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Rafael Cáceres: una obra llena de embrujos y asombros

Recién, durante la apertura del cansino Salón de la Ciudad 2025, el Concejo Provincial de las Artes Plásticas de Cienfuegos entregó su reconocimiento anual a aquellos creadores que han destacado por la obra de vida dentro del ramo (un encomio que debiera extenderse a otras disciplinas, también aportadoras al desarrollo de las artes visuales, como la museografía, el montaje, la  investigación, etc., como sucede en otras manifestaciones, al modo del cine, el teatro o la danza, en las que la entrega de premios provinciales y nacionales suelen tributar a escenógrafos, editores, fotógrafos, coreógrafos, etc., según la especialidad. Es hora de que la equidad tenga lugar). Por esta ocasión, el lauro recayó (diríase que tardíamente) en la persona y obra del artista sureño Rafael Cáceres Valladares.

Si bien Rafael Ángel Cáceres Valladares (Cienfuegos, 19 de diciembre de 1956) es una figura bastante mediatizada, aún no ha tenido la justicia que merece; subrayo en una dimensión histórica. Por esta razón, dedicaremos estas apostillas críticas a ese Cáceres iniciático que, entre 1960 y 1998 alcanza a legitimar un estilo y personalidad creativa singular y universal al unísono.

El infante Rafael, hijo de Amparo Valladares Gómez y Ángel Cáceres Suárez (ama de casa y marinero, respectivamente), hermano de Zoraida, Odalys, Carlos Alberto, que también consuma una obra notoria como artista naif, y Miguel, creció en La Juanita, un barrio periférico colmado de obreros y gente humilde. A los dos años pasó al cuidado de su tía Amanda, de quien heredó la persistencia, cierto altruismo, y esos deseos de sentar raíces y hacerse de un nombre; una anciana de 70 años con una vida en extremo ordenada que le protegía de las malas influencias.

Pronto revela sus ansias de aprehensión. En la Escuela Primaria Mariana Grajales denota sus inclinaciones por la paisajística al grafito y en las clases de geografía se convierte en el dibujante de los mapamundis; consiguiendo el título de “el pintor del colegio”. Justo, esas habilidades le llevaron a pintar docenas de gráficos y carteles. Incluso, debido a su  atracción por los trazados urbanísticos o de tipo arquitectónico, los Cáceres contrataron un profesor para que lo adiestrara en el arte de los planos y levantamientos. Claramente, su vocación artística era palpable.

Desde la infancia Cáceres descubrió que el arte es su hogar.

Por otro lado, el tío Froilán, hermano de su padre y gran coleccionista de historietas, le arrima al consumo de relatos protagonizados por Chamaco y Popeye, creando una sensibilidad por las artes gráficas y fortificando sus afectos por el dibujo. La conexión entre ambos fue vigorosa; Froilán se convierte en una suerte de figura paterna y llega a compartir con él cierta devoción por la música. Nos cuenta Rafael que deseaba tener una guitarra y el tío le construyó una de madera. Lamentablemente, esos lazos se laceran cuando este abandona el país en 1970. Sin dudas, fue un duro impacto para el adolescente.

Es la tierna maestra Esperanza Sánchez quien le advierte de su vocación, le enseña a autoestimarse e insiste en que debe optimizar esas capacidades para el dibujo; por lo que se inserta en el club de artes plásticas de la Secundaria Básica Nguyen Van Troi y se supera en la técnica y el color. Llega a mostrar sus obras en las vitrinas de algunas tiendas de la ciudad, esencialmente los afiches que presentaba a los concursos.

Portadas de catálogos de las muestras Ejercicios II, Extremidades y Arroz con calabaza, respectivamente.

A partir del 8vo grado realiza estudios en la Secundaria Básica Frank País y poco más tarde participa en un curso de instructores de arte en Palo Seco (Manacas). Entonces se convence de que ser artista visual “es lo suyo”. Un vecino, José Miguel Iznaga (hombre noble y hacendoso que fuera mi profesor de artes visuales durante poco más de cinco años en Aguada de Pasajeros, a quien debemos agradecer su entereza pedagógica y sagacidad crítica), repara en el talento del chico, le prepara e informa de la convocatoria para la Academia de Artes Plásticas Leopoldo Romañach de Las Villas, a la que entra en septiembre de 1973.

Fue un periplo de crisis económica, difícil, con un cuerpo de pedagogos aletargados; donde logra insertarse en múltiples muestras colectivas y absorbe los influjos renovadores que comenzaban a revelar los colegiales de los años anteriores: Villalobos, Rubén Rodríguez, Zaida del Río, Israel León, José Miguel Pérez y Flavio Garciandía, cazadores de una poética privativa y esquiva del realismo gazmoño del Quinquenio Gris. La vanguardia empezaba a tomar su ruta, aunque sin tomar una actitud “subversiva”. Palmariamente, Cáceres se confiesa un artista “desfasado”, que a los 20 años consume literatura trivial y filmes de samuráis, satisfecho con cierta cuota técnica.

En 1975 se titula de la elemental y opta por consumar estudios en la Escuela Nacional de Artes Plásticas, donde revela su pasión por el grabado; técnica a la que dedica gran parte de su obra. En esta fase tiene como profesores al aguadense Tomás Sánchez, su dómine en la manifestación de marras, Nelson Domínguez, Enrique Pérez Triana y Miguel Ángel Botalín. A todas luces, recibe una formación de “primer nivel”.

Una vez que se gradúa en 1980 como Técnico Medio Superior en la Especialidad de Grabado y Dibujo, califica como profesor titular de la Escuela de Arte Rolando Escardó de Cienfuegos y jefe de cátedra hasta el cierre de la institución en 1991, en los albores del Periodo Especial y la crisis de los balseros. Entonces fortifica sus desempeños como pedagogo, propone alternativas para el programa de grabado, consuma las primeras muestras profesionales como artista visual y recibe los primeros lauros en salones de la localidad, al modo del Salón 1ro de enero, el 5 de septiembre, el Salón Juvenil de Artes Plásticas, el de la Ciudad, entre otros.

Su primera muestra de impacto acontece en enero de 1989, tres años después de afiliarse a la UNEAC cienfueguera, con la segunda exposición personal, Ejercicios I; sin dudas, un giro en su fabulario, la apertura hacia una metafase caracterizada por el brío y la coherencia, por la madurez de estilo. Al apego a temas urgentes (recuérdese su serie de los ómnibus), esbozado en el Salón XXX  Aniversario de la Revolución, con las obras Incidencias vivas y Viaje oscuro, suma nuevas técnicas y entibos, como la montura de la crayola con el acrílico y el óleo sobre la opulenta tejedura de papel corrugado y el nylon; esquivando la rigidez en el formato. De modo que, los tropos expresionistas que otrora exhibía se subvierten en figuras grotescas, tenebrismo injerido en tanto expresión de causticidad, utilizando el disfraz como código. El crítico Antonio Morales de Armas expresa en las palabras al catálogo que “la principal atracción del conjunto viene dada, por la conjunción del elemento pigmentario con el dibujo”. A través de esta muestra se constata que la estilografía de Cáceres no se sustenta en la vastedad conceptual sino en la parvulez, en la concentración de sentidos expresivos. Ejercicios II (1990), suma de rupturas y continuidades, de aquiescencias y ensayos, determina algunas claves del uso del color, esencialmente el amarillo, de la sistémica de sus móviles, representados más como entelequias del subconsciente que como remanente de la logística (Cáceres es de un proceder frecuentemente emocional, no conmocional), de su horror escénico y apego a la auto-referencialidad.

Junto a Eduardo Ponjuan en su primera muestra internacional, Detrás del espejo (2000), consumada en Buenos Aires, Argentina.

En la década de 1990, tras la desaparición de la Escuela Elemental Rolando Escardó (Por decisión burocrática. Cierto dirigente consideró entonces que no hacía falta una escuela de arte en la provincia, existiendo la de Santa Clara)  acepta dirigir el Consejo Provincial de las Artes Plásticas (Había demostrado cierto liderazgo en la AHS). En julio 1992 consuma otro salto con la expo Extremidades, que igual constata su atracción por el color, frecuentemente plano, demarcado por misceláneas de ajustadas áreas y registros con valores afines a una poestética de la extrañeza, indiferencia, el repudio y la seducción (erotómana), detonados por le dialogía, con una configuración agreste, angulosa, ora grotesca, ora expresionista, que algunos cotejan con la obra de Francis Bacon por las levaduras del color y las atmósferas.

Para esa fecha, Cáceres se aparta de lo inminente y vuelca sus sentidos a la dramática escena familiar, que transmuta en cuerpos mutilados, lacerados por los atavismos de una realidad perturbada por la crisis, signo que alude (en la amalgama de los gestos) a los fueros del hombre impotente que ha de tragar sus gritos y arrojar en pesadilla los fragmentos. Justo, en marzo de 1993 asiste al I Taller de Monotipias que ofrecen los españoles Rufino de Mingo y Manolo Campoamor, cuyos métodos y estilos habrán de incidir enormemente en su tropología y experticia técnica (Validada también durante sus más de veinte años como profesor de la Escuela de las Artes Benny Moré). Esta experiencia le encausa hacia proyectos que tienen al grabado por colofón. De facto, llega a ser elegido en varias ocasiones para el Mini Print Internacional Cadagués.

Hacia febrero de 1998 aporta otra muestra alentadora de renovación y tradición personal, Arroz con calabaza, en la que se percibe la jerarquización de las puestas escénicas y las retomas neoexpresionistas, las poéticas delirantes en la cuerda de las exploraciones surrealistas de Tanguy; superando sus habilidades narrativas sobre los universos decadentes y plagados de fueros humanos. La suerte estaba echada.

Indudablemente, esta trilogía de muestras sentaron las pautas de su estilo, acaso sellado durante los laboreos en el Taller de la Gráfica y la Sociedad Gráfica de Cienfuegos. Luego de un esforzado y exitoso camino para encontrarse así mismo, el Premio Provincial de las Artes Plásticas acaba por asentar una obra llena de encantos y sorpresas. El resto es historia sabida.

En la muestra personal Grafismos (2010), acontecida en Ecuador (Borde izquierdo y derecho-superior) y en las previas de la Bienal Internacional de Arte de La Habana en Cienfuegos (borde derecho-inferior, 2025).
Autor:  Jorge Luis Urra Maqueira

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