Melaza: una metáfora sobre la desesperanza

Carlos Lechuga, conocido por su corto de ficción Los bañistas, es de esos pocoscineastas jóvenesque ha tenido la suerte de rodar un largometraje de ficción en un contexto audiovisual marcado por las dificultades inherentes al ámbito de la producción.

Con Melaza (2012), merecedora del Coral que otorga la Federación de Cine Clubes en el marco de la XIV edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, su realizador nos ha entregado una obra que le ha ofrecido aires de frescura al cine cubano más reciente, desde una mirara que ha privilegiado otras zonas de la geografía cubana menos favorecidas por el lente de los cineastas.

 

Melaza tiene el mérito deromper con ese cine habanero que tanto ha lastrado nuestra cinematografía, devenida mirada al interior de nuestra nación, específicamente a esas zonas atrapadas por la desesperanza, por la necesidad de encontrar un sentido a la existencia en aquellos lugares donde el cierre de los centrales paralizaría la vida de la comunidad, entregándonos una historia demoledora sobre nuestra realidad.

Obras como el documental Demoler, de Alejandro Ramírez, Suite Habana, de Fernando Pérez, y 20 años, corto de ficción de Bárbaro Joel Ortiz, devienen referentes estéticos del cual se nutrió Carlos Lechuga al intentar atrapar en imágenes fílmicas la decadencia y desencanto que experimentan seres cuyas vidas fueron impactadas por la demolición de los centrales azucareros, a partir del 2004, con las respectivas implicaciones sociales que tal medida trajo para estas comunidades.

Las problemáticas y contradicciones que experimentan los protagonistas del documental Demoler (2004), son prácticamente los mismos conflictos que padecen los protagonistas de Melaza, salvando las diferencias en cuanto a pretensiones estéticas, objetivos temáticos y al contexto en que ambas obras fueron realizadas.

Pues Demoler se rodó durante los primeros años de implementación de la reconversión azucarera en Cuba, cuando más prejuicios e incomprensiones existían en relación a la posibilidad de abordar el tema, obra audiovisual que resultó ser la tesis de diploma de este joven realizador en la especialidad de dirección en el ISA, institución que apoyó la materialización del proyecto.

A diferencia de Demoler, inclinada en mostrar la nostalgia y angustia que experimentaron aquellas personas que de la noche a la mañana vieron desaparecer progresivamente los centrales azucareros Melaza refuerza el lado más pesimista al representar con los recursos expresivos del lenguaje audiovisual la desidia y monotonía que generó en estos escenarios la fractura de esta industria.

Según Carmen Lorenzetti en su artículo Postutopía en la isla de la utopía: “Hay un mundo que desaparece, el de las antiguas fábricas y el trabajo en los cañaverales, y todo ello se muestra cual metáfora del fin de una era, de una utopía, e incluso de un sistema de valores que incumple las exigencias de una era globalizada, hipertecnologica y mediática.”

Unos de los códigos utilizados por su realizador para representar visualmente sensaciones de desasosiego y desesperanza es el ralentizado ritmo de su estructura narrativa, recurso que refuerza ese sentimiento de asfixia tan difícil de mostrar desde las estéticas narrativas convencionales, aunque la pretensión de su realizador no haya sido precisamente establecer rupturas en el plano dramaturgicoo o estético.

Sin embargo, a diferencia de otras cintas que apelan a una dramaturgia más convencional, con sus soluciones visibles en alguna parte de la trama, su

clímax o anticlímax bien localizado, en esta cinta esos puntos se disgregan y dispersan en una narrativa aparentemente desdramatizada.

 

Resulta evidente la influencia visual del corto de animación 2O años en esas primeras imágenes donde presenciamos un espacio marcado por la decadencia y la nostalgia que develan unas fotos del antiguo central en su época de bonaza, en contraste con el resto del entorno, escenario que de alguna manera se conecta con el ambiente en que viven los protagonistas de 2O años.

 

Ambos escenarios, con sus respectivas diferencias, constituyen una metáfora fiel de la crisis social que atraviesa nuestra sociedad, cuya dimensión va más allá del aspecto físico, del entorno o el contexto espacial, sino que también es espiritual.

 

 

 

 

 

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