Pablo Neruda puso a Chile en el mapa mundial de la poesía; Violeta Parra en el del canto popular. De uno a otro confín del hemisferio, y mucho más allá, Gracias a la vida adquirió en el tiempo la cualidad de una obra clásica, cantada por muchos, sentida por millones en la intimidad de la memoria, porque justamente su resonancia coral va por dentro.
Qué enorme interrogante dejó abierta esa mujer que en su obra más emblemática agradeció el acto de vivir en toda su complejidad y hermosura y sin embargo un mal día, antes de cumplir 50 años, se pegó un tiro en la sien.
Escribió esa canción en 1965 y con ella abrió un año después el disco de larga duración Las últimas composiciones, cuyo título aludía a la reciente hechura de los temas, y no al cierre de su ciclo vital y creativo, como premonitoriamente lo fue.
Violeta se hallaba de nuevo en Chile e intentaba impulsar un centro promotor de la cultura popular en una carpa levantada en la comuna santiaguina de La Reina, al que las autoridades de la época prestaron poca atención.
Su vida sentimental había sufrido un rudo golpe con la separación de su compañero, el antropólogo y músico suizo Gilbert Favre, a quien los bolivianos conocieron por El Gringo.
Angelito e Isabel, sus hijos, la animaron a reunir en un disco canciones que en contacto con los pobladores de la comuna y los tantísimos colegas e intelectuales que pasaban por la carpa, o compartían tertulias, habían confirmado la madurez poética y musical de la cantautora.
Gracias a la vida resultó, al cabo, la joya de la corona, y la más versionada de sus obras. Entre las más estremecedoras apropiaciones figuran las de Mercedes Sosa, Alberto Cortez, la brasileña Elis Regina, que comparte con la autora chilena un sino trágico; la griega Nana Mouskouri, Chavela Vargas y Rosario Flores; y en Cuba las de Omara Portuondo y Amaury Pérez y Frank Fernández a voz y piano.
Pero en esa compilación grabó otras piezas memorables, como La cueca de los poetas, a partir de un texto de su hermano Nicanor (aún vivo a los 103 años, con el Premio Cervantes a cuesta); Maldigo del alto cielo, Volver a los 17, Rin del angelito, y la deliciosa y de-senfadada Mazúrquica modérnica.
Nunca ha dejado de estar presente Violeta Parra, aunque, obviamente, la conmemoración del centenario de su nacimiento –este miércoles 4 de octubre- aviva esa permanencia.
De diversas formas se registra el itinerario por la geografía chilena y europea: la iniciación en la guitarra, las presentaciones iniciales con tres de sus hermanos, el estímulo recibido de Nicanor para investigar el folclor en todas las regiones, los recorridos junto a elencos circenses, el viaje al Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes de Varsovia, las grabaciones en el parisino Museo del Hombre y la publicación de los libros Cantos folclóricos chilenos (1959) y Poesía popular de los Andes (1965).
La Violeta de sensibilidad política y social no solo es inocultable sino vigente. Cuando el franquismo asesina en 1963 al líder obrero Julián Grimau, responde con una canción demoledora, Qué dirá el Santo Padre. No deben olvidarse ni Arauco tiene una pena, temprano acercamiento a la secular injusticia social sufrida por el pueblo mapuche, ni la diatriba contra la demagogia electoral enraizada en no pocos procesos políticos de América Latina resumida en Miren como sonríen.
Otra Violeta refulge también, la creadora de cuadros y arpilleras. Elevó la artesanía popular a una dimensión artística de primera línea y fue la primera artista de nuestro continente en exponer individualmente en el pabellón del Museo del Louvre dedicado a las artes decorativas.
Infinita e inagotable, quizá la mejor plegaria de este centenario pase por suscribir los versos de Nicanor: «Cántame una canción inolvidable / una canción que no termine nunca. / Una canción no más una canción / es lo que pido. / Qué te cuesta, mujer, árbol florido. / Álzate en cuerpo y alma del sepulcro / y haz estallar las piedras con tu voz, / Violeta Parra».
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