Más que una vocación, escribir es un destino

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Jesus-david-curbeloPor: Kirenia Legón.
24  de septiembre de 2011.

CONVERSACIÓN CON JESÚS DAVID CURBELO.

¿Para qué escribes?
Para no aburrirme, para vencer el tedio, pero más que escribir lo que hago es leer. Hay quienes piensan que es una pose, una forma de molestar a mis colegas. Pero no, realmente me interesa la literatura como lectura. El arte de la escritura es una especie de ejercicio complementario, inevitable a veces, otras muy incómodo porque prefiero leer. En este caso ya te dan el material digerido, o al menos tienes que digerir buena parte, pero alguien se ocupó de armar la historia. Cuando no encuentro algún tipo de libro que me gustaría leer, lo escribo.

¿Cuándo empezaste a escribir?

De muy joven me di cuenta de que tenía la facilidad de organizar las palabras. También aprendí a leer muy pequeñito, de una manera casi espontánea, con un libro muy raro, de poesía gauchesca, el Martín Fierro. Después se me hizo fácil la lectura de poesía, tal vez por eso he tenido vínculos de siempre con ella, porque no entendía conceptualmente pero sonaba bonito. Más tarde, en la escuela, hacía los ejercicios de Español. La primera cosa que escribí fue un cuento, en cuarto o quinto grado, desvergonzadamente plagiario porque era una especie de remake de un cuento de Las Mil y una Noches. Estuve mucho tiempo sin escribir hasta que empecé, ya con pretensiones literarias, en la Universidad.

Se habla de que el escritor llega a manejar uno, dos o tres temas fundamen­tales a lo largo de su obra. ¿Cuáles son para ti esos temas?

Son muchos los temas fundamentales que se pueden utilizar en una obra y, al mismo tiempo, es uno solo: la angustia ontológica, qué somos, para qué estamos en el mundo y adónde vamos después. En muchos casos pensamos, los que tienen algún tipo de creencia, que hay una vida más allá de la muerte. Pues de eso se trata, de la indagación del más allá. Pero al mismo tiempo eso se enmascara en otros temas, que son los del transcurrir en el ahora, los temas normales: el amor, la muerte, que es una preparación para el después, el sexo, las angustias…

Cómo se relacionan tus escritos con la realidad?

Para mí los escritos también son una realidad, sólo que distinta. La poesía tiene referentes reales pero también su propia realidad. No me interesa como crónica social. El aspecto histórico-político me interesa en tanto sea una fuente que genere preocupaciones de carácter no coyunturales, sino trascendentales en el sentido metafísico, en tanto genere mayor o menor dosis de angustia. Algunos géneros –como la novela, muy moderna, muy joven, de dos siglos o tres– que todavía están buscándose, están muy cerca de esa realidad histórico-política. La ironía, la sátira, la revisión de esos modelos sociales, religiosos, etc. son los que, a mi juicio, más cerca están. El ensayo literario de algún modo; el político por su puesto que sí, pero es un tipo de literatura que no hago. En mis cuentos trabajo más con la fantasía, casi nada tiene que ver con la realidad inmediata o con lo autobiográfico.

¿En qué condiciones aparece la inspiración? ¿Dónde y cuándo escribes?

Mi hora predilecta para escribir es por la noche, digamos de once a dos de la madrugada, por la dinámica de mi vida. También puedo escribir por las mañanas, las tardes son insoportables para eso. Aunque, cuando hago artículos periodísticos para Cuba Literaria, debo escribir a toda hora. No creo mucho en el factor inspiración propiamente, muchos amigos dicen que soy un escritor muy frío, muy premeditado, porque razono mucho la literatura. Una novela la voy armando matemáticamente como un relojito, a veces la redacto en seis o siete meses, pero ya me he pasado años preparando ese muñeco. Me pasa también con algunos cuentos, incluso, con los libros de poesía, que los concibo como grandes catedrales que llevan un ladrillito por aquí y otro por allá. Claro que a la hora de escribir hay improvisación, dejo que salgan cosas menos objetivas. La inspiración pudiera ser una idea que me parezca buena para, a partir de ahí, armar el edificio.

¿Cuáles son tus influencias?

Tengo muchas influencias, me he pasado la mayor parte de mi vida leyendo. Si tuviera que nombrar autores predilectos mencionaría a los grandes, Dante, Shakespeare, Dostoievski, Baudelaire, Martí… También las predilecciones literarias cambian con el tiempo, ahí han entrado y salido algunos autores, aunque los que he nombrado son inamovibles.
En sentido general respeto mucho la buena literatura. En Dante, por ejemplo, admiro la majestuosidad de La Divina Comedia y esa gran catedral que armó. En Shakespeare admiro su cotidianidad. En Dostoievski, la penetración psicológica de sus personajes, cómo era capaz de llegar hasta el fondo de las miserias humanas en dos o tres oraciones. En Baudelaire admiro su morosidad y su forma de revolucionar, o sea, cómo dejó entrar “el mal” en la literatura. De Martí, su proyecto integrador, político, social-literario. Es decir, admiro autores en conjunto y pequeños detalles de muchos autores.

¿De qué manera se revela para ti la salud actual de la literatura?

Cuba, a mi juicio, hace muchos años que no da grandes autores. De primerísima línea creo que han habido muy pocos que nacieran en la segunda mitad del siglo xx. Fue un país de grandes: Heredia, la Avellaneda, José Martí, Julián del Casal. En la primera mitad del xx también estuvieron Guillén, Lezama, Carpentier, Feijoo. Ahora sabemos de poetas, narradores, ensayistas, pero me da la impresión de que no ha habido quien alcance aquella dimensión.
En cuanto a los jóvenes, hay muchos, y muchos publican. Esto es bueno por una parte y malo por la otra, porque favorece a muchas personas con devaneos. Aunque, al final todo es saludable, que el tiempo se ocupe de organizar las cosas. A nivel de producción global saldrán grandes autores, incluso, con una realidad complicada, cambiante, convulsa. Hemos estado en velocísimos cambios sociales que han generado esa angustia ontológica; por otro lado hay cosas saludables como el alto nivel de instrucción que hay en Cuba. Que las personas accedan mejor a la literatura, facilita que la gente pueda escribir mejor. Están creadas las condiciones, lo que habría que tomarse tiempo.

¿Cuántas publicaciones tienes hasta el momento?

Tengo como ocho libros de poemas, dos de cuentos, dos novelas, dos volúmenes de traducción, dos libros de ensayo, más uno que está por salir y otro que se presentó en la pasada Feria del Libro. Estoy satisfecho con todos y con ninguno. Son libros de distintas épocas y fueron lo mejor que pude hacer en cada momento. No los volvería a tocar porque son de aquella época. Hay autores que yo respeto, por ejemplo Juan Ramón Jiménez, que acostumbraba a reescribir infinitamente sus poemas. Yo, a quien haga esto, lo respeto. Pero creo que la literatura es más una forma de testimonio, uno es testigo del milagro de existir y ese testimonio lo va dejando a medida que lo va haciendo. No creo que sea muy sensato para mí reescribir continuamente mis libros, por eso escribo cuidadosamente, lo mejor que puedo. Cada libro es el testimonio de una etapa, de una forma de ver el mundo, de un momento, de la persona que soy en ese momento y, claro, después no lo podría volver a escribir porque sería la historia de nunca acabar. Es como la aporía de Aquiles y la Tortuga, nunca el libro me alcanzaría o yo alcanzaría al libro ideal y, por tanto, los voy dejando. A algunos les tengo más afecto. Hay un pequeño poemario para mi hija que me gusta mucho, por sus características literarias y por lo que significa para mí. Otros me han dado alegría, éxito de público, diálogo con los lectores, y otros me han dado disgustos.

¿En cuántas lecturas has participado? ¿Cuál es para ti la acogida que se le brinda a la lectura?

He estado en cientos de lecturas, unas bien organizadas, otras mal, unas con buen público otras no. Trato de leer lo mejor que puedo. De las lecturas más simpáticas hay una que hice en México, en una plaza donde había un concierto de rock, una lectura sui géneris, es de las que más me han impactado, pensaba que la gente me estaba escuchando, el público era hippie, tipos con pelo largo, tatuajes… y cuando me bajé de la tarima vinieron unos personajes que, efectivamente, no sólo escucharon sino que tenían cosas que opinar. De las más desastrosas fue la que ocurrió como en el 89 ó 90, en el café teatro Bertolt Brecht, con un público de intelectuales prestigiosos, cineastas. Fue corta porque todo el mundo bebía, conversaba y supongo que rogaban para que se acabara la lectura, pusieran música y empezar a bailar, fue de las peores experiencias.

¿Cuáles son las personas que más te han ayudado en tu carrera?

Esta ha sido una carrera muy complicada porque provengo de una familia de origen campesino y la literatura no es el fuerte. Tardaron mucho en convencerse en que más que una vocación era un destino, y muchos todavía no lo han hecho. Ahora es más suave porque salgo en televisión, tiene más que ver con la farándula pero bueno. Mi madre me ayudó mucho, aunque no es una persona de mucha instrucción sí ha leído mucho, me ayudó de forma práctica. Los escritores necesitan una especie de retaguardia, aunque no en el sentido de tener esclavos, porque soy una persona muy independiente en muchos aspectos de mi vida. Pero sí hace falta un apoyo de alguien que cubra determinados sectores que tú no puedes atender o que, si les dedicas tiempo, va en detrimento de la producción literaria. Mi mamá se ocupó durante mucho tiempo, pero actualmente vive bastante lejos de mí y esta es una labor que ha asumido mi suegra porque, claro, como vivo con otra escritora, mi suegra ahora tiene sobrecarga. Entonces, profesionalmente, Susana me ayuda mucho, revisa mis textos, yo bromeo con ella y le digo que en algunos casos sólo ella y el editor se lo van a leer. También me han ayudado amigos y profesores universitarios muy importantes, Juan Ramón González, Arnaldo Toledo, Carmen Sotolongo, personas que fueron o han sido profesores de la Universidad de Las Villas, donde estudié. Y poetas como Roberto Manzano, Rafael Almanza, Enrique Saínz, Ricardo Riverón, Virgilio López Lemus, César López, intercambio con ellos y les escucho consejos.

Supón que no fueras lo que eres, ¿qué oficio te gustaría haber tenido?

Me hubiera gustado ser músico, concertista de guitarra clásica o flamenco

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