Guanaroca

Al Sudeste de la hermosa bahía de Cienfuegos, se extiende una laguna salobre, en la que derrama parte de sus aguas el río Arimao. Es la laguna de Guanaroca, en cuya tersa superficie se refleja la pálida luna, la dulce Maroya de los siboneyes, productora del rocío y benéfica protectora del amor.

Según la leyenda siboney, la laguna de Guanaroca es la verdadera representación de la luna en la tierra. ¿Conoces la poética tradición, lector? Tiene sabor agreste y primitivo, muy propio de las sencillas creencias de hombres que vivían en contacto directo con la naturaleza bravía, exuberante y cálida.

En los tiempos más remotos, Huion, el sol, abandonaba periódicamente la caverna donde se guarecía para elevarse en el cielo y alumbrar a Ocon, la tierra, prodiga y feraz, pero huérfana todavía del humano ser. Huion tuvo un deseo: crear al hombre, para que hubiera quien le admirara y adorase, esperando todos los días su salida, y viese en él al poderoso señor del calor, la luz y la vida.

Al mágico conjuro de Huion, surgió Hamao, el primer hombre. Ya tenía el astro rey quien lo adorara, lo saludara todas las mañanas con respetuosa alegría desde los alegres valles y altas montañas. Esto le bastaba a Huion y no se preocupó mas de Hamao, a quien el gran amor que por su creador sentía, no bastaba a llenarle el corazón. Veíase solo, en medio de una naturaleza espléndida, dotada de una vegetación exuberante, poblada de seres que se juntaban para amarse.

En medio de la universal manifestación de vida y amor, sentía Hamao languidecer su espíritu y le afligía la inutilidad de su vida solitaria. La sensible y dulce Maroya, la luna, compadecióse de Hamao, y para dulcificar su existencia, dióle una compañera, creando a Guanaroca, o sea, la primera mujer. Grande fué la alegría del primer hombre. Al fin tenia un sér con quien compartir goces y penas, alegrías y tristezas, diversiones y trabajos. Los dos se amaron, con frenesí, con inacabable pasión, sin saber todavía lo que era el hastío. De su unión nació Imao, el primer hijo. Guanaroca, madre al fin, puso en el hijo todo su cariño, y el padre, celoso, creyéndose preterido, concibió la criminal idea de arrebatárselo.

Una noche, aprovechando el sueño de Guanaroca, cogió Hamao al tierno infante y se lo llevó al monte. El calor excesivo y la falta de alimento, produjeron la muerte de la débil criatura. Entonces el padre, para ocultar su delito, tomó un gran güiro, hizo en él un agujero y metió dentro el frío cuerpo del infante, colgando después el güiro de la rama de un árbol.

Notando Guanaroca, al despertar, la ausencia del esposo y del hijo, salió presurosa en su busca. Vagó ansiosa por el bosque, llamando en vano a los seres queridos, y ya, rendida por el cansancio, iba a caer al suelo, cuando el grito estridente de un pájaro negro, probablemente el judío, hízole levantar la cabeza, fijándose entonces en el güiro que colgaba en la rama del próximo árbol.

Sea por la innata curiosidad que ya se manifestaba en la primera mujer, o por un extraño presentimiento, Guanaroca sintióse compelida a subir al árbol y coger el güiro. Observó que estaba perforado y con espanto creyó ver en su interior el cadáver del hijo adorado. Fue tan grande el dolor y tan intensa la emoción, que se sintió desfallecer y el güiro se escapó de sus manos, cayendo al suelo; al romperse vio con estupor que del güiro salían peces, tortugas de distinto tamaño y gran cantidad de líquido, desparramándose todo colina abajo.

Acaeció entonces el mayor portento que Guanaroca viera: los peces formaron los ríos que bañan el territorio de Jagua, la mayor de las tortugas se convirtió en la península de Majagua y las demás, por orden de tamaño, los otros cayos. Las lagrimas ardientes y salobres de la madre infeliz, que lloraba sin consuelo la muerte del hijo amado, formaron la laguna y laberinto que lleva su nombre: Guanaroca.

(Tomado del Libro: “Tradiciones y leyendas de Cienfuegos”, de Adrián del Valle, 1919.)

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