Mimos discretos en el Terry

Mimos clan teatro pantomima

Mimos clan teatro pantomimaPor: Antonio E. González Rojas.
4  de julio de 2011.

El atávico arte de la mímica y el mimo, sujeto artístico este, que convierte el lenguaje extraverbal en principal recurso comunicativo, surgido hace más de dos mil 500 años en la escena helénica, remonta limitantes idiomáticas, en pos de la mayor universalidad de los signos corporales y faciales, para establecer más efectivos nexos empáticos y simbólicos con los públicos.



Durante estos milenios de desarrollo, dicho arte ha ido sofisticando y diversificando sus recursos estéticos, para optimizar el cuerpo como eje semiótico, capaz de transmitir acciones, emociones, conflictos, y articular contextos e imágenes en el espacio vacío. Desde la pantomima blanca, que busca representar acciones externas desde la hiperbolización más cara al universo circense, evolucionó este arte, hasta el mimo corporal dramático, propugnado por el francés Etienne Decroux, donde se asume más literalmente el significado original de la palabra (mimos, significa “actor” en griego), para asumir estados más introspectivos del ser, seguido por figuras como Marcel Marceau, Thomas Leabhart, Frederik Vanmelle.

Sobre estos presupuestos, se fundó en 1972 la compañía cubana Teatro del Mimoclan, que bajo la dirección del actor y dramaturgo Julio Capote hasta 2010, sustituido por Omar amador, es una de las pocas agrupaciones que practican en Cuba esta disciplina escénica, de nostálgicos aires chaplinescos y keatonescos (de más reciente fundación es Teatro del Cuerpo Fusión, dirigido por Maritza Acosta, formada originalmente en Mimoclan).

Al Teatro Tomás Terry, de Cienfuegos, llegaron este fin de semana con su más reciente propuesta, Suite del Mimo, defendida por un elenco juvenil en su mayor parte, que enuncia promisoria continuidad. Compuesta la presentación por diez piezas: Suite del Mimo, El Saco, El Lirio, Titirito, La Silla, Barcos de Papel, Destino, Ese sentimiento, Humánicas, y Corazones & palomas, el quehacer desplegado en el escenario sureño delató carencias histriónicas, traducidas en pobreza gestual y dramatúrgica.

Los intérpretes acudieron a los recursos técnicos más elementales de la pantomima, como es la pared invisible contra la que se lucha en Barcos de papel; caminar/correr en el lugar, ejecutado sobre todo en La silla; el juego del espejo (dos actores imitándose frente a frente), sobre el que se basa Destino. El lirio detenta una innecesaria mixtura con el teatro hablado, asaeteando la esencia misma del arte de marras, despreciados precisamente los potenciales expresivos del mimo corporal dramático; y la inaugural Suite…, concilia un poco más acertadamente con los recursos coreográficos de la danza contemporánea, acusando, no obstante, simplezas técnico-conceptuales. Las posibilidades descriptivas de la disciplina son lastradas por el uso de accesorios fácilmente sustituibles con recursos gestuales, dígase el periódico bajo el cual duerme su miseria el vagabundo actor de Titirito.

Estos desaciertos conspiran con la ligereza dramático-conceptual de la mayoría de las piezas, donde los conflictos apenas se entrevén, y mucho menos se desarrollan, deviniendo clichés y estereotipos demasiado previsibles y poco elaborados. Con más fortuna corre Humánicas, donde el discurso acerca del respeto a la diferencia y la eterna condena de las personas auténticas, a nacer adelantados, hace ligero guiño a la fabulesca Oveja Negra de Monterroso, siendo escenificado con mayor complejidad gestual. No queda más que esperar porque esta nueva generación de mimos repiense su arte, lo aprehenda en todas sus infinitas dimensiones y relance a Teatro del Mimoclan hasta las estrellas.



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