Con una puesta emancipada, a modo de viñetas, Vladimir Rodríguez Sánchez retoma los ardores por el dibujo y el gag visual durante los días finales del periplo post-Covid y el soplo vintage que aquel desata. Desde entonces, el artista revisita el pasado con la voluntad de interpretar la nueva realidad y enfocar positivamente los cambios filosóficos de una isla traumada por la incertidumbre y crisis económica. Esta pesquisa emana desde una conexión simbólica y abrevia las habituales marcas de su formación como arquitecto, no solo por la presencia en las series de figuras urbanas que recrean la identidad de la ciudad de sévres, sino también por las resignificaciones que ofrece dentro de un cuerpo fabulatorio trazado desde la agudeza intelectual y polisemia, la estricta planificación de los relatos, tal como trasluce la reciente exposición personal en la Galería Boulevard, que ha intitulado All We Need Is Love, sumun de su percepción crítica y privativa sobre los devenires sociales.
El artista emplaza en estos 33 dibujos de disímiles formatos, ora consumados en acrílico, ora a través de la técnica del óleo, usualmente manipulados digitalmente y sobre cartulina, un conjunto de dibujos que parecieran proyectos para sus desempeños escultóricos, aunque difícilmente se pudiera lograr tanto claror en los sentidos de los gags donde los resquicios de lo tridimensional, fundamentalmente porque en estos textos visuales el color tiene cierta jerarquía, en tanto códigos que aluden a la cubanidad y significación de lo objetual. Rodríguez Sánchez indaga en tópicos múltiples que enjuician a los seres humanos y su egocentrismo antediluviano, a través de preceptos como la libertad, la muerte, la memoria prístina, la violencia y, por qué no, la subestimación de la belleza y el amor.
Estos objetos “cotidianos”, acaso descontextualizados, se elevan con toda la capacidad de síntesis que es posible para no traicionar la profundidad de los contenidos, eminentemente asociados a la urgencia de paz y amor, en pos de la más grande de las utopías: la felicidad. Justo, uno de los íconos más persistentes en dichos relatos es la bala, ese proyectil de metal que ha terciado en la historia de la humanidad como un objeto belicoso, lacerante, represivo, que suele vincularse a la caída física. Cuando esta figura no es visibilizada, el pintor elige la metáfora y convierte un objeto de uso intelectual en arma ofensiva, al modo del lápiz, instrumento de escritura y símbolo de lo civilizatorio, que concluye con funciones sígnicas beligerantes, pocas veces adecuadas para resguardar los humanismos.
Por supuesto que, en los entramados narrativos no escasean otras figuras pertinentes que matizan los enfoques sobre la intimidación y el poder, las convenciones de manipulación y colonización, al modo de las imágenes del peón o la Coca Cola. Claramente, el autor de la serie Mutantes, laureada en el Salón Nacional de Premiados de 2001, no puede deshacerse de su visión histórica sobre las entidades nacionales y universales, de insertar pequeñas claves que nos proponen repasar “el progreso de la humanidad”, desde los ingenios renacentistas hasta los hijatos de la modernidad, consciente de que el hombre es su pasado y que solo la memoria puede salvarnos de lo peor que somos.
Todo lo que necesitamos es amor (me permito usar la traducción) enuncia el ideal de una época lastrada por la desidia y radioactividad, es un tratado filosófico recreado a través de la gracia intelectual e imaginería de este creador esencial para la cultura sureña, que clama por mejores tiempos y pide a gritos un poco del más antiquísimo y caro de los sentimientos.