El pasado 16 de marzo celebramos los felices 75 años del maestro Frank Fernández. Hermosos textos como el aparecido en este periódico nos acercaron a su vida y a su tenacidad, y lograron, ineludiblemente, hacernos sentir orgullosos de esa herencia musical. Quiso la vida que compartieran el mismo día de cumpleaños él y la Reina de la Música campesina en Cuba, Celina González, quien fuera además su gran amiga y compañera de mil batallas. Pero me sorprendió que ese día muy pocos medios de comunicación hablaran de ella y lo que hubiera sido su cumpleaños 90.
No soy de los que profesan una ortodoxia radical hacia el pasado ni tampoco reniego el futuro ni sus tendencias transgresoras, pero sí abogo por el franco equilibrio entre uno y otro, elementos esenciales en la dialéctica y que desde inicios de la civilización humana han devenido precepto de tribus, ciudades y países: sin pasado no hay futuro posible. Y no es nuevo para nosotros este tipo de olvidos, bien sea porque no es noticia de moda o prioridad institucional, lo cual construiría un fatal escenario, de ser así.
Nuestra música genera muchas noticias, pero ante figuras como Celina debemos tener el tino –y la obligación– de la salvaguarda, cueste lo que cueste de su recuerdo y su legado, para entretejer un discurso coherente con nuestra mezcla musical, donde unos y otros puedan convivir, amén del estilo escogido. Precisamente esto ha sido punto débil en dicha ecuación, al no estar visibilizados muchos estilos en nuestro panorama mediático y relegar entonces el recuerdo o continuidad de los mismos de forma personal, dígase el empeño de su familia en tales fines.
En este aspecto, la música campesina ha sido una suerte de Cenicienta a pesar de contar con exponentes jóvenes que mucho le aportan, o con la dedicación de cultores como Luis Paz «Papillo» en enrumbar a los niños mayabequenses en estas tradiciones. ¿Pero y los íconos, los ancestros, los clásicos? Dígase Ramón Veloz, Coralia Fernández, El Jilguero, Mercedes Sosa, Eduardo Saborit, Celina y Reutilio, Adolfo Alfonso, Justo Vega… ¿dónde están sus cuadros, esculturas, parques? El pasado año conocí la ciudad colombiana de Valledupar, cuna del vallenato, y palpé el orgullo local –y nacional– por sus íconos y juglares: Emiliano Zuleta y Lorenzo Morales, a través de una plaza dedicada a todos los padres del género que, acoto, es lugar de constante peregrinación. Acto seguido imaginé lo mismo en mi Cuba donde estuvieran mi Celina y mi Coralia, mi Justo y mi Adolfo, todos sin excepción.
El honrar y recordar a los clásicos de nuestra música campesina tiene que gestarse de manera íntegra, y traspasar el umbral que hoy posee, unificando inclusive el campo de la musicología cubana que tanto ha aportado al género: recordar a Argeliers León y a María Teresa Linares, quienes en épocas tan lejanas y de forma altruista gestaron una labor de clasificación y documentación admirable de expresiones musicales rurales y campesinas en todo el país.
Esto, unido a otros trabajos investigativos y educativos de años recientes a cargo de Sonia Pérez Cassola, que han sido llevados al fonograma a cargo de Bis Music por ejemplo, como el proyecto Orto Decimante, deben ser tenidos en consideración. Pero faltan discos, audiovisuales, videos clip, libros, biografías, programas especiales y campañas de promoción a pesar de que hay cultores, laudistas y treseros, y la tradición no cesa. Solo es menester apoyarla y sentirla, grabarla y hacerla notar. Por lo pronto, es mi deseo que estos 90 años de Celina no pasen inadvertidos. Sería un error imperdonable.
(Tomado de Granma)
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