutas silvestres y de pájaros que con habilidad cazada, cangrejos, ostras, almejas y otros mariscos que pródiga la playa le suministraba.
Cuantas veces los vecinos de Cienfuegos intentaron llevar a la Venus Negra a la vida civilizada, albergándola en sus casas y facilitándole vestidos, otras tantas se repitió su obstinada negativa de trabajar y de comer, por lo que acabaron por no molestarla, dejando que viviera como le diera su gana, reina y señora del solitario Cayo, teniendo por únicos súbditos a la garza azul y a la blanca paloma.
No es la Venus Negra uno de esos personajes de leyenda, más fingidos que reales, creados por la fantasía popular. La Venus negra fue un ser de carne y hueso, y de su existencia dan fe, entre otras personas, Don Pedro Modesto Hernández, el cienfueguero más conocedor de las pasadas y presentes de su amado terruño, y a quien debemos las noticias y datos que nos han servido para la publicación de este libro.
Cuenta Don Pedro Modesto que allá por el año de 1876, siendo él niño, una tarde mientras desalojaba un gran convoy militar, entro sigilosamente en su casa una mujer negra, ya anciana. Su cabellera parecía una enorme mota de blanco algodón. Iba completamente desnuda , llevando solo un collar de cuentas azules, rojas y blancas.
Los familiares de Don Fernando, le proporcionaros vestidos que ella rehúso, teniéndose que recurrir a la fuerza para que se cubriese. Se le sirvió abundante y variada comida, absteniéndose de los alimentos condimentados y devorando con pasmosa rapidez plátanos, yucas y boniatos sin cocer. De buen grado dejaron que allí pasara la noche, y a la mañana siguiente, cuando fueron en su busca, hallaron solo los vestidos.
Llevó únicamente su gran collar de cuentas, prenda que consideraba digna de su cuerpo. Aquella mujer era la Venus Negra, a quien los años habían despojado de su juvenil belleza. Fue la última vez que se la vio. Desapareció misteriosamente y no se supo nunca más de ella. Hoy la Venus Negra se ha convertido en un personaje de la leyenda, que encarna la muda protesta contra la esclavitud del negro.
Es además la afirmación del ser salvaje que ama la libertad y no se acomoda a las trabas de la civilización. La fantasía popular, siempre poética y creadora afirma que la Venus Negra, en las noches sin luna , y con preferencia en las lluviosas que es mas segura la soledad y el silencio, abandona su desconocido retiro y vaga por los patios abandonados, por las calles solitarias, llevando consuelo a los desvalidos y sueño reparador a los que padecen.
(Tomado del Libro: “Tradiciones y leyendas de Cienfuegos”, de Adrián del Valle, 1919.)
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