Hay seres que no están completos si no viven para los demás. A veces los tenemos cerca, y su entrega alcanza a toda una familia, o a un grupo humano de otra naturaleza. Otras, habitan espacios mayores, porque lo que hacen está dirigido a un país y a su más preciada espiritualidad.
Con alguien así en sus predios cuenta, hace ya 59 años, ese templo del conocimiento que es la Biblioteca Nacional José Martí. Su nombre es Araceli García Carranza, notable bibliógrafa nuestra, hacedora de repertorios bibliográficos, tales como índices analíticos, bibliografías de hechos históricos y literarios y biobibliografías de grandes figuras de la cultura cubana, desde José Martí –también de Alejo Carpentier, José Lezama Lima y Roberto Fernández Retamar, entre otros–, hasta la más reciente, y ya publicada, de Eusebio Leal Spengler.
Muchas y muy conmovedoras son las historias que cuentan quienes la han conocido. Jefa de Redacción de la Revista de la Biblioteca Nacional, sucede, con esta sublime mujer, que no puede establecer conexiones con los otros sin que le emane lo mismo ternura que sabiduría, y, junto a ello, ese deseo de volver a su encuentro, como quien se arropa con su compañía.
De esas vivencias bien puede dar fe el investigador Rafael Acosta de Arriba, quien trabajara en la Biblioteca desde muy joven y para quien la especialista es la mismísima generosidad. Sobre ella, refirió recientemente, en ocasión de que el Instituto Cubano del Libro le dedicara el espacio El autor y su obra: «Allí, en su cubículo, comencé a tener prolongadas conversaciones sobre distintos temas, casi siempre culturales. Fue, a la par, un descubrimiento y un oasis. Ese pequeño espacio se convirtió, rápidamente, en uno de mis lugares preferidos de la silenciosa biblioteca. Gradualmente, en la medida en que fui entendiendo la dinámica de la institución, y que fui conociendo su historia y a sus trabajadores, me percaté de que Araceli era algo especial en medio de un centro de trabajo que parecía ser como otro cualquiera, pero que realmente no lo era».
No estoy mitificando a esta dama de nuestra cultura, con marcada voluntad de servir y respeto por lo que hace, dijo entonces. Y aseguró que, para él, conversar con Araceli –cuyo mayor aporte a la cultura cubana ha sido su erudición– fue toda una escuela.
Dice el poeta y ensayista Virgilio López Lemus –y mucha razón le asiste– que cuando piensa en la Biblioteca Nacional José Martí, es el rostro de Araceli el que le viene a la memoria, porque se le ha convertido en el paradigma de esta institución.
Como si al otorgarle sus atributos, la naturaleza hubiera adivinado que sería, en el futuro, uno de esos duendes encantadores que viven entre los libros, Araceli disfruta esparciendo datos, señalando lecturas, revisando archivos, orientando al lector. Sabe que para el especialista de una biblioteca es esencial someterse a examen a diario, y «buscar tiempo y espacio para aprender, leer, pensar y enfrentar todo lo que no sabemos».
En todos estos años, dice, es inmensa la complacencia que se siente al lograr un repertorio, o la satisfacción de la demanda, «en especial cuando servimos a los jóvenes y luego los vemos convertirse en intelectuales que prestigian la cultura».
(Tomado de Granma)
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