A José Basulto Caballero siempre se le aguarda con la seguridad de que sabe colmar las expectaciones de los públicos. Son muchos años de vivencias en ese quehacer dentro de las artes visuales, sin enumerar sus desempeños como montador de la gran mayoría de las muestras que acontecen en la ciudad.
Estas proximidades a tantos otros artistas y sus relatos acaso le provee de una mirada cosmopolita y abierta a cualquier influjo, siempre que éste le sirva para compartir sus tradiciones, usualmente cometidas desde la práctica naif (prefiero no usar el vocablo de moda: popular, para ser más preciso en la tipología de su discurso y la anchura de un estilo que tiene fuertes raíces) e insistente en los ambientes costeros, periféricos o descentralizados, toda vez que le permiten ser fiel a sí mismo, revelar un temple agradecible por su espontaneidad y transparencia. El artista, en mi opinión, logra ser total cuando resulta una mejor persona. Basulto, justamente, nos ofrece la honestidad que necesitamos para hacer visible lo esencial. Es un ser humano con pensares y sentires positivos, que no duda en brindar su apoyo más incondicional a quien lo urge. Su obra es un espejo de sí.
En los inicios de la década de 1980, tras su regreso de Angola, insiste en recrear aquella exótica fauna africana que dormitaba en su memoria. África le había ayudado a precisar sus ardores por los temas fáunicos y en esta dirección descubre que en la comunidad donde coexiste toda su familia puede remover esa vocación, equilibrando las figuras continentales con las sureñas, transmutando las peligrosas selvas en desbordantes terruños o aguas territoriales del sur, atravesados por los seres más sorprendentes, desde los marcianos que nos visitan en calidad de turistas hasta las becerras más parlanchinas del planeta, capaces de exigir a sus propietarios el derecho a los asuetos. Basulto sustenta, pues, una tradición propia desde que empieza a mirar con ojos de adolescente esa realidad impoluta, que pocos son capaces no solo de percibir, sino también de corporeizar a través del arte.
En Qué nos trae la resaca, título de su muestra más reciente, inaugurada en la cálida salita Mateo Torriente de la UNEAC, refuerza los signos narrativos (estas fábulas son hijatas de los anecdotarios y poseen estructuras que delatan sus potencialidades para la comunicación oral, incluso como narrador literario. Ojalá tome una conciencia de ello), si bien acude a cierto barroquismo gráfico, que sospecho un efecto de sus voluntades experimentales. Obsérvese cómo ha tomado prestada una técnica tanasida por la vanguardista histórica de inicios del siglo XX, en la que primero se manchan los espacios caprichosamente y después se utilizan los trazos o líneas negras para esbozar las formas. A ello se suma el uso de colores arbitrarios (no brillantes o puros) y de trasfondos planos (negados a la línea de fuga), frecuentemente transparentados e imbuidos por la paleta fría.
Es curioso que, pese a tantos influjos desligados de la práctica naif, el creador no traicione las principales regularidades de esta corriente artística. Es cierto que, por esta vez las estructuras son más complejas y denotan algún conocimiento de la técnica (repárese en el concepto de las proporciones y los andamios visuales, llagados por el horror vacui (ese relleno de todo espacio vacío), especialmente en el uso del color, que tiende a la monocromía en muchos casos. Empero, los temas, erigidos desde la evocación, y liderados por los que Torriente Bécquer llamara “guajiros del mar”, nos contaminan su universo autorreferencial, donde no existen imposibles, inducido por la ruralidad y gracia. Basulto no renuncia a su incauto humor, esa positura acaso irreverente ante todo aquello que intenta clasificar y someter nuestras conductas. En cada uno de los relatos (repárese primero que todo en los títulos, que tienen funciones deícticas y direccionan nuestra mirada) se pondera ese gracejo característico del arte popular.
Qué nos trae… es una oportunidad para reencontrarnos con este artista de esencias (a quien admiramos especialmente como escultor), cuya obra ha sobre existido durante casi cuatro décadas de incesantes laboreos. Basulto es una alternativa, en tanto sus propuestas sugieren algo tan obvio como que no solo de vanguardismos viven los públicos.
Autor: Jorge Luis Urra Maqueira