Por: Melissa Cordero Novo.
10 de febrero del 201
Él también nació con una estrella verde en el pecho. Primero, fue pequeña, después iluminó a todo Puerto Príncipe. Camagüeyano, hijo de ricos hacendados, que germinó bajo el cepo y las mismas cadenas de su patria. Por eso, Fernando Figueredo Socarrás no hizo más que entregarlo todo por liberar de los yugos a su país.
En 1864 matriculó en la Academia de Ingeniería Civil en Estados Unidos; pero cuatro años más tarde, al estallar la Revolución de Yara, regresó de inmediato a Cuba para formar parte de las filas
insurrectas. Apenas tenía 22 años. Desde aquel entonces se desempeñó como canciller y secretario del consejo, además de estar siempre al lado de Céspedes, quien lo valoró como su secretario personal.
Debido a esa creciente amistad, el Padre de la Patria le entregó a Fernando antes de su deposición como Presidente de la República en Armas, la escarapela que usaba en su sombrero. Tiempo después, Socarrás se la obsequiaría a José Martí, sin imaginar que el adorno lo acompañaría el día de su muerte (19 de mayo de 1895).
Figueredo concibió nueve hijos junto al espíritu de la manigua, nueve hijos que entregaron sus primeros gritos bajo la diana y el machete mambí. Los sueños de libertad por los que tanto había luchado Fernando, se vieron truncados con las plumas que firmaron el Pacto del Zanjón. Partió de inmediato al encuentro con Antonio Maceo y el 15 de marzo de 1878 alzó su voz en la Protesta de Baraguá. Dos meses más tarde, no tuvo más remedio sino partir al exilio. El primer gran levantamiento en armas de Cuba, había llegado a su fin. Socarrás permaneció un tiempo en Republica Dominicana, hasta que se trasladó a Cayo Hueso.
Fueron días en los que su tarea a favor de la emancipación de Cuba no cesó. Gracias a los conocimientos adquiridos durante la Guerra de los Diez Años, comenzó a ofrecer conferencias sobre las peripecias y personalidades mambisas. Ello le valió para compilar su libro “La Revolución de Yara”. Sobre este último, José Martí afirmó que sus páginas servirían para conformar “el alma del nuevo ejército”. Confesó también que se esforzaría “porque cada soldado lleve consigo esta obra, con la misma fe que el creyente guarda la Biblia, que aprenda tanta lección patriótica como los buenos nos han legado”.
Luego llegó la intervención norteamericana y la nueva República. Figueredo ocupó varios cargos públicos: Tesorero General de la República y Director General de Comunicaciones, entre otros. Y en tanto se fueron apagando sus últimos días, se dedicó, como distinguido miembro de la Academia de Historia, a relatar la suerte de Cuba. Falleció en La Habana el 13 de abril de 1929.
Martí escribió en el periódico Patria sobre Socarrás:
“…No tiene ahora el día que Figueredo no emplee, ni el Cayo un cubano que trabaje más que él por la independencia. El de maestro de pobres; el de corresponsal de esta casa, el de tenedor de libros en aquella; él, en todas partes, de secretario o presidente; el sol le sale en la faena, y se pone siempre antes que su trabajo; los ojos le chispean como en los grandes días; ni abandona el bastón de caminos, ni el sombrero de veterano: ¡No lo podíamos ver nunca, yendo de un trabajo a otro, sin pensar en aquellas otras marchas, que anduvo él tantas veces, -que andaremos!”.
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