La sección ¿Qué hay de nuevo?, de Juventud Rebelde, anunciaba la salida de un suplemento cultural de ese diario, que a partir del día 5 de mayo de 2001 estaría circulando de manera virtual.
Con frescura propia, de alma agitada, como la del «grupo de periodistas e intelectuales jóvenes, sin más instrumentos que una laptop, una bicicleta china y una voluntad a prueba de bombas, (que) comenzó a armar el primer número», nació La Jiribilla, primero como un sitio web, y luego llegaría a los lectores en formato impreso.
Esta revista, que llega a sus 20 años, perfilaría el sendero a transitar por el periodismo digital cubano, cuyos derroteros, a partir de ese momento, se inclinarían hacia una nueva era, marcada por el desenfado sin obviar el análisis y el humor, junto a la necesaria crítica en el ámbito cultural y artístico de la Mayor de las Antillas, pues su trascendencia es notable, ante todo, en el mundo virtual.
Transgresora llegó a las redes para ofrecer un sitio a la inquieta intelectualidad nacional, que durante una veintena de años ha estado cultivando infatigablemente a todo aquel que se acerque a sus valoraciones. Ha sido blanco de no pocos sabotajes cibernéticos y ataques verbales por parte de algunos inconformes con su vertiginoso ascenso, constante renovación y, sobre todo, con sus maneras de defender verdades que son manipuladas en otros escenarios mediáticos.
Ese espacio, que desde los inicios se propuso hacer valer en internet la presencia de nuestra cultura y sociedad, es criollo y auténtico. Aborda diversidad de temáticas con una visión típica de nuestra idiosincrasia desde su propio nombre, inspirado en el Ángel de la Jiribilla, con el cual Lezama Lima describiese el espíritu y la identidad del cubano: «Jiribilla, (…) fabulosa resistencia de la familia cubana. Arca de nuestra resistencia en el tiempo, cinta de la luz en el colibrí, que asciende y desciende, a la medida del hombre, como un templo (…)».
Ese distintivo texto lezamiano sirvió también de inspiración al artista de la plástica José Luis Fariñas, quien dio vida a la pintura que desde 2006 acompaña a la publicación.
Pero La Jiribilla va más allá de sus formatos digital e impreso. Su sede, la Casa Amarilla, se colma de buen gusto, historia y arte, cada vez que toman espacio los proyectos: Sala de Foros, El Patio de Baldovina, Resistencia de la Memoria y la galería Paredes sin Nombre.
«Jiribilla, diablillo de la ubicuidad. Simultaneidad en las estaciones, que unen el oro y el gris, como dos brazos. Como dos brazos que alzan la libertad en el espacio medio en los cuadrados de color y en el tiempo del sueño (…)». Esta revista ha desandado una y otra vez los caminos de nuestras raíces culturales, ha evolucionado a la par de la sociedad, reflejando –siempre a través del respeto a la verdad, con la crítica y el humor como estandartes– el mundo irreverente y seductor del cubano. (L.M.G.)
(Tomado de Granma)
Deja una respuesta