Premiar la belleza y la entrega

Margarita Mateo Palmer es una maestra que hace arte. Cuando recientemente se le concedió el Premio Nacional de Literatura 2016 dijo a este diario que era precisamente la docencia la que había condicionado la escritura de su primer libro.  A partir de ahí le llovió la necesidad de llevar a la página en blanco sus consideraciones sobre numerosos tópicos de la cultura cubana y latinoamericana y más tarde llegó también la ficción, que regaló al lector cubano una novela como Desde los blancos manicomios, galardonada en el 2008 con el Alejo Carpentier de Letras Cubanas.

Eusebio Leal Spengler es de esos hombres que llevan en sí la perfecta armonía entre el decir y hacer. Su verbo pausado  y ardiente, que sabe de  sabidurías y justezas ha calado hondo en el alma del cubano que reconoce en él un jinete de la virtud, que a la par que cabalga crea.  Por eso merecer el Premio Nacional de Ciencias Sociales correspondiente a 2016 es un acto que ha dado muchas satisfacciones a quienes supieron hace apenas dos meses la noticia.

La Feria Internacional de Libro, La Habana 2017, en sus jornadas de reconocimientos acaecidas en la sala Nicolás  Guillén de la Cabaña entregó este fin de semana los respectivos galardones  a ambos intelectuales.

Tras recordar las razones avaladas en el acta, a cargo de la ensayista Cira Romero, miembro del jurado, el doctor José Antonio Baujín encomió a su colega Mateo Palmer con la que ha compartido cátedra en la Facultad de Artes y Letras al expresar que con ella se enaltece el premio y remarcó que la agasajada, lejos de vivir de la literatura vive en la literatura y para  la literatura.

 

La Mateo por su parte, en un hermoso discurso literario plagado de ­consideraciones autobiográficas dijo creer que su pasión por la escritura sucedió cuando aprendió a leer y descubrió en el lenguaje escrito una forma de expresión que no encontraba en la lengua hablada.

Escribir ha sido para ella una forma de «tratar de amansar ese caballo desbocado que ha vencido las riendas, de intentar recobrar aunque tan siquiera fuera algunos fragmentos de la razón en fuga» y «las palabras han servido para exorcizar los demonios y que como misterioso bálsamo han cerrado las heridas más tenaces y profundas devolviendo al espíritu la luz que lo sostiene».

El novio de La Habana —como en otras ocasiones se le ha dicho al doctor Leal—  expresó en el momento de la premiación que le debe todo lo que ha hecho a su generación y cuánto le complace  la obra ya ejecutada en materia de restauración.
El acta que acredita al Historiador de La Habana como merecedor de este reconocimiento refiere —en palabras de María Isabel Domínguez, miembro del jurado—  que la obra de Leal ha combinado la salvaguarda de los valores patrimoniales con los valores éticos y  morales y destacó que con esta entrega las ciencias sociales no solo lo honran, sino que también se honran a sí mismas.

En palabras de Leal, el orador refirió que los premios son fruto del esfuerzo, del cariño, de la amistad por lo que se siente un reposo interior, donde no hay cabida para la vanidad y la envidia.

Como todos los grandes agradeció a su maestro y predecesor Emilio Roig de Leuchsenring junto al cual aprendió el oficio de trabajar diariamente, lo cual combinó con la lectura apasionada, único camino del saber.

«Todo lo debo a mi tiempo y a la Revolución generosa y magnánima, que no vio mis defectos sino aquello en lo que podía ser útil», dijo, secundado por el  sentido aplauso de un público consciente de que lo del sosiego interior no significa para él, en absoluto, descanso.

(Tomado del Periódico Granma)

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