Si de boleros se trata, Cuba y México son sus pilares. Cierto que este género musical, con razones denominado “la crónica del amor”, tiene cultores en toda América Latina, incluso en España, pero todos coincidimos en que los originarios de ambos pueblos ostentan una elegancia romántica y poética incomparables.
Joyas así ameritan que se les conserve. Por esa razón el cuatro de diciembre de este año, la práctica cultural del bolero fue inscrita en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Lo anterior se aprobó en la 18ª sesión del Comité Intergubernamental para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO, celebrada en Kasane, Botsuana.
Es una decisión orientada al fortalecimiento, composición, interpretación y transmisión de sus conocimientos y prácticas identitarias. Hecho de igual trascendencia es el reconocimiento de la binacionalidad de un género musical surgido en Cuba cuando el santiaguero Pepe Sánchez compuso en 1833 “Tristezas”; género que desde aquí llegó a tierra mexicana a través de la península de Yucatán, punto de intercambio cultural entre ambos países.
Una vez en México, el Bolero encontró terreno fértil entre sus músicos, en primer lugar los trovadores yucatecos, veracruzanos y de otras partes, lo mismo que en la capital del hermano país, quienes le imprimieron un sello de mexicanidad original.
Somos dos pueblos dichosos y unidos por realidades históricas y culturales. Compartimos una identidad común en el bolero, lo mismo que en el danzón y el mambo.
En cuanto al bolero, ambos usamos instrumentos en común como guitarra, bajo, piano, instrumentos de viento y el requinto, cordófono mexicano derivado de la guitarra, adoptado en desde hace mucho en nuestros formatos musicales.
Interpretar boleros en Cuba o México, más allá de cualquier espectáculo artístico, es parte de una tradición familiar. Cantamos piezas del género en los dos países, de autores de ambas nacionalidades. Las asumimos como propias cuando caemos las sentimos cómo nos revelan a nosotros mismos, nuestros amores, desencuentros e intimidades. Otra razón por la cual el bolero se incrustó en el ADN de cada pueblo.
Es un género ideal para las serenatas, habituales en los dos países. Por su dinámica el bolero se combina con otras modalidades, incluso bailables. En sí mismo se reinventa con estilos propios como el caso del filin.
Su moda es perenne. Nunca pasa. Se enriquece desde sí con una capacidad sin límites para su crecimiento exponencial más allá de las fronteras de Cuba y México. Pueblos hermanos, entre ellos Venezuela, Colombia y Puerto Rico cuentan con grandes exponentes.
La decisión adoptada por la UNESCO denota lo fecundo del diálogo intercultural entre los pueblos de Cuba y México, y muestra entre sus frutos la hibridación maravillosa de un género hoy parte de una identidad que con orgullo compartimos.
Autor: Alfonso Cadalzo Ruiz