Ver, leer y escuchar en horas de pandemia

El coronavirus ha sido un desastre inimaginable para el planeta. La principal calamidad es la cifra total de muertos que registrará la pandemia y, luego, la erosión de las estructuras económicas de las naciones, fundamentalmente las pobres como la nuestra.

No puede aplicarse, en ningún caso, el término ventaja para referirse a aspecto alguno de semejante caos mundial. Sí cabría hablarse empero de lecciones morales y vitales, de enseñanzas en términos sociales y en concepto de asistencia sanitaria a la población de países pobres como Cuba, regalo a entregar a las grandes “democracias” del planeta.

Y, en el orden de la persona, de la utilidad de un ahora inevitable tiempo libre, el cual bien pudiera dedicarse a ensanchar la cultura mediante la aproximación a obras literarias, audiovisuales y sonoras que quizá no conoce, o hace mucho tiempo no consulta.

“Si pasa un mes, o más, en casa, pero dentro de Facebook, tal decisión implicará para su mente una repercusión tan funesta como el coronavirus para el planeta. Créanme, es nocivo para su cerebro. En cambio, si pone su tiempo en función de ver, leer o escuchar, algo bueno habrá sacado, en lo íntimo y espiritual, de la experiencia de estancia doméstica a la que estamos obligados por fuerza mayor”

Si el segundo fuere el caso, Dios así lo quiera, va aquí una personal lista, muy somera —casi un kit intelectual para período de contingencia—, de proposiciones que me permitiría sugerirle al lector. A la cabeza de dichas sugerencias están los escritores rusos del siglo XIX. Ellos representan, desde mi punto de vista, el monumento esencial de la historia de la creación literaria en el plano de la ficción. Con ellos nací y con ellos moriré. Ahí yace, o subyace, casi todo cuanto le concierne al espíritu humano, a la complicada naturaleza psicológica de la especie.

Me atrevería a tentarles a recorrer, de forma específica, a Dostoievski completo, pero deteniéndose en la que considero la obra cumbre de la literatura universal: Crimen y castigo, el trago más amargo y a la vez proteico entregado por el maestro. Una mirada sin contemplaciones al pozo más oscuro de nuestro ser, a la tentación, al dolor y la culpa, a la inconmensurable culpa que nos quebranta, acaso como un impuesto inevitable a pagar por quiénes somos o cuanto hacemos.

Como ojalá el tiempo de estar en casa no rebase abril y leerse a Dostoievski todo supera con creces un mes, unido a la razón de que además debería aprovecharse el lapso hogareño para otros festines cognoscitivos, apuntaría además a la visión o revisión de Chaplin, Keaton, Welles, Ford, Lang, Einseinstein, Tarkosvki, Renoir, Bresson, Bergman,Ozu, Kurosawa, Kubrick, Scorsese, Loach, los Dardenne, Alea, Solás. Todo cuanto se pueda, en las semanas del necesario resguardo, de estos grandes cineastas. Así sea un solo filme por cineasta.

Quien no las haya visto aún, debería hacer un uso pragmático del tiempo detrás de la puerta para repasar dos grandes series norteamericanas de la guisa de Mad Men y Breaking Bad, entre lo más perdurable de la teleficción sajona; a juicio del autor más rotundas en tanto cristalizaciones artísticas que Los Soprano y la archimentada y por episodios inaguantable The Wire.

Si el maratón le permite, no estaría nada mal también apurarse esa bendita inyección de paz, armonía, ternura y delicadeza concentradas en la trova tradicional cubana; mas todo el lirismo e inteligencia convergentes en la nueva trova. Aunque no sería lo ideal, incluso en medio de otras faenas podría escuchar a Silvio, íntegro desde el principio y hasta hoy; a Noel Nicola; Santiago Feliú.

La mayoría de dichos textos sonoros, como también los exponentes fílmicos o telefictivos aquí aludidos, se encuentra disponible en el producto comunicativo Mochila, opción muy útil, siempre y sobre todo ahora, a la cual puede acceder mediante varios mecanismos: incluso sin salir de casa, que es el objetivo esencial de nuestro Gobierno para proteger a los cubanos.

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