Por: Melissa Cordero Novo.
1ro de febrero de 2012.
Si pudiera dejar de ser yo, sería su voz, el micrófono, el hilo suspendido en cualquier esquina del pulóver que pende en medio del escenario sin que nadie lo vea, de cabezas, no importa. Sería cualquier consonante de sus letras atrevidas, esas que se levantan del pentagrama y se roban el aire y castigan a la realidad con un espasmo terrible. Sería, sin dudas, sin preguntas, sin después, aunque fuera un enlace de sus neuronas, o el equilibrio de sus manos escribiendo y profanando la virginidad del papel.
Y me hubiese quedado toda la noche escuchándolo, dejando que sus letras me dispararan en la sien, una y otra vez. Me hubiese quedado sola, sola con él, con las notas, con las composiciones que son tan mías, porque me desnudan en el cuarto sin que nadie lo sepa, porque me trastocan los sentidos de señorita y puritana, porque me hacen pensar y creer y crecer. Israel Rojas tiene poderes que quizás ni el mismo conozca.
Conversar con él es detenerse en terrenos movedizos. Entonces uno descubre cómo se logra el truco de los conejos saliendo del sombrero, o cómo desaparecen las palomas cuando se levanta la tela. Uno sorprende a las palabras prendidas en tu rostro, porque él habla con la misma poesía con la que compone. Y si le pregunto por sus canciones, por la fórmula para siempre edificarlas como crónicas sociales, él responde:
“El trabajo de un artista es una apreciación de dos: del emisor y del receptor. Es un proceso de retroalimentación constante, uno lanza la piedra hacia allá y luego ella rebota, a veces con otras interpretaciones, con otras aristas, enriquecidas, malinterpretadas, pero es un diálogo constante. Y nosotros siempre hemos tratado de ser responsables con nuestro tiempo, con los propios conceptos de comunicación, o sea, buscar los recursos que permitan que el mensaje, aunque sea poético, sea claro, que tenga bondad y belleza; no descansar buscando un buen contenido y un buen continente, como decimos en una canción que va a estar en nuestro próximo disco.
“No sé hasta cuándo habrá un público interesado en ser receptor de estas problemáticas, pero si en algún momento nuestro trabajo dejara de funcionar, no vamos a abandonarlo, ese trabajo de crónicas sociales, intentando reflejar con el espíritu de mi generación la época en que nos está tocando vivir.
“Con Buena Fe ha pasado una cosa muy interesante: que se insertó, en los primeros años, en una corriente de moda. Entonces hay una generación que ha ido creciendo con nosotros y le parece interesante, pero estamos preparados para que en algún momento nuestro trabajo deje de ser moda, porque las modas son resultado de fenómenos sociológicos diferentes a lo que es el verdadero impacto del arte en la sociedad; a veces las cosas más elaboradas, las mas bellas, no necesariamente tienen la suerte de correr con el espíritu de la época. En el caso de nosotros pasó eso coincidentemente, por mística, por subjetividad, sabe Dios por qué cosa, quizás por agotamiento de otras fuentes creativas, no sé, me lo invento”.
Insertarse en el cuadro ecléctico del arte cubano actual es tarea difícil, no es el mero acto de pintarse a sí mismo de cualquier color o cualquier tamaño. No puede figurar como arabescos sin propósitos o sin contenidos. “Yo creo que el arte cubano está llamado a sortear el obstáculo de las trazas, de esa insularidad que a veces te hace sentirte demasiado insular, demasiado genuino en un mundo donde muchas cosas ya están inventadas. Ese es uno de los retos, ya no solamente del arte, sino de la sociedad, e incluso desde nuestra propia experiencia socialista; a veces hemos cometido ese error, de creernos dueños de todo el fuego.
“Sucede también otra cosa: en los últimos años ha crecido la generación del debilitamiento de nuestro sistema educativo, y en consecuencia ha habido una involución en la percepción de las artes, no la creación, yo creo que la creación está a tope, y que los creadores en Cuba andan con un vigor tremendo, pero la gente como que no está para eso, está más para divertirse. Yo siento que eso es consecuencia de muchos factores: desgaste, agotamiento de fórmulas sociales, pero también ha sido consecuencia de ese debilitamiento de las instituciones juveniles en su capacidad de movilizar, la falta de utopías, la no renovación de sueños, de metas. Entonces hoy que nadie se queje que el reguetón sea hit parade, o que los muchachos solo quieran bailar eso. La gente ya no quiere pensar mucho”.
Los miedos asoman sin avisos, y pretender que a nada le tememos en negar demasiadas cosas, es cerrar los ojos justo cuando, al fin, nos decidimos a caminar por la cuerda floja. Me asegura Israel que él le tiene miedo a un montón de cosas: “a que en algún momento haya un defase generacional en este país, que las nuevas generaciones, aunque irreverentes, de pronto rompan con todo lo que se ha logrado en este país. Y no hablo ya solo de educación y salud, sino de solidaridad humana, de una sociedad sin drogas, hablo del amor como moda, hablo de la capacidad de las personas de ser sensibles ante los problemas del prójimo, eso es a lo que más miedo le tengo tú sabes… a que de verdad nuestra sociedad pierda eso como consecuencia de una racionalidad económica que priorice el tanto tienes tanto vales, por encima de tan útil eres tanto vales.
“Le tengo miedo a que haya un cambio climático horrible, a que de pronto me vaya a vivir, como decimos medio en broma y medio en serio, a Cayo Turquino. Le tengo terror a tantas cosas: a la guerra, a que un día los gringos se envalentonen y le apliquen a este país cualquier fórmula militar, y nos vamos a fajar por supuesto, pero el costo sería terrible para nuestra gente. Le tengo miedo a que de verdad descubramos petróleo, porque últimamente eso es como llevar la parca en el medio de la frente”.
Ellos llevan un escenario sobre los hombros, y a veces, resulta demasiado pesado, y aparecen unas marcas que no se borran ni se dilatan. A ellos se les van cayendo pedazos del cuerpo, aunque no les importe, se les caen. “Lo que nosotros hacemos es una paliza enorme al organismo, un sacrificio tremendo, un autoflagelarse las cuerdas vocales y el alma. Nos es fácil cada año darle casi dos vueltas al país, montados en guaguas precarias, tocando con audios a veces mejores otros regulares; la única manera de hacerlo es por esa necesidad imperiosa de estar encaramados encima de un escenario, y el enorme goce que nos da esa experiencia, siempre irrepetible, que es compartir con la gente.
“Todos los públicos son diferentes, son maneras de reaccionar diferentes, son percepciones de la realidad diferentes… y es un fenómeno etnológicamente maravilloso ser testigo de eso. Yo creo que los artistas de este país siguen haciéndolo, no por dinero, tiene que ser por lo maravilloso que es pararse frente al micrófono y enfrentarse al público”.
Como cualquier pasajero de tránsito, uno siempre procura compañía, en dependencia de las paradas, de los caminos, de las metas. Y abrir los ojos décadas después, mirar al lado, y ver cómo aún continúas la travesía de la misma mano, es prodigioso. A Buena Fe le pasó exactamente lo mismo, a pesar del tiempo, continúan de frente al mismo sol: “nos parece que fue ayer, y cuando eso te pasa con tu pareja es que todavía existe la magia, cuando te pasa con un amigo es porque esa amistad está totalmente viva, cuando eso te pasa con el trabajo es porque estás en un momento profesional que te mantiene lleno. Y eso mismo es lo que nos ha pasado a nosotros, ahí están las canciones, ahí están las ganas de seguir adelante, no nos hemos concebido todavía otra cosa que no sea esto”.
Todo el mundo cuenta es de esos temas que arrancan el futuro de las canteras, y luego vienen a despejarte las nubes de las pupilas. La letra lleva el mismo sabor del Apóstol: “es una canción que debíamos hace rato, más que a Martí, al pensamiento martiano que sigue siendo matriz de esta nación, sigue siendo la brújula que apunta hacia dónde debemos ir desde el punto de vista humano, político y hasta filosófico. Y la canción no pudo salir en mejor momento, como dice Silvio, las canciones las traen las musas tatuadas en la frente, y eso mismo fue lo que pasó, o sea, el tiempo fue el que trajo el tema, lo trajo una herida, lo trajo un golpe, no podía salir por complacencia, las cosas cuando son de verdad y martianas, siempre cuestan. Martí nace con fuerza cuando más falta te hace”.
Si ellos dejaran de crear, muchos, como yo, naufragaríamos sin islas y sin mares. Por eso, cuando aparecen las canciones debajo de sus manos, es como si todos los mensajes de las botellas se convirtieran en botes. Ahora preparan un nuevo proyecto: “hacer un disco es como gestar un muchacho, que tú lo haces con mucho amor, pero no sabes si va a salir con los ojos azules, si bonito, si feo, si cabezón, tú no sabes. Lo estamos haciendo con mucho amor y cariño. Si alerto que este va a ser, quizás, un poco más ambicioso.
“Creo que va a ser una sorpresa para nuestro público más de fe, y ojalá que a ese otro que persigue las cosas de moda, le resulte también interesante. Por sus temáticas, está siendo un poquito más universal, porque los tópicos que va a tocar son más del ser humano, menos netamente cubanos y más conectados con las problemáticas del hombre contemporáneo y de la sociedad a nivel global: la violencia de género, la prisión, el hombre en cautiverio, la política…”.
Si algún día su trabajo dejara de ser moda, aunque no lo creo, y les bastase con una persona en el auditorio, allí estaré, siempre. Así le confesé aquel día, y echó a reír.
Allí estaré, compartiendo el mismo templo y la misma religión.
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