La publicación de Sergio Corrieri, más allá de «memorias…» (2019), de Luisa Marisy, resulta un suceso editorial de primera magnitud. El libro, además de proponer una valoración y una (suerte de) biografía del actor, hurga en pasajes fundamentales de la historia cubana posterior a 1950.
En un singular gesto de homenaje, el texto reúne las memorias de Sergio Corrieri en el recuerdo de quienes lo conocieron, las huellas que dejó en los otros. Pero, efectivamente, el libro es mucho más, pues hablamos de un hombre que protagonizó acontecimientos fundamentales de la cultura nacional. Es en ese punto donde el volumen alcanza un relieve mucho mayor: la trayectoria de este intelectual, el alcance de su obra —no solo artística—, estuvo atada al curso histórico de la Revolución.
Sergio Corrieri, más allá de «memorias…» incluye una serie de entrevistas realizadas por Luisa Marisy a «un grupo entrañable de compañeros, amigos, colegas de trabajo y familiares de Sergio» para un documental homónimo estrenado en 2018. Sin embargo, la organización interior no responde al modelo tradicional de entrevistas. Precedido por comentarios introductorios de la autora, el libro se divide en capítulos que facetan los distintos períodos de la vida de Corrieri, desde episodios de su niñez, pasando por su experiencia en Teatro Estudio, la creación del Grupo Teatro Escambray, su trabajo en el cine, sus tareas como funcionario de la cultura, hasta desembocar en su vida familiar e íntima.
Cada uno de estos capítulos incorpora, según lo demanda el tema en cuestión, los comentarios de los disímiles entrevistados, quienes indagan, explican, analizan junto a la personalidad de Corrieri la eficacia y la importancia de su trabajo, tanto como las circunstancias en que lo materializó. Así se consigue un retrato de grupo capaz de representar al actor —su labor intelectual, sus relaciones interpersonales, sus inquietudes artísticas, su pensamiento— con la mayor complejidad y diversidad de perspectivas posibles.
Donde una biografía corriente hubiera desplegado —con mayor o menor precisión— anécdotas, eventos, momentos trascendentales de la vida de la persona, la solución propuesta por Marisy consigue tejer un cúmulo de voces en las que se avista el impacto de este hombre en la memoria colectiva.
Se entrelazan los testimonios con fragmentos de entrevistas al propio Corrieri, poemas suyos y retazos de una novela inédita que escribió sobre la experiencia en el Escambray, todo lo cual enriquece el conjunto en tanto contrasta el panorama esgrafiado por los otros con sus ideas y su sentir personales. Además, permite volver nuevamente sobre su ejercicio literario, que si bien, como apunta la autora, es su labor creativa menos conocida, tal vez sea donde mejor se manifieste la espesura de su subjetividad. Silvio Rodríguez, quien mantuvo una estrecha amistad con él, comenta: «Hablábamos mucho de nuestra realidad, de las cosas que eran (sic), cómo a veces nosotros queríamos que fueran y no llegaba a que fueran… cosa que Sergio creo que reflejó mucho en su poesía. Su poesía, sin lugar a dudas, era su zona de descarga. Era su reencuentro con lo más exigente de sí mismo».
Donde una biografía corriente hubiera desplegado —con mayor o menor precisión— anécdotas, eventos, momentos trascendentales de la vida de la persona, la solución propuesta por Marisy consigue tejer un cúmulo de voces en las que se avista el impacto de este hombre en la memoria colectiva.
Ese caleidoscopio enfocado en su personalidad sopesa con absoluta eficacia su trascendencia y su legado. Si algo destaca de los testimonios reunidos es la organicidad con que toman, en conjunto, el sentido de una vida, la gravedad de un hombre de cultura, de un hacedor de cultura.
Dada la naturaleza mediática del cine y la televisión, se comprende que el Corrieri más conocido sea, precisamente, el que consagró un tiempo considerable de su vida a la actuación en esos formatos. En el cine se le recuerda, principalmente, por Memorias del subdesarrollo (Tomás Gutiérrez Alea, 1968), filme en el que interpretó el que es aún el personaje más complejo del séptimo arte en Cuba. El libro nos dejará saber, en detalle, los meandros de su experiencia en el cine, en el que figura, al menos, en otra película relevante: El hombre de Maisinicú (Manuel Pérez Paredes, 1973).
Pero la popularidad definitiva le llegó al actor cuando encarnó a David en el serial televisivo En silencio ha tenido que ser, que llegó a ser un verdadero fenómeno de masas en el país. Por supuesto, el libro llega ahora para posibilitar una comprensión de la amplitud del desempeño profesional de este hombre que más que actor, es un modelo de intelectual.
Corrieri fue siempre un artista de vanguardia. Su actividad actoral estuvo involucrada en sus inicios a la fundación y desarrollo de Teatro Estudio. Para tener una idea mínima de la trascendencia que tiene esta agrupación, basta atender a las palabras de Helmo Hernández Trejo: «Esta fue una experiencia teatral que cambió el teatro cubano. Lo cambió porque (…) fue la primera vez que las ideas de Stanislavski, e incluso el pensamiento teatral de Brecht, se integraron al quehacer escénico cubano». De una experiencia como esa no podía sino emerger una persona, además de pertrechado con lo más avanzado en materia escénica, con un criterio estético sólido que trascendía sus capacidades como intérprete.
La efervescencia creativa abrazada en esos años desembocaría mucho después en la invención de ese acontecimiento cultural y humano que es Grupo Teatro Escambray, del que Rafael González apunta: «Esto fue una aventura renovadora para el teatro cubano. No era una aventura de carácter ideológico ni de proselitismo, ni de convencer a los campesinos de algo en particular. Era una aventura a fin de renovar los lenguajes y los mecanismos teatrales, y una manera, además, de controlar de una forma muy interesante el hecho teatral a partir de una nueva relación entre escena y público.
Sergio siempre fue una personalidad como creador insólitamente equilibrada para el medio intelectual cubano. Fue una personalidad que podía dialogar con los políticos, con los funcionarios, que podía dialogar con los artistas.
Los pasajes dedicados a Teatro Estudio, al Grupo Teatro Escambray y al cine ciertamente posibilitan una compresión de la riqueza profesional, la profundidad de pensamiento y la entrega de Corrieri. Pero es en los momentos reservados a su ejercicio de dirección —primero como vicepresidente del ICRT y luego al frente del Departamento de Cultura del Comité Central y del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos— en los que mejor se puede avistar su compromiso y su desprendimiento personal, tanto como su inteligencia al manejar los difíciles hilos de la política.
No por gusto, Helmo Hernández Trejo asegura: «Sergio siempre fue una personalidad como creador insólitamente equilibrada para el medio intelectual cubano. Fue una personalidad que podía dialogar con los políticos, con los funcionarios, que podía dialogar con los artistas. Que podía ser portador de posturas que muy raramente se colocaban en los extremos, nada más que cuando se trataba de posiciones de principios».
Y todavía está la sección dedicada al Sergio «en familia», aquel que no estaba participando directamente en la esfera pública; aunque su casa, como se descubre en las páginas del libro, fue siempre un espacio generador de cultura. Ahí encontramos a la persona afectiva, al padre, al esposo, al amigo…, lo cual resulta significativo para el resto del libro, pues su manera de ser en la intimidad consigue explicar muchos de sus comportamientos y sus actitudes en el espacio social, en el terreno de la cultura.
Nuevamente, Ediciones ICAIC pone a circular un título de particular valor para la Cuba contemporánea, en tanto contribuye a escrutar los múltiples sentidos experimentados no ya por el cine, sino por la cultura nacional en su devenir. Sergio Corrieri, más allá de «memorias…» es un archivo en el que podemos descubrir, junto a un individuo, las vibraciones de una época.
(Tomada de Revista de Cine Cubano)
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