Tensos ante la posibilidad de que la tormenta acosase a Cienfuegos, visionando incesantemente los partes meteorológicos, se llegó a deliberar sobre una postergación de la XV Bienal Internacional de Arte de La Habana en Cienfuegos. Empero, ocurrió el milagro y avanzando la mañana el astro monarca lució su pelambre rubia y nos trajo la savia al cuerpo.
La Bienal cienfueguera sería una realidad; los sueños que por más de un año e intensos esfuerzos en el ruedo preservaban trece creadores del Taller de los Artistas de La Mar con el propósito de visibilizar los potenciales del gremio, al que se sumaron 68 estudiantes de la Escuela de Arte Benny Moré, seis bailarines de la ENA (Santa Clara), y dos actores del Consejo de las Artes Escénicas de la localidad.
Finalmente sucede, poco antes de concluir el evento en la capital cubana, la muestra grupal La simplicidad: numen y elección, que colocara a la ciudad como subsede del más intenso acontecimiento de las artes visuales en la isla. En esta oportunidad los sureños plagaron la tradición de anteriores propuestas (2019-2025) tratando de motear las prácticas y entibos desde una perspectiva coral, no como una sumatoria de proyectos individuales, sino a modo de textos convergentes, topados por un mismo designio, con un itinerario secuencial. La sugerida voz grupal contempla la participación de cultores de todas las variantes etarias (entre 10 y 70 años) y cierto espíritu de democracia.

La Bienal en Cienfuegos se distinguió por su eje aglutinante, toda vez que conectó al recién fundado Taller de los Artistas con el resto de la comunidad de creadores (el colectivo de las artes plásticas, las academias de arte, el movimiento de artistas aficionados, etc.), preconizando las funciones sociológicas y comunicacionales ingénitas a toda producción artística. Claramente, los bastimentos de la muestra (que transitara el tiempo y el espacio, como una suerte de travesía) no fueron una camisa de fuerza en torno a los temas (cada hacedor tuvo libertad para escoger los tópicos que le seducen o emocionan); si bien fue inducida, en términos discursivos, para conseguir la sinergia, organicidad e identidad de la exposición: la simplicidad, el minimalismo expresivo como leitmotiv, tal cual se sugiere en el documento base, concebido por este articulista.
Kristen Cox ha manifestado que nuestro mundo es dominado por culturas organizacionales que tienden a empoderar la complejidad y esta filosofía igual pudiera percibirse en los discursos del arte contemporáneo (aunque algunos investigadores aseveran que la simplicidad se está convirtiendo en tendencia en el mercado del arte). La mayoría de los fabuladores aman lo complejo y sofisticado, olvidando que lograr el máximo grado de simplicidad es mucho más arduo.
El proyecto se empeñó en redimir, de modo flexible y diverso, el protagonismo de la simplicidad como arteria discursiva, sin que los artistas traicionen sus asideros topiculares o signos estilísticos, aunque las obras estarían condicionadas por el criterio de la simplicidad (presuntamente convertido en tema e ilación de la muestra), que se traduce como una renuncia a lo exuberante, barroco, a las estructuras complejas.

La simplicidad…, que es un tema y simultáneamente una filosofía de arte, se erigió en este proyecto desde una obvia situación problémica: la corrupción de los discursos. La exuberancia como una forma de vacío. En un sistema donde el fraude es parte habitual del mercado del arte, no podíamos menos que clamar por la noción de la sencillez, la posibilidad de devolver a los públicos el derecho de interpretar (sin oscuras mediaciones) la esencia de la obra artística.
La simplicidad… (un sistema de obras donde emergen series, trípticos, conjuntos, etc.) resultó una conexión de motivos contrapuestos en sus enunciados, de formatos liberados (se le permitió a los autores elegir las dimensiones de sus textos visuales), de disciplinas y técnicas múltiples, que debían signar la poliédrica del proyecto, su diversidad en la unidad. En el registro de la muestra figuraron: la pintura, escultura, instalación, muralística, intervención pública, el dibujo, video arte, la performance, etc. Igual, expresiones que signan la interdisciplinariedad en la justa, al modo de la música, el teatro, la danza y los audiovisuales.
La asistencia de un público vasto constató el entusiasmo de los cienfuegueros por las artes visuales. Cientos de personas se situaron próximos al Taller de los Artistas de La Mar y conectaron con el performance (In) comunicándonos, que versara en torno a la tecnofilia, al uso excesivo del celular y cuánto afecta a las relaciones interpersonales. Este texto procesual, que se construyera desde una dimensión metafórica, fue bien ejecutado por los estudiantes del proyecto Vía Directa II (el grueso de la carrera de artes visuales y varios instructores de la especialidad de instructores de artes plásticas), con la colaboración de la banda de la Escuela de Arte Benny Moré, dirigida por la sagaz Bronia Mejías. Al mismo tiempo, el asidero para que los públicos acogieran los primeros sentidos de “nuestra Bienal”, previo a la inauguración de la muestra en la entrada del Taller de los Artistas de La Mar, igual asistida por las autoridades culturales y gubernativas de Cienfuegos.

Los asistentes presenciaron (en la galería del lobby) una muestra de pequeño formato, igual estructurada desde el concepto del minimalismo expresivo, en la que primaron los entibos filosóficos y estéticos de los artistas: un Irving Torres subrayando la soledad y los riesgos del mundo contemporáneo (La balanza, Epidemia); Yunier Hurtado experimentando con material reciclable y el arte óp., a través de una tierna escena de padre e hijo (Óp. Man); el incansable Edgar González centrado en dos instalaciones que insisten en el metal, la madera y el lienzo en tanto materias, el juego con los contrasentidos (De derecha a izquierda, Presión por gravedad); Raúl Cué y su mutable relato abstracto, esta vez reconfigurado desde la geometría y los ambiguos formalismos que sugieren la urbanidad (de la serie Focus); Elías Acosta explorando la somática de la naturaleza en tonos abstractivos, tornando al dibujo y la mesura del color (Fitomórfico); Ángel Fernández Quintana (Ández), autor del cartel de la exposición, quien rindió un homenaje al pintor neoplasticista neerlandés Piet Mondrian; y el escultor y dibujante Vladimir Rodríguez filosofando con la serie All You Need is Love, en las que el icono del lápiz asumió simpáticos itinerarios visuales, especialmente en la instalación donde recreara a un dron de gran escala (la obra de mayores extensiones de la bienal sureña), clara referencia al entorno beligerante de la era actual. Estos relatos prescindieron de los contextos (lo que aportó cierta noción universal), focalizando directamente los temas con un mínimo de recursos expresivos, frecuentemente entusiasmados por el lenguaje esteticista o el atisbo filosófico y antropológico.

En la sala principal, asidero de textos de medianos y diminutos formatos, se localizaron las obras de once artistas, entre consagrados y benjamines de la Academia de Artes Plásticas local: Acosta Pérez sedujo con la serie monocromática Fitomórficos, conjunto de siete piezas que coquetearon con la ambigüedad de las formas y los esencialismos; José Basulto Caballero acudió a un frugal discurso instalativo para tributar a sus compañeros de batallas en África (Sobre suelo árido lloró la noche), una de sus mejores creaciones de los últimos tiempos; Rafael Cáceres Valladares tornó al dibujo con la voluntad de denunciar la tragedia de Gaza, aupando el valor negro como señal de duelo (El otro testamento); Jesús A. Rebull Morales recreó con puntual minimalismo el tema de la migración cubana (El soñador frente a la mar en calma), alcanzando una escena pletórica de atmosfera y sensibilidad; Alexander Cárdenes Pérez sistematizó el tema del circo y la ciudadela, tomando el collage como técnica de cabecera para esbozar sus entelequias (Mi ciudad); Cué Echemendía llevó la abstracción hasta lo exiguo, a través de un acto instalativo que tiene cierto tono conceptualista, un texto que entremezcla el arte de las formas con la música repartera (Si te vas a sumar que sea desde el show); Torres Barroso regresó con la temática de la violencia de género y su serie Dreams (Silencio), rayando la monocromía; mientras que la artista Erika Pino Villegas, estudiante de la Universidad de las Artes, nos deleitó con su videoarte Lo que el viento recoge, claro homenaje al haiku japonés, especialmente a la tradición de Chiyo-Ni.
Por su parte, los exponentes más jóvenes eligieron un arte más conceptualista y autorreferencial, cobijado en la instalación o la escultura. Loraine Morejón Hernández tuvo como motivación la compleja salud de algunos de sus familiares y sintetiza la dolencia con una construcción metafórica (Confinado); Laura de Jesús Climent Mengana consumó una escultura desde la perspectiva de género, aludiendo a la asfixia de la mujer en la sociedad moderna (Justo como no soy); y el prolijo Alex David Medina Machado facturó una pequeña instalación que codifica su identidad y compromiso haciendo uso de un diente extraído en el pasado y la ironía de la sonrisa perdida (Sonrisa desechable).

Luego de esta muestra colectiva, se produjo la abertura del mural Proyectos Primarios, de Mario Cruz Moscoso, en colaboración con los miembros de Azul Marino (conformado por niños especiales) y la ganadora de los salones de Miniatura 2024 y 2025, Alejandra Rodríguez Feria. Esta propuesta resultó uno de los mayores atractivos de la Bienal, toda vez que desborda de gracia y ternura este segmento del malecón de La Mar. Justo, en esta zona disfrutamos de las rondas interpretadas por el Proyecto Al compás de las olas, dirigido por Belkidia López Fundora. Seguido, fue presentada la pieza instalativa Interrogación, de Arcadio Tomás Capote Cabrera, elocuente mensaje ambientalista que fuera colocado entre las impúdicas aguas de la bahía.
Atravesando la calle La Mar, los cómplices de la Bienal llegaron hasta el pequeño parque que tributa al investigador Florentino Morales, donde los hermanos Pérez, conocidos clowns cienfuegueros, miembros del Consejo de las Artes Escénicas, sentaron bellas imágenes de “esculturas en papel”. Minutos más tarde aconteció la presentación del mural Texturas sumergidas, de Rebull Morales. El creador autodidacta enriqueció visualmente los muros del Tropisur de cara a La Mar, proveyéndoles de figuras marinas y cierto sentido abstractivista. Otra de las grandes atracciones por su impacto social y dimensiones. Asimismo, frente a estas fabulas sucedió un performance inspirado en aquella positura ambientalista (obsérvese que todas las muestras en exteriores tienen como leitmotiv a la mar), coreografiado por cinco estudiantes de la Escuela Nacional de Arte en Santa Clara. La actuación de estos colegiales de la especialidad de danza fue encomiada por su dinamismo, expresividad y desenvoltura, así como la pureza de la técnica y la energía de los movimientos. Del mismo modo, fue muy efectivo el diseño de vestuario, soporte de los detalles gráficos que remiten a los murales.

Concluyentemente, la marea pública se posicionó frente a la Galería del Boulevard. En medio de las expectativas, aconteció la clausura con la inauguración de la muestra personal Artefactos, del veinteañero Luis Álvarez López, quien re-contextualizó objetos e iconos de la publicidad y animación, ofreciéndoles, con no poco humor, nuevas significaciones.
Tras esta puesta visual, que cerró el itinerario de la Bienal cienfueguera de 2025, los artistas y públicos asistentes correspondieron la experiencia que solo el arte inquieto suele proporcionar. Si bien no aconteció todo lo planeado por razones obvias, lo cierto es que se tuvo la dicha de poner toda la voluntad y el empeño para satisfacción de nuestra comunidad amante de las artes visuales. Sin dudas, la XV Bienal de Arte de La Habana en Cienfuegos resulta una grata evocación.

Autor: Jorge Luis Urra Maqueira





