José de la Paz: un hombre que pinta asombros

Jose de la paz

Jose de la pazPor: Melissa Cordero Novo.
5 de enero de 2012.

Camina por la ciudad sin hacerlo. Está con los ojos abiertos. No pestañea. Apenas se inclina cuando el aire bate fuerte sobre las esquinas. Siempre en colores y mirándote, siempre firme y mirándote; sin importar los contratiempos, o la lluvia, o las miradas que no lo advierten por difícil que sea.



Y es que cada cartel, valla o lumínico, no son más sino él mismo diseminado, no son más, sino pedazos de su cuerpo que abandonó para colgar en las mejillas de Cienfuegos.

Es novio eterno de la ciudad, y durante noches y días cualesquiera, preparó decenas de adornos para regalarle, y ella sonrió tanto al verlos, fue tan feliz, que ya jamás los abandonó, no se despojó de ellos ni en los malos tiempos. José Domingo de la Paz Texier viste de galas desde que una tarde, la Perla lo aceptó como esposo. Y a lo largo de ese matrimonio, Pepe se ha encargado de diseñarle hasta el cansancio cada ornamento, cada pieza, cada aderezo que la ha hecho brillar desde entonces.

Todo empezó cuando tenía 14 años: «en 1958 comencé a trabajar en la unidad de lumínicos. Era un negocio particular, donde laboraban mis tíos, mi padre y mi hermano como pintores. Allí me inicié, aunque no me reconocieron como trabajador hasta dos años después. En 1964 fue intervenida por el gobierno revolucionario y pasó a ser la Unidad de Propaganda del Partido, pero nosotros continuamos allí, donde he estado toda mi vida».

Pepe ama al diseño y habla de él con tanta pasión, que los carteles y maquetas que cuelgan en su oficina parecen abrazarlo, y él a ellos. Y un mejunje de colores se suspende en el aire y hasta me pinto yo de azules y amarillos, y rojos y violetas. «Estudié diseño en el Chalet de Valle, que en aquella época era la Escuela de Arte; y allí me gradué como especialista en pintura. Tuve la tremenda oportunidad de ser alumno de Mateo Torriente». Y aprendió de un maestro para serlo con fidedigno ímpetu.

Otra de sus pasiones es el mar, las acuarelas y su familia, de ninguno deja de hablar, ni en las pausas. «Ya en la década del 70 comencé con el diseño de carteles, sobre todo de los artesanales que poseen un alto valor estético, esa fue la época dorada de la cartelística en Cienfuegos; hasta aproximadamente el año 1989. También en ese tiempo pasé a estar al frente del equipo de diseño de la Unidad de Propaganda, donde desarrollamos, además, diplomas y divulgación política».

Pero el trabajo por el cual es más reconocido José de la Paz es por las vallas, sí, esa que usted degusta al final del Malecón con el Bárbaro del Ritmo a la derecha, o esa otra situada justo en la esquina de Prado y San Fernando donde parece que el Che fulgura. «En el ’76 se nos ocurre hacer unas vallas a las cuales llamamos panorámicas, porque el diagrama, en la mayoría de los casos, era curvo. Construirlas quedó como un acuerdo en la asamblea de balance del Partido ese año, y a partir de ahí comenzó una producción para toda Cuba. La que aparece a la entrada del Campamento Ismaelillo fue inaugurada por el Comandante en Jefe Fidel Castro.

«Y todo comenzaba con miles de garabatos en un papel -recuerda de la Paz, mientras sonríe-, hasta que salía el boceto, luego lo construíamos con cajas y después se hacía a gran escala. Lamentablemente ya quedan muy pocas, o casi ninguna.

«Para mí es un orgullo tremendo poder recibir a los visitantes, o despedir a los que se marchan de la ciudad, mediante las vallas. Me gusta mucho la de Benny Moré, esa dice: ‘Cienfuegos es la ciudad que más de gusta a mí’, bueno, a mí también me encanta, por eso casi todo lo que hago es para ella, en la pintura, en los carteles, en las vallas, siempre».

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