11 de noviembre del 2009
Nuestro Sonero Mayor, el lajero ruiseñor
De voz dulce melodiosa,
pero lo que no reposa, ni se esconde en el olvido, es su voz porque ha seguido, latiendo en el corazón, de este su Rincón Querido.
Mario Armas.
El pequeño panteón del cementerio de Santa Isabel de las Lajas es la morada eterna de quien fue uno de los más genuinos representantes de nuestra música popular. Los versos de un poeta local son el epitafio que eterniza su recuerdo.
Sobre su saber en el arte del pentagrama, se ha debatido mucho. Si cierto es que no tuvo formación erudita, el oído musical del Benny se forjó desde muy pequeño.
Bartolomé Maximiliano Moré nació el 24 de agosto de 1919 en Santa Isabel de las Lajas. Fundaron esa localidad en 1824, pertenecía a la provincia de Las Villas y fue objeto del boom azucarero de la región sureña en el área central de Cuba.
Por tanto, la transculturación fraguó en la zona. El Benny es descendiente del rey de una tribu de congos; su tatarabuelo fue el último esclavo de la dotación Moré.
La niñez en el Casino de los Congos, una casona que sintetiza la espiritualidad de los ancestros esclavos africanos, lo familiarizó con secretos y misterios de la percusión cubana, una verdadera escuela de tradición oral.
Su madre confirmaba, que desde pequeño le gustó la música y fabricó su primera guitarra con seis años.
Penurias económicas hicieron que el adolescente lajero asumiera forzadas tareas en los cañaverales, donde cantaba e improvisaba tonadas campesinas del estilo rítmico pinareño y montunos orientales.
Con su hermano Teodoro cortaba caña en el central Jaronú, de la provincia de Camagüey, y allí conoció a Castellanos y Víctor Landa, que le ayudan entonces a empezar a tocar la guitarra. Con el dinero que ganó, comenzaron sus primeros intentos en la capital, en 1936 y 1940.
En este último año logra permanecer en La Habana y se gana la vida vendiendo verduras y cantando en bares y cantinas, hasta que Siro Rodríguez, del trío Matamoros, lo escucha cantar en el “El Temple”.
A “ojo de buen cubero” lo llevó a emisoras, concursos musicales, hasta llegar a firmas disqueras con el afamado conjunto Matamoros.
Con ellos viajó a México en 1945, donde cantó en los cabarets y grabó varios discos.
El Conjunto vuelve a La Habana, pero Bartolomé continúa en México. Rafael Cueto lo induce a cambiar el nombre de Bartolomé, a lo que él responde: “Desde hoy me llamaré Benny, Benny More”. Así comenzó la leyenda del ídolo.
Entonces las orquestas de Mariano Mercerón y Panchito Eché resultaron sus escenarios, y le hicieron merecer los primeros epítetos: “Príncipe del Mambo” o “Bárbaro del Ritmo”.
A finales de los 50 regresa a Cuba. Cantaba por la radio, en cabarets, bailes y fiestas. Cuentan que en el Centro Gallego se desbordaban las aceras y jardines del Capitolio Nacional para escucharlo. En 1952 se hace acompañar por la orquesta Aragón, llegada de Cienfuegos, hasta que creó su Banda Gigante.
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