Por:Melissa Cordero Novo.
15 de diciembre del 2010
Cienfuegos tiene -en sepia- un escenario de victoria.
Siglo XIX. Corría el año 1895, año de insurrecciones y epopeyas mambisas. La guerra necesaria hizo coincidir en Cruces a dos gigantes con machetes en los dientes y el pensamiento.
Maceo y Gómez dilapidaron a las columnas españolas con solo levantar las manos. Fue una de las batallas más importantes de la invasión hacia Occidente. En el centro sur de Cuba se alzó Mal Tiempo con un rostro que sabía a victoria.
En realidad, el tiempo nunca fue malo para las tropas cubanas, el combate solo le arrebató cuatro vidas, 147 a los hispánicos, quedando franqueada la entrada a la provincia de Matanzas. Bastaron tres horas para el éxito mambí, para recolectar más de 200 fusiles, municiones, caballos y un botiquín médico. Quedó deshecha la moral de los españoles, roto el mito de la inmunidad de sus cuadros, pisoteados sus intentos por detener la furia que subyugaban.
Cruces era una zona bendecida por la magia azucarera e injuriada por el ejército colonial (de 8 000 a 10 000 soldados), que había sembrado en aquel sitio un importante centro de operaciones militares.
En la mañana del 15 de diciembre, varias tropas hispánicas se desplegaron, como hormigas, desde el Cuartel General de Las Cruces, posicionándose en distintas zonas del territorio. Alrededor de las 10 de la mañana del propio día, las caballerías mambisas llegaron al Central Teresa, que estaba dispuesto para comenzar a expeler azúcar y melado. Los invasores hicieron una fiesta de fuego en los cañaverales, mientras que la guarnición hispánica del ingenio se limitó a contemplar el espectáculo.
Varios españoles merodeaban ya la zona de Mal Tiempo, buscando, como perros sabuesos, cualquier huella cubana. Se escuchó un disparo. Provenía del centinela de un grupo de patriotas locales, que habían divisado, a menos de 500 metros, a las hordas mambisas. El suceso puso en alarma a ambas partes. Cuando la extrema vanguardia cubana se percató de la situación, desplegó su guerrilla, dando un giro a las órdenes que traía. Los españoles lograron organizarse en cuadros de defensa e hicieron fuego.
“A la carga” fue la orden de Maceo tras escuchar los disparos, pero una zanja y una cerca de alambre impidieron su rápida incorporación a la ofensiva. El Regimiento Céspedes aunó sus fuerzas a las del Titán de Bronce para derribar la alambrada. Al mismo tiempo, un escuadrón villareño, dirigido por el General Serafín Sánchez, ingresa, tal huracán, en el sector contrario a la cerca, infiltrándose dentro de la línea española. Máximo Gómez también atacaba.
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