Gran Taller de Actuación: menguado divertimento teatral del Buscón en el Terry

Simon carlos_buscon

Simon carlos_busconPor: Antonio E. González Rojas.
24 de febrero de 2012.

En la obra Gran Taller de Actuación, del dramaturgo cubano Nicolás Dorr, puesta dirigida y protagonizada por Simón Carlos (junto a Rosa María Medel), con la cual el Grupo Teatral Buscón retornó al escenario del Teatro Tomás Terry en el mes de febrero.



Un inquisidor español medioeval: el Maestro, y una cortesana francesa prerrevolucionaria: la Madame, personifican la intriga, la simulación y la falsedad que lubrican eternamente los engranajes de las relaciones humanas. Encarnados desde una extrovertida y bastante epidérmica farsa, sobre todo por la Medel, devienen suerte de desdoblamiento múltiple de las conciencias abyectas y culposas de los otros cuatro personajes involucrados. Tipos sociales estos un tanto más desdibujados, que se distancian de sí mismos para autoentrenarse en los rudimentos de la impostura y el artificio, en surreal diálogo con sus demonios íntimos.

Articula Dorr con este Gran Taller… una especie de picaresca fábula psicosocial, cuya concepción guiña más de un ojo a ciertas zonas conceptuales y formales del cine inicial de Woody Allen, aunque, sin perder el decoro, devenga una madrugada crítica a la volubilidad oportunista y amoral del homo sapiens, trascendida hace tiempo por más acres y agudos obrares de todas las latitudes y corrientes estéticas.

Las deficiencias conceptuales del texto para nada son compensadas con una puesta en escena que expanda, redimensione y enriquezca sus postulados. La ingenua bufonada aherroja la obra al mero divertimento, valido constantemente de facilistas resortes y códigos de la más llana comedia, como para (más que ganar) suplicar con desesperación, la atención y el interés de los públicos. Redunda todo esto en detrimento de un más adecuado balance y la complementación semiótica, entre texto y dramaturgia escénica.

Entre tanto alarido, manoteo, pataleo, golpe y porrazo, abundantes en cada cuadro, bruscas transiciones entre escenas, más burdas mudas de registros sucedidas en y entre varios personajes (sobre todo en la pareja más joven, que lo mismo se unen al babélico coro, que intentan hacer como que se enamoran, con par de arrumacos y susurros famélicos), y la muy torpe capacidad de desdoblamiento de los actores, poco se adivina del rejuego simbólico concebido por Dorr. Para colmo de males, la más joven de los personajes, en su rebelión final, supuestamente climática, explica que el Maestro y la Madame son sólo proyecciones de las propias conciencias corrompidas de los demás, que la maldad yace en el propio interior de cada persona, etc, etc y etc. Cómo si eso no fuera demostrado paulatina y sutilmente a lo largo de la trama y requiera de explicitación monda y lironda para los espectadores más giles.

El Gran Taller de Actuación, como alegoría de los dobleces humanos que convierten la convivencia social en una perenne representación, se autosabotea a fuerza de confundir lo farsesco con lo ridículo, la extroversión histriónica con la gritería y lo cómico con lo superficial, para una final implosión, que la reduce a una experiencia fugaz.

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