Una vez más, el Salón 5 de Septiembre, ahora en 2013 con treinta ediciones en sus costillares, se reafirma como objetivo secundario del «mainstream» de las artes plásticas en Cienfuegos, con predominio casi absoluto de alumnos y recién egresados de la academia local, quienes encuentran en este evento, un propicio escenario para legitimar sus tesis o iniciales trabajos en un contexto artístico «real», allende los predios escolares. Muy allanada no obstante esta liza por la ausencia de los creadores más consolidados no carentes de altas cuotas de audacia y lozanía, quienes marcarían rasero verdaderamente sólido contra el cual medir fuerzas, calidades.
Bajo estas circunstancias,mucho menos resulta el salón de marras un muestrario cabalmente plural, telúrico, de las dinámicas creativas de esta área geocultural.
La ausencia de muchos nombres imprescindibles en la cartografía artística local, la emergencia, la llaneza, vuelven entonces a ser rasgos distintivos del que debiera ser corolario de la plástica en Cienfuegos, generando este estado de cosas grandes interrogantes,requeridas cada vez más de ingentes respuestas: ¿Por qué, a pesar del proceso de depuración experimentado por el copioso circuito salonístico local hace casi una década, los artistas cienfuegueros no reconocen a este salón sobreviviente como un espacio de validación y confrontación? ¿Es achacable este evidente descrédito a la escualidez e irregularidad de los premios monetarios? ¿Es responsabilidad de los gestores institucionales el desinterés de los creadores por participar del certámen? No creo pueda responderlas en este artículo, so pena de incurrir en precipitada irresponsabilidad, pero una concienzuda y casi quirúrgica indagación conllevarían quizás a dilucidar algunas de estas dudas generadas por un salón cada vez más al margen (o marginado) de los obrares más enjundiosos, redundando en definitivo y substancial repensamiento del evento desjerarquizado a todas luces. A pesar de todo, no estuvo carente el salón de algunas agradables sorpresas, como las tres obras de la joven Libeth Ledo: Conejos de Carrol; El dialecto del lobo; El Rey del círculo tercero, laureadas como únicas triunfadoras por el jurado compuesto por Nelson Herrera Isla, Nelson Domínguez, Virginia Alberdi, Yadira Góngora y José A. Vicench. Piezas de acrílico y grafito sobre lienzo estas que delatan nuevos y maduros senderos en la obra de esta artista, una optimización de sus destrezas pictóricas y compositivas de la Ledo, a la vez que la generación de nuevas iconografías y la apertura de nuevas áreas temático-conceptuales. Todo sin cometer inconsecuencias con su lúdico y casi travieso cosmos, de distinguible (y muy valiente) iconografía infantil, cuyo trazo muy expresivo provee a sus obras de una energía que dialoga graciosamente con el espectador, amén de constituir una sincera invitación, no sólo al inner world de la creadora sino a revisitar cada uno el niño que fue, a renombrar las cosas como si hubieran amanecido por primera vez al mundo.
No pasan de felicitar las buenas soluciones técnicas las menciones otorgadas a Jennifer Delgado por la serie de grabados (linoleografías) De lo invisible visible, que resultan remoto guiño a la grafía de un historietista como Alberto Breccia y su epígono Frank Miller, y a Mayling Hernández, por su lienzo de gran formato El mejor ángulo del cielo, que explora los efectos visuales de la pintura de un Dalí.Ambas son noveles artistas en pleno proceso de búsqueda,identificación y colocación de poéticas, cuyos compases aún están por colimar un septentrion contundente. Acompañadas fueron en estas distinciones por el performance Me sentaré a meditar, de Amet Laza,quien apeló con su accción a una irreverencia urbana quizás demasiado tardía.
Aunque ausente en el palmarés oficial, la instalación Homenaje a las mamitas, del inefable Julián Espinosa (Wayacón), afortunadamante casi omnipresente en los salones cienfuegueros, es significativamente destacable entre todas las competidoras por su autenticidad casi telúrica, capaz de establecer un diálogo lúdicamente agresivo con el receptor desde el redimensionamiento o casi transmutación de elementos y formas comunes en esferas de sentido adscritas al rico y socarrón cosmos del creador.
Otro subrayado particular merece la instalación escultórica El juego,de la serie Símbolos para signos, de la autoría de Osmany Caro, quien,en una suerte de orgánica inversión de sus presupuestos, sobre todo estéticos, consigue una vez más el doblegamiento del rudo metal en facturas de altas gracilidad y elegancia, siempre a resguardo de la banalización decorativa, además de conseguir apelar con inusual autenticidad a la ya muy aludida bandera cubana.
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