14 de octubre del 2010
En sus vertientes estilísticas más aguzadas y comprometidas (parodia y sátira) con las circunstancias del contexto extra e intra-artístico del autor, o movimiento creativo que la conciba, empleada la comedia desde coherentes propósitos deconstructivos, hasta acusar la iconoclastia más caótica, remarca el rol herético del arte en su interacción dialéctica con los procesos históricos. Someter determinado fenómeno al escarnio, sajándolo con el escalpelo del ridículo, puede alcanzar significaciones y consecuencias insospechadas para éste, entre los públicos directa o indirectamente relacionados. Además, antes que con sangre, la letra entra mejor con risa, resultando catalizador cuasi ideal para implementar ideas, e impugnar concepciones.
La obra de un autor como el Premio Nobel de Literatura italiano Darío Fo (Sangiano, 1926), es argumento enjundioso para justificar tales aseveraciones, no más repasar sus aguzadas piezas teatrales que asaetean sin cortapisas los fundamentos de la sociedad y la política de su país. Con la misma agresividad que el Marqués de Sade sublimó la pornografía más brutal, cual látigo esgrimido para expulsar del templo creativo a los mercaderes del puritanismo hipócrita, censores inconsecuentes de los naturales placeres de la carne, Fo, fiel heredero además del Dante que superpobló su poético Infierno de Sumos Pontífices, y el Bocaccio que dinamitó la epicidad de la narrativa medieval con erógenos relatos de alcoba, hiende hace más de medio siglo las máscaras idealizadas de los convencionalismos kitch (tanto políticos como sociales y domésticos) los cuales eliminan, “de su punto de vista todo lo que en la existencia humana es esencialmente inaceptable”, al decir de Kundera. Inaceptable para quienes obviar arbitrariamente circunstancias inconvenientes para la aplicación de maniqueos modelos idealizados, es la manera más sencilla de negarlas, añado yo.
Además de la política y sus mil recovecos, la sociedad, la familia, la pareja, han sido seductoras dianas para sus mordaces dardos dramatúrgicos, cuyo impacto desgarra modélicas fidelidades, dejando al descubierto enrevesadas madejas, olorosas a gato encerrado en letrina.
Las continuas violaciones de la monogamia convenida en el mundo occidental de sino cristiano, que aseveran la real e irredenta naturaleza polígama del ser humano, constituyen el tema de la pieza No hay ladrón que por bien no venga, presentada por el Grupo Teatro Escambray, en el escenario del teatro Tomás Terry los días 8 y 9 de octubre, bajo la dirección de Daisy Martínez, responsable de los más recientes éxitos escénicos de Teatro de los Elementos (todo lo “reciente” que pueda ser algo acaecido hace un lustro).
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