La india maldita

Había una hermosa india llamada Iasiga. Legítima esposa de un laborioso Siboney conocido por Maitio. Vivían los dos en santa paz y buena armonía, muy de tarde en tarde alteradas por ligeras nubes que empañaban el cielo de la felicidad doméstica. Mientras él se ausentaba para dedicarse a la caza y a la pesca, ella preparaba la comida, cuidaba la siembra, tejía redes y jabas, cumplía todas las obligaciones de una mujer hacendosa. Iasiga era de temperamento ardiente y apasionado.

Amaba a su marido, pero no tanto que solo tuviera ojos para él. Y tanto era así, que la primera vez que vio Gaguiano, un apuesto siboney amigo de catar la fruta del cercado ajeno, sintió por él pasión tan abrasadora, que olvidando al confiado Maitio, se entregó sin resistencia, gustando sin tasa los placeres del amor vedado.

Muchas tardes al regresar Maitio, notaba la ausencia de su esposa, quien al volver se disculpaba diciendo que había ido a ofrendar al fruto del bagá a sus familiares muertos, cuando lo cierto era que volvía de sus ilícitas correrías. Todo tiene un fin en el mundo, y lo tuvo la confianza de Maitio.

Camino a su bohío al atardecer de cierto día, sospecha cruel mordió su alma candorosa. Al llegar al desierto hogar, no se limitó a esperar paciente. Preguntó por Iasiga a los vecinos, que le informaron haberla visto pasar con una batea de bagá, seguro indicio de que iría a visitar a los muertos. No se tranquilizó Maitio. Fue a la cercana orilla y embarcó en su piragua, dirigiéndose al caney.

Desde lejos divisó, en la playa, una pareja en eterno coloquio. El corazón le dio vuelco. Temía que la sospecha se convirtiera en cruel realidad. Bogó con redoblado esfuerzo y al fin logró desembarcar sin ser visto. Avanzó con cautela y de improviso se presentó a los desprevenidos y confiados amantes, que no eran otros que Iasiga y Gaguiano. Huyó el amante, cobarde, y del pecho de ella se escapó un grito de angustia.

Maitio contraído el rostro por el dolor, se acercó y le dijo con ronca voz:

– Mil veces maldita seas mujer perjura. Que Mabuya castigue tu infidelidad, condenándote a vagar eternamente por costas, sin esperanza de descansar ni de inspirar compasión.

Al instante fue trasformada la infiel Iasiga en monstruo marino, que se aparece de tarde en tarde, muda, triste y suplicante, a los pescadores solitarios, que en sus botes, piraguas o cachuchas, libran en el mar la subsistencia. Así por lo menos lo asegura la leyenda. No falta en la actualidad quien crea que realmente existe el origen de la tradición y suponen unos que sea el manatí que viene la aguas del Jucaral, o alguna enorme tortuga o carey que penetra en la bahía de Jagua.

(Tomado del Libro: “Tradiciones y leyendas de Cienfuegos”, de Adrián del Valle, 1919.)

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