“La dignidad es como la esponja; se la oprime, pero conserva siempre su fuerza de tensión”. José Martí.

Una situación que plantea todo el proceso de la Cultura hasta el triunfo de Enero de 1959, es el estatus neocolonial del país. Tan sólo durante el período entre 1898 y 1923, es que se produce el tránsito de la etapa colonial a la neocolonial, instrumentado mediante la Enmienda Platt –devenida Tratado Permanente de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos–,ademásdel mal llamado Tratado de Reciprocidad Comercial, de 1903, los sucesivos gobiernos interventores y los ciudadanos de la Isla plegados a los designios e intereses del imperialismo estadounidense y de sus aliados de toda la Isla.

Desafortunadamente y, como era de esperarse,teniendo en cuenta la posición de cada uno de los gobiernos imperiales ante los constantes triunfos del  Ejército mambí frente a los colonialistas españoles, la intervención de Estados Unidos en la guerra frustró el proceso de más de treinta años de contienda revolucionaria independentista de Cuba al igual que la realización del Ideario martiano.

Al respecto, un inolvidable pensador, político revolucionario y ulterior diplomático como Raúl Roa García, planteó:

“(…) El poder nacional –gobierno, parlamento, judicatura, prensa–, opera bajo la sujeción inmediata de la oligarquía, instrumento dócil, a su vez, de la dominación imperialista, que le otorga jugosa participación en sus dividendos y márgenes, y estaba constituida por latifundistas, la gran burguesía industrial azucarera y la burguesía comercial española importadora, interesados por igual en el aseguramiento de la dependencia externa y del anti desarrollo nacional (…) La oligarquía y sus apéndices asumiríanuna ideología reaccionaria y un estilo de vida que se traduce en mimética modalidad del American Way of Life: abolengos comprados, dispendios insolentes, clubes exclusivos, colegios privados, saraos rumbosos, ignorancia acicalada, casinos de juego, prostitución de alto copete, misa a las doce. Y, rindiéndole pleitesía, pululan en su periferia tribunos flatulentos, croniqueros cursis, poetastros envilecidos y escribas mendaces. Su arremetida contra la tradición revolucionaria, la Cultura nacional, la identificación de la Nación consigo misma, la conciencia de su propia situación y los valores éticos acumulados por el pueblo, se proponía disolver el sentimiento patriótico, sacralizar la dependencia a Estados Unidos e instituir un pensamiento político apologético de la estructura dominante del poder”.

De esa primera generación de intelectuales martianos estarían siempre presentes –en publicaciones periódicas, libros, en la Convención Constituyente y en el Senado–, como decididos luchadores contra el neocolonialismo implantado en Cuba pilares mambises como Salvador Cisneros Betancourt, Enrique José Varona, Manuel Sanguily, Enrique Collazo, Esteban Borrero, Juan Gualberto Gómez y Jesús Castellanos, entre otros.

Acerca de ellos, Roa reafirmó que “en aquella que debió ser coyuntura de combate popular por la supervivencia de la Nación acogotada, eran la voz y la conciencia de las generaciones insurrectas (…) En relación directa con los intelectuales sobrevivientes de la generación mambí o en desvelado contacto con sus libros, irán formándose, poseídos de angustiosas desazones por el futuro incierto de Cuba, los escritores de auténtica valía de la nueva generación. Cuando empiezan a dar señales de vida propia, se han trazado ya un quehacer concreto: la redención nacional mediante la difusión de la Cultura, la competencia en la administración pública y el ejercicio de la virtud doméstica contra la injerencia extraña”.(2)

Así, la inquietud y frustración de aquella primera generación de la intelectualidad cubana se observa en obras como: el poema Mi Bandera, de Bonifacio Byrne, y el soneto La más fermosa, de Enrique Hernández Miyares, por citar tan sólo dos ejemplos de, entre muchos, incluidos discursos de connotados escritores y tribunos como Manuel Sanguiley.

El poema de Byrne, escrito al regresar de su exilio, profundiza en el sentimiento del pueblo ante la intervención extranjera –al ver ondear dos banderas, la cubana y la norteamericana, en el Castillo del Morro–, mientras que el soneto de Hernández Miyares, se dirige al discurso de Manuel Sanguilypronunciado ante el Senado de la República oponiéndose a un proyecto de ley que impondría a Cuba un oneroso Tratado de Reciprocidad comercial con el vecino del Norte.

A continuación, acerca de nuestro Canciller de la Dignidad Raúl Roa García, y con motivo del Aniversario 110 de su Natalicio, reproducimos fragmentos de una intervención del prestigioso intelectual cubano Fernando Martínez Heredia, realizada en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

“(…) Es justo llamar a Roa canciller de la dignidad, pero es totalmente insuficiente para caracterizarlo. Raúl Roa fue un extraordinario pensador político cubano, uno de los más importantes del siglo XX, y un exponente muy destacado de la posición del socialismo cubano.

“(…) La primera de las tres etapas que advierto en su vida política e intelectual es la de la Revolución del 30. Roa abrazó los ideales del comunismo, militó en una de sus organizaciones, el Ala Izquierda Estudiantil, y siguió la línea política de la Internacional. Lo cierto es que la organización política a la que Roa se debía no fue una alternativa de poder durante aquella revolución, ni participó en coaliciones que lo ejercieran o estuvieran próximas a hacerlo. Esto, y los largos períodos de clandestinidad y de encarcelamientos que vivió el joven revolucionario, hicieron que sus labores más relevantes fueran las de agitador, ideólogo y pensador. Por sus cualidades personales, pronto alcanzó en esos terrenos un papel destacado. Aunque se reclama muy militante en sus textos, y los define como expresión del colectivo al que pertenece, reina en los escritos de Roa una expresión individual lograda, que lo identifica. Los rasgos de sectarismo y la estrechez de ciertos juicios políticos que pueden hallarse a lo largo de esta obra suya, chocan con los propios anhelos políticos del autor, sus experiencias y la conciencia que va formándose, y también con su amplitud de criterios y su brillantez intelectual.

En la práctica Roa nos brinda combinaciones muy ricas –y a veces forzadas– entre el espíritu juvenil y los eventos más concretos y asibles, por una parte, y las referencias a la estrategia de las clases sociales antagónicas enfrentadas, o, por otra, interpretaciones en las que asoma una Razón histórica destinada a realizarse. Conviven en sus narraciones y reflexiones la materia real de la que se hace la historia –la actividad y la subjetividad de los seres humanos, y sus condicionamientos–, con los ideales y las consignas de su bandería, y con los ríos profundos de su país natal. Pinta a sus hermanos de ideas y organización como un grupo maravilloso de jóvenes, pero también asume para calificarlos la definición del partido: “la vanguardia de los estudiantes pobres y medios”. Sin embargo, al narrar las acciones y los sufrimientos, y los hechos de los héroes y mártires, alaba por igual a aquellos hermanos de lucha que considera víctimas de la ideología burguesa, y les llama a todos camaradas (…) Dice Roa de José Martí algo que cabe enteramente decir de él: “Todo el que cumple ampliamente con su tiempo, lleva en sí una partícula de eternidad”.

(1) José Martí. O.C. Folleto Guatemala, México. 1878. T.7, p.140.

(2) Sonia Almazán/Mariana Serra. Cultura cubana, siglo XX. T. 1. Editorial Félix Varela. La Habana, 2006.
(Tomado de Cubarte)

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