Literatura: una asignatura para el alma

“… el adulto es mudo con relación al niño. Y es mudo porque es sordo.

Entonces, como es incapaz de escucharlo es incapaz de decirle”

Eduardo Galeano

Se dice que la educación es una larga empresa en la cual los adultos tratan de llevar a los niños a su nivel. Pero en ocasiones se convierte en un constante empeño por cortar sus alas para obligarlos a caminar en vez de volar. La literatura podría ser el remedio para este mal. Debería ser esa asignatura que llegue a los niños como un aliado tan fuerte, que les enseñe a su vez que no siempre dos más dos es cuatro, que el sueño es a veces más sabio que la experiencia y la ilusión más verdadera que la realidad.

La literatura, como vía de aprendizaje, exige su total participación en el programa básico de Educación, pero su inclusión en el proceso de enseñanza Infantil y Primaria demanda un tratamiento alejado por completo del concepto de asignatura convencional.

Por esta razón debemos preparar cuidadosamente a los maestros para asumir también la tarea de mediadores literarios, no sólo por el enorme valor formativo que encierra la literatura, sino por el inmenso placer que proporciona y porque es una necesidad vital para la subsistencia espiritual humana.

La Literatura Infantil, como toda literatura, tiene su función más valiosa en ofrecer el entretenimiento y deleite por sí mismos. Más allá de cualquier otra finalidad estrechamente formativa, su función primaria es puramente estética, la de promover en el niño el gusto por la belleza de la palabra y el deleite ante la creación de mundos de ficción.

Por otra parte, constituye un excelente medio, a veces el único, de ofrecer en un lenguaje de símbolos, respuestas gratas a la problemática existencial del niño en su desarrollo evolutivo hacia la madurez.

Estas razones justificarían sobradamente su presencia insustituible en la escuela si entendemos la educación como algo más que mera instrucción, fábrica anticuada de transmisión de conocimientos, porque el niño siempre ha sabido defenderse de las lecturas edificantes y últimamente se ha hecho frecuente la insatisfacción y el promedio de aptitud en los objetivos académicos ha alcanzado, en la actualidad, alarmantes cifras, poco satisfactorias.

A esos argumentos también súmense muchos otros cuyo sentido pedagógico, resulta indiscutible: el descubrimiento de sí mismo y del entorno, el conocimiento de nuevas situaciones y culturas; el encuentro con un lenguaje inédito y sugerente; la aproximación de la escuela a la vida así como a la tradición popular mediante la utilización del folclore; entre otros…

Prueba suficiente de que con la literatura también estamos educando. Enriquecemos el pensamiento del niño, ampliamos su experiencia, ayudamos a aumentar su vocabulario, estimulamos su expresión, fomentamos su creatividad. De esta forma se expone la larga lista de virtudes que hablan del papel de la literatura en el proceso educativo y, por tanto, de la importancia de su reconocimiento en las más tempranas etapas de la escuela, porque como dijera Fernando Savater, si desapareciera la literatura no perderíamos un arte, sino el alma.

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