Por: Página Web Granma.
9 de marzo de 2012.
Desde que apareció en una edición de la Bienal de La Habana con su retadora Regata, Alexis Leyva Machado (Kcho) irrumpió en el panorama de las artes visuales cubanas como una tromba grávida de inquietantes augurios.
Quizás a algunos pudo dar la impresión de que las balsas de Kcho se remitían solo a circunstancias inmediatas —una época signada por el éxodo de cientos de cubanos que en precarias embarcaciones enrumbaron al Norte estimulados por la agresiva política de Estados Unidos y acicateados por la crisis económica de los 90—, en todo caso condescendían a considerar la obra como resultado del ímpetu juvenil.
Pero los más avisados advirtieron que se trataba de la entrada a escena de un artista original, con ideas asentadas en convicciones estéticas muy particulares.
Kcho comenzó a construir entonces, y ha terminado por desarrollar, una serie de metáforas sobre el viaje como acto de transgresión y búsqueda, de cuestionamiento y afirmación. Viaje al interior de sí, antes que tránsito exterior. Ulises dividido entre la promesa de Ítaca y la más íntima migración espiritual. El viaje como fuga y destino a la vez.
Lo ha dicho desde su fina y honda percepción poética Miguel Barnet: “El artista nos ofrece, con íconos de una cubanía feroz, un sistema de símbolos que nos hace pensar, que nos devuelve a nosotros mismos, que nos lleva a la tierra, que es lo mismo que hacernos conscientes de nuestra inescapable realidad”.
Esa percepción puede ser compartida —y también rebatida, por qué no, pues el creador no tiene toda la verdad en la mano; de hecho se advierten momentos de reiteración e inflexión en su discurso— por todos los que asciendan hasta la última planta del Gran Teatro de La Habana. Allí Kcho despliega una reconstrucción retrospectiva de sus realizaciones en la exposición Sacrificio en la encrucijada, en la cual, por cierto, rescata para las artes plásticas un privilegiado sitio de exhibición.
Kcho repasa en ese espacio hitos fundamentales de su trayectoria artística en esa vertiente que apuntábamos. (Vale decir que Kcho no solo atraviesa el eje temático del viaje; habría que considerar en otra instancia sus desafíos a la gravedad, sus búsquedas de la espiral infinita, sus utopías constructivistas medio inspiradas por Tatlin, medio inspiradas por Lam). El recorrido abarca doce estaciones —instalaciones de muy diversa factura— que ha ido transitando desde Memoria construida —idea germinal que se fue fraguando a partir de 1989; ahora exhibe sus cuadernos de apuntes, el trabajo en progresión (work in progress)— hasta la que da título a la muestra, cuya noción de la fragilidad y lo efímero sobrecoge.
No voy a comentar cada una de las propuestas del artista, pero me parece pertinente compartir la lectura de una de ellas a modo de aproximación a la poética de Kcho. Escojo a propósito El David. Inicialmente fue concebida en el 2009 para ser instalada en el mar, integrada al paisaje costero.
El artista ofrece tres perspectivas. La más inmediata nos remite a una instancia material: un muelle de madera, que el espectador puede transitar lo mismo que el pescador o bañista o el simple oteador de horizontes. Pero desde la altura, la estructura de madera se divisa como una figura humana geometrizada. Complementada por la continua proyección de un video que documenta la localización y los usos del proyecto original, al espectador corresponde establecer analogías —no solo con el célebre símbolo escultórico de Miguel Ángel— y adentrarse en el laberinto de un discurso polisémico, en el que solo él, con sus vivencias y referencias, puede extraer conclusiones. Esta realización de Kcho revela por un lado la capacidad imaginativa e inductiva del artista y por otra la condensación de elementos expresivos. Entonces cobran verdadero sentido las palabras que escribió otro poeta, el panameño Manuel Orestes Nieto, cuando dijo: “Tengo la certeza de que Kcho, precisamente por la fuerza reflexiva que le caracteriza y los grandes morteros donde muele sus creaciones, con el virtuosismo de arrancarle dinámica propia, velocidad a una propela de trasatlántico, sabe que está lidiando con tiempos cruciales, en la encrucijada y en una isla donde no puede permitirse el lujo del extravío”.
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