Fruto de Bonsái: intimidades mal cosechadas

Danza tempo cienfuegos

Danza tempo cienfuegosPor: Antonio E. González Rojas.
10  de enero de 2012.

Tan tenue, mórbido, apenas presentido como el fruto de un bonsái, es el septentrión marcado por el compás de una pareja de seres humanos, decididos a navegar por la vida en plena comunión de anhelos y esperanzas.



La delicadeza extrema de este ente cuasi-microscópico lo hace vulnerable a cualquier agresión, por muy mínima que sea, zozobrando la nao espiritual del matrimonio, disuelta antes de llegar al mero fondo oceánico. Esta parece ser la tesis definitiva de Fruto de Bonsái, propuesta con que el colectivo Danza Tempo, arribó al Teatro Tomás Terry el fin de semana recién culminado, bajo la dirección de la bailarina y coreógrafa Jeanette Moreno, quien encarna además el personaje femenino.

La obra en cuestión, aborda la íntima crisis de Marion y Ángel (Jorge Ferrera), quienes ven sumida su relación sentimental en el marasmo de la rutina, la incomunicación y la indiferencia, sumergidos sus pasados anhelos en la molicie, densa como brea. La puesta se sumerge de lleno en las ya no tan novedosas tendencias del espectáculo escénico mundial y cubano, donde la coreografía se mixtura con el drama, salpimentado todo con recursos audiovisuales, más/menos justificados, en pleno volatín sobre la tragicomedia y el surrealismo que emerge hacia el clímax, junto con la sirena que pesca Ángel, en el día de asueto que se toma la pareja, como desesperado recurso para acortar la inmensurable distancia sentimental, abierta entre ellos.

Fruto de bonsái parte de la imbricación de cuadros actuados, que plantean y conciertan la conflictualidad factual, y cuadros bailados, que muestran al espectador aristas más subjetivas, emotivas, de la circunstancia (carente quizás esta yuxtaposición de la suficiente organicidad dramatúrgica), y sí definitivamente discordantes en cuanto al rigor técnico, para beneficio de los segmentos danzarios, en definitivo detrimento del rigor histriónico. Al inicio, las afectadas actuaciones parecen tributar a un registro farsesco, sostenido por escenas de sesgo claramente humorístico, como la escenificación de una disputa matrimonial al estilo de la comedia silente (con intertítulos y todo, proyectados mediante data show), o el flirteo atípico entre diva y paparazzi (también filmado, paralelo a la escenificación en vivo), por las calles de populosa urbe. Pero finalmente, cuando la trama adquiere un cariz más serio, íntimo, el registro interpretativo de la pareja apenas varía, en ingente contraste con las coherentes escenas bailadas, donde queda sentada la solidez técnica de la bailarina, y la correcta destreza de la concepción coreográfica.

Las expectativas creadas por la progresión episódica de Fruto de Bonsái se desmoronan un poco hacia la escena climática, cuando todo el despliegue de recursos estético-conceptuales desemboca en una explícita moraleja, rayana en metáforas caras a la autoayuda más rala. Además, fuera de su apelación en el título, nada durante el desarrollo de las acciones siquiera enuncia la planta artificialmente miniaturizada, símbolo un tanto explícito de la felicidad conyugal, de la precaria armonía entre dos seres humanos, de la perenne atención que necesita esta construcción conjunta de un proyecto vital. Arriba con cierto apresuramiento esta conclusión prácticamente anticlimática, antecedida por un débil intento de interacción con los públicos presentes, muy cercanos a los intérpretes debido al formato de arena en que fueron dispuestas las sillas sobre el propio escenario, careciendo la actuación de la contundencia orgánica que ameritaba un momento trágico como ese.

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