Este 6 de mayo se conmemora 104 años del fallecimiento de Ana Aguado, una de las voces que más cantó por y para Cuba. Es en el período de las luchas por la independencia, en el que Ana, encontrándose en la emigración, impuso su gallardía en medio de una época plagada de corrientes no siempre a favor del liderazgo femenino. Sin embargo su espíritu de patriotismo – no el del patrioterismo barato al cual se refería Varela como peligro de consignas oportunistas, – marcó no solo a la música de la región cienfueguera y cubana en los finales del siglo XIX y primeras décadas del XX, sino a la pedagogía musical de la isla, al fundar uno de los primeros institutos vocales con los que contó el país a partir de nuevas concepciones y métodos. Traer al presente este estudio, implica, más que recordar, sellar una historia para la memoria.
Decía el Apóstol que: “la patria requiere más actos que palabras”.[1] Así lo dignificó a lo largo de toda su vida Ana Carlota de la Cruz Aguado y Andreu, conocida por todos como La Calandria cienfueguera, apodo que conquistó desde sus primeras incursiones en la música, por sus condiciones vocales de soprano.
Ana, nacida en 1866, fue la menor de cuatro hermanos, -Antonio Rafael (1867), Inocencio Enrique (1869) y Juana Locadia (1876)- fruto del matrimonio creado por Andrés Aguado Salinas y Carolina Andreu, esta última hermana de José I. Andreu considerable impresor y periodista creador del periódico Diario Nuevo, además de aficionado a la música.
Su familia, de ascendencia española, se establece por vez primera en Cuba, en la villa de Trinidad y para el año 1825 se trasladan a la villa Fernandina de Jagua cuando sólo habían transcurrido 6 años de la fundación de la perla sureña, denominación adquirida por su suntuosa bahía y por sus indiscutibles valores arquitectónicos.
El primer acercamiento de Ana a la música lo realiza a través de sus estudios de solfeo y luego ingresa en la escuela de Rafaela González. Al cumplir los 10 años de edad, se traslada junto a su familia a la Coruña, España, donde recibió clases del pianista Casas, y de canto con el presbítero Antonio Díaz. Es en este lugar donde realiza su primer debut, sin embargo una vida marcada por importantes batallas que librar, a partir de la combinación patria-música, es la que se le avecinaba a Ana.
En el último quinquenio de la década de los 80 del siglo XIX, regresa a Cienfuegos, dejaba atrás, una trayectoria artística que le había valido un contrato como profesional en el Liceo Brigantino de La Coruña.
Luego de la guerra de los Diez Años, Cienfuegos arrastraba el silencio de su ciudad, tras las ruinas de los acontecimientos ocurridos. Las consecuencias en el terreno de la cultura fueron funestas. Es cuando Ana Aguado se da a la tarea de iniciar su obra de reconstrucción social y artística. Intercambia sobre sus experiencias vividas en otras latitudes, localizó el talento artístico con el que se contaba y se preocupó por saber el estado físico y moral de cada uno. La sociedad condenaba el racismo, el ostracismo, marcaba la época la incapacidad para aprehender desde un conocimiento plagado de dogmas.
El centro social El Artesano pasó de ser un mero pasatiempo a ser un respetado espacio artístico-cultural bajo su influjo socializador que logró transformar los estatutos y reglamentos del local. Conformó el trío francés La Montañesa (integrado por piano, violín y flauta), formato que se caracterizaba por la interpretación de contradanzas, minués, gavotas, paspiés. Importante resultó el concierto vocal e instrumental efectuado el 8 de julio de 1888, en el que, entre otras piezas, interpretaron, la romanza Stelle d´Amore, de Laureano Fuentes Matons. Uno de los miembros de este trío era Guillermo Tomás, el cual además de desempeñarse como flautista, sería el gran amor de Ana. Fue a partir de un acercamiento constante en los ensayos y actuaciones, que surge un sentimiento tan sublime que tuvo como pretexto a la música. Intereses comunes e ideales compartidos marcarán la vida y la obra de estos dos artistas, que, por encima de todo, profesaban su pasión por Cuba.
Al poco tiempo Guillermo le propone a Ana marchar hacia los Estados Unidos, por la convulsa situación que vivía el país. Ella acepta y el 19 de mayo de 1890, ocurría la unión matrimonial de ambos en Brooklyn, Estados Unidos. Desde entonces se incorporaron al movimiento de emigrados revolucionarios presidido por el pianista y profesor de canto Emilio Agramonte. Fueron partícipes de innumerables conciertos con fines recaudatorios bajo los auspicios de los clubes revolucionarios cubanos, entre ellos el Club Los Independientes. En este sentido, se destaca la actuación del 16 de junio de 1890 en el Hardman Hall, cuya organización estuvo a cargo de José Martí. En el programa del concierto se interpretaron obras de compositores cubanos como, Vals de Laureano Fuentes Matons y El Arpa de José Manuel Jiménez. Días antes de efectuarse esta actuación, el 7 de junio, José Martí le escribe una carta a Ana Aguado donde reconoce la labor que ella y su esposo realizan por la causa cubana: “…mis compañeros y yo estimamos la benevolencia con que se presta usted a ayudar, con la fama de su nombre y el encanto de su voz. Los tiempos turbios de nuestra tierra necesitan de estos consuelos. Para disponerse a morir es necesario oír antes la voz de una mujer”.[2] Luego de una larga estancia del matrimonio de Ana y Guillermo en tierra norteamericana, deciden regresar a la patria y fundan el Instituto Vocal Aguado-Tomás situado en la calle Reina, número 120. El aprendizaje de la técnica vocal con todo el complementario proceso formativo, ya significaba un avance para la didáctica artístico-musical de la época.
Por otra parte se conoce que, bajo la asesoría de Ana Aguado y la dirección de Guillermo Tomás crearon el Orfeón nombrado La Lira Habanera, que, con el paso del tiempo cambió su denominación a Orfeón Municipal, en busca de un mayor carácter oficial. Con sólo 55 años de edad, Ana Aguado fallece. Era la madrugada del 6 de mayo de 1921, cuando su esposo recibió tan duro golpe. Guillermo, que para ese entonces gozaba de gran madurez musical, inspirado en su recuerdo compone Cuentas de mi rosario, estrenada por la Banda Municipal de La Habana en el acto conmemorativo lírico-literario que tuvo lugar, al año siguiente en el Teatro Nacional en la tarde del 8 de mayo de 1922.
La vida de Ana Aguado, aunque corta fue muy intensa. Su devoción junto a su esposo por la ansiada libertad de Cuba, la convirtieron en un referente de mujer cubana, patriota y artista.
Autora: Alegna Jacomino Ruiz
[1] Valdés Galarraga, R. (2004). Diccionario del Pensamiento Martiano. Editorial Ciencias Sociales.
[2] Martí, J. (1975). Carta a Ana Aguado de Tomás, 7 de junio de 1890. En: Obras completas. Editorial Ciencias Sociales.