Se lee a Onelio Jorge Cardoso (Calabazar de Sagua, 1914–La Habana, 1986) de susto en susto; no se sabe detrás de qué recodo del texto nos asaltará la frase insólita, por hermosa, por inesperada y también por exacta: «sonrió blandamente bajo la luna», «vi que tenía toda la cara llena de risa», «me dormí (…) desde el fondo del pensamiento hasta la yema de los dedos».
Hay, no obstante, una cualidad muy natural en ese modo con que asombra desde la palabra; nada huele a artificio, no se ven las costuras. Sus cuentos tienen toda la eficacia de la que es capaz el género, golpean en el centro de la sensibilidad.
Onelio sabía del mundo donde «un pobre es la herramienta». El ámbito rural se mostró en sus letras con toda crudeza y originalidad, y el lenguaje se sacudió de lugares comunes, usando la desenvoltura de la oralidad, pero dando un paso más allá, hacia lo poético.
No abandonó ese camino tras el triunfo de la Revolución. Continuó inmerso en el entendimiento de la gente llamada común, en sus nuevos escenarios, y sin didactismos; hasta llegar a presentar lo fantástico como si fuera materia de todos los días, tal como aparece en ese cuento insoslayable que es Francisca y la muerte.
Como apuntó el escritor Rogelio Riverón en el prólogo de los Cuentos de Onelio (Letras Cubanas, 2014), aquel que nos recordó que «el hombre siempre tiene dos hambres», ostentaba un profundo conocimiento del ser humano, de ahí que compongan la obra de este «indudable maestro de la narración breve», «cuentos realistas, de prosapia humilde y un efecto simbólico nada superfluo, de algunas constantes desarrolladas con inteligencia y con fervor: la esperanza, la mujer, la tenacidad, los niños».
Del universo femenino estremecen, además del de Visia, los destinos trágicos de Leonela y Estela. De la terrible violencia sobre los niños y la familiar, qué mejor alegato que Los metales o El hilo y la cuerda, donde la opresión íntima de los personajes la siente quien lee en carne propia.
No en balde, Onelio –de cuyo nacimiento se cumplen 110 años hoy– es el nombre de la más importante escuela de escritores que existe en Cuba (el Centro de Formación Literaria homónimo). No en balde, porque leerlo es una expedición hacia la ética, la entraña humana, y la pericia técnica, tan elevada que no cabe en ella asomo de pedantería o mera exhibición erudita.
Para hacerle justicia hay que tomarle prestadas sus propias palabras sobre Juan Candela, y asegurar: «aun en piso bueno, después de comer y en cualquier latitud del mundo, no es posible dejar de oír la maravillosa palabra» de Onelio Jorge Cardoso.