No habla la devoción profesada por el autor a Liuba María Hevia cuando asegura que el realizado en el teatro Tomás Terry, de Cienfuegos, fue auténtico concertazo. Sensibilidad, armonía, diversidad melódica, un depurado trabajo artístico (el previo, de investigación biblio-musical y acople con la actriz invitada; el final, ese expresado sobre el escenario), puro realce sonoro, luz, fe desgranada en canciones, joie de vivre… En fin, esta mujer posee cosmos mágico tal, que yergue al espíritu hasta en los momentos más difíciles.
La cantautora dividió su recital en par de grandes capítulos. En el primero, se hizo acompañar por una piedra fundacional de la actuación revolucionaria en Cuba: Verónica Lynn, grande en la televisión, las tablas y el cine; imbatible en el panteón de las malvadas históricas de la pantalla chica, mediante la Doña Teresa Guzmán, de la telenovela Sol de batey. El segundo resultó un solo con alguna de sus canciones imprescindibles, si bien no fueron todas y el público -no tan abundante como con Carlos Varela o Descemer Bueno, mas cómplice y atento-, aún añoraba más tras el cierre del tema final, La Habana en febrero, sin importarle las casi dos horas del espectáculo.
En esta actuación aquí -parte de la gira nacional por sus tres décadas de vida artística-, la Hevia no trajo de balde consigo a la Lynn, Premio Nacional de Teatro 2003 y Premio Nacional de Televisión 2006; sino para fraguar música de la poesía y poesía de la música, bajo el propósito temático cardinal de homenajear a la mujer creadora. En realidad rindieron tributo, estimo, a todas las mujeres, porque el hecho de crear es consustancial al sexo femenino. Lo anterior habla de la humildad de la artista, quien no emprendió ejercicio de auto-ofrenda por sus 30 años sobre el escenario; en cambio, articuló acto de entrega a otras. Instante sentido cuando, por la pantalla de fondo, se yuxtapusieron las imágenes de dos seres muy queridos para la compositora e intérprete: su madre biológica y su amiga/colega Sara González.
Liuba y Verónica le pusieron voz, envuelta en corazón, a versos de Dulce María Loynaz, Flor Loynaz, Carilda Oliver Labra, Fina García Marruz, Mirtha Aguirre, Ada Elba Pérez o Reina María Rodríguez. La empatía entre ambas artistas fluyó en esta operación vindicatoria a dos gargantas al excepcional, e injustamente relegado, patrimonio poético, mediante dramaturgia tan sencilla como efectiva. Por eso, por poner en su lugar, salvaguardar, se preocupó -de hecho siempre ha sido así- Liuba en sus interpretaciones en solitario. Lo hizo con la casi desconocida música para adultos de Teresita Fernández (Con acero de tu alma), o la de María Elena Walsh. Además, interpretó a Martha Valdés (Aunque no te vi llegar) u otras cimeras autoras hispanosignantes.
Integrante del Movimiento de la Nueva Trova desde los 80 tempranos, Embajadora de Buena Voluntad de la UNICEF (su obra dedicada al público infantil es un cuerpo autónomo merecedor de todo encomio; en junio presentará su álbum Liuba canta a Teresita) y autora de doce fonogramas, ella comprometió la emoción del público al entonar sus ya clásicos Alguien me espera, Tu amor es el canto mío, Si me falta tu sonrisa e Ilumíname.
En entrevista bien fresca, confesó: “soy una mujer privilegiada: puedo levantarme todos los días y decir lo útil que me siento a partir de lo que hago. Eso es algo que agradezco a la vuelta de estos 30 años, la necesidad infinita de aprender. Creo que ahí reside el misterio de vivir, en la búsqueda permanente de una respuesta que da fuerzas para crear todos los días”.
Canciones como las interpretadas, u otras de no menor connotación incluidas en su repertorio, devienen también respuestas con acento dirigidas en saeta a activar el mecanismo de acción intelectual de esta mujer creadora quien, a sus seis lustros en la escena, cantó para todas aquellas capaces de compartir su pasión y aquellos que le ponderamos esa dicha/capacidad/don.
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