Por: Antonio E. González Rojas.
23 de mayo de 2011.
Durante los días 18, 19 y 20 de mayo, el Centro de Documentación y Sala de Historia Yolanda Perdiguer, del Teatro Tomás Terry, de Cienfuegos, acogió el ciclo de debates pluridialógicos Cine Cubano: La Pupila Insomne, motivados por la visita a la ciudad del crítico e investigador camagüeyano Juan Antonio García Borrero, invitado por la filial provincial de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), con el apoyo del comité de la UNEAC.
Dotado de una apacibilidad casi pasmosa, por lo inusual de hallar en el exaltado y tenso espíritu cubano una paz interior casi oriental que lo rodea como aura casi palpable, este estudioso del devenir cinematográfico nacional, comentó hacia las conclusiones de los nutridos encuentros, que lo más significativo de estos días de nítidos intercambios intelectuales (partiendo desde los temas Cine, historiografía e icaicentrismo; Diez películas que estremecieron a Cuba y la discusión de algunos capítulos del proyecto de libro Hasta cierto Titón. Apuntes para una biografía en construcción de Tomás Gutiérrez Alea) comenzaría a partir del regreso a su tierra agramontina. Satisfecho quedaría si el ejercicio de la opinión y el pensamiento derivado del debate diáfano, ético, respetuoso de las verdades y posturas individuales, diversas hasta el antagonismo, pero nunca excluyentes, generara en los participantes la necesidad de regularizar encuentros, enriqueciéndose los acervos con los inexplorados saberes del otro, incompletos todos, válidos todos, cual multidimensionales ladrillos gnoseológicos que integran el universo desde sesgo democritiano.
Aunque la repleta salita del Terry repleta es todo un triunfo en una ciudad donde es muy difícil congregar grandes grupos humanos en pos del conocimiento complejo y su discusión, si la construcción conjunta de la verdad ejercida durante esas horas vespertinas (18 y 19 ocurrieron los encuentros a las 3:00 PM) y matutinas (20 a las 10:00 AM) fenece a su vera, pues fracasaron en gran medida todos los esfuerzos involucrados. García Borrero manifestó entonces que deseaba, con su obrar escrito y oral, recuperar y revalidar la muy perdida costumbre del debate franco ejercido desde la consciencia participativa de los intelectuales, de los ciudadanos que piensan su nación en todas las dimensiones que alcance a abarcar por interés y según su sapiencia, evitando siempre quedar reducidos a “simples vestales, guardianes de un fuego ya encendido, cuando debemos ser incendiarios, creadores de un fuego nuevo”(*), flama vital cuya perpetua variación/renovación simboliza la perennidad del cambio, acorde las dinámicas generadas por complejas dialécticas de la existencia, como ley primera de la evolución.
La polémica desarrollada sobre cualquier temática debe partir del conocimiento concienzudo de las causas de las cosas, vislumbradas en su justa medida las diversas aristas de los poliedros fenomenológicos que son todo ser humano y toda circunstancia generada por este o sobre este. Debe respetarse la validez a priori (y casi siempre a posteriori) de todas las posturas posibles generadas respecto a un hecho, donde hereje e inquisidor merecen ser escuchados, analizados e imbricados en el siempre incompleto puzzle fáctico. Debe partir también del reconocimiento tácito, muy modesto, de la incompletitud de toda cosmovisión particular/grupal, de su consecuente perfectibilidad y de la naturaleza dual de los sucesos, donde nunca existen algoritmos únicos para despejar las incógnitas, donde siempre existe, al menos, una segunda opción posible.
Este debate, esta participación de las opiniones sustentadas en presupuestos auténticos por su lógica y flexibilidad, al resto de los semejantes, implica la liberación de uno respecto a uno mismo, de Jeckyll contra Hyde, Dorian Gray contra su retrato, de las dos faces antagónicas de Jano. Esta paz en la liza interior debe instaurarse desde la cimentación sólida de las columnas fundamentales del conocimiento propio, bruñidos al máximo los saberes compartidos y validados en sociedad. Un claro inventario de las reservas de coraje, capacidad de diálogo, referentes y argumentos, debe ayudar a fijar el máximo de pascales de incomprensión, impugnación e intimidación que se concentrarán por centímetro cúbico sobre la entereza intelectual y hasta física. ¿Hasta dónde podrá resistirse la claudicación, a la vista de los hierros mostrados al viejo Galileo para disuadirlo de sus peligrosas teorías filo-copernicanas? ¿Hasta dónde será más insoportable ceder a la irracionalidad del absolutismo, para aposentarse en el nido de espinas del remordimiento y la frustración, con el único consuelo del regodeo en la íntima disensión, limitada al eterno susurro de eppur si muove, tan bajo que ni su emisor terminará por oírlo? ¿Quizás, en el peor y más patético de los casos, sólo se logre divisar el lejano fulgor de la Estrella citada por Martí, sin ánimos suficientes más que para (re)acomodarse (y coquetear) sobre las estrías del Yugo?
La postura de aterciopelada pero de diamantina fortaleza, sostenida por un intelectual como García Borrero, colocado desde los avatares endo/exógenos del cine cubano para descorrer los siete obnubiladores velos engarfiados sobre la conciencia, no fue menos que lección inspiradora para quienes poseen el potencial intelectual para discernir iniquidades y bondades, además de temple para defender su derecho a participar en la construcción colectiva de las verdades, de las naciones asumidas como comunidades imaginadas, simbólicas, sobre la que discursó el camagüeyano.
La única evolución posible parece entonces partir de la íntima rebelión contra seculares egoísmos que definen al homo sapiens, de la intensidad conseguida desde la también íntima catequesis en el pensar preconizado por el padre Varela, no en el irracional, intolerante y estrecho fanatismo, o peor, en el oportunismo foucheísta. Y escribo las palabras “única posible”, no por inconsecuencia con los argumentos sostenidos hasta ahora sobre la dualidad y perfectibilidad de los fenómenos, sino porque el implícito carácter de perpetum mobile que define a toda auténtica posición evolutiva, implica a su vez el antiestatismo, la revisión y redimensionamiento constantes que determinan todo proceso dinámico, articulado desde la pluralidad de voces. Para destruir esa muralla tráiganme todas las mentes, pudiera re-escribir Guillén. Si bien la noria histórica colectiva no puede mantenerse en MRUA (Movimiento Rectilíneo Uniformemente Acelerado) por decreto colmenar, sí el fuero interno del intelectual puede sostener el beligerantemente pacífico estado de gracia, conseguido cuando es traspuesta la dantesca selva oscura y se vislumbra la diáfana imagen de uno mismo en el espejo de la virtud martiana. Sólo así se alcanza la calma inmunidad trasuntada por García Borrero y su sincero e incansable obrar, compartido como verdades auténticas que buscan, desde su conciencia incompleta, provocar que otros persigan completarlas con sus verdades, lanzadas sin reservas a la liza de la participación.
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