Aunque la repetición de conceptos propendería al riesgo de la pérdida de sus significados, no huelga reiterar que la Feria del Libro constituye el acontecimiento cultural de mayor peso en este país. Su densidad adquiere también un valor ideológico; por añadidura, político.
Desde que los precursores hombres de pensamiento de la nación cubana concibieron posibles modelos de vida, sociedad o desarrollo, jamás los desligaron del fortalecimiento de los valores espirituales, encargados de consolidar cualquier visión programática afincada en conceptos de soberanía, dignidad e integración. Lo hicieron José de la Luz y Caballero, Félix Varela y José Martí, por citar los más conocidos; pero también muchos otros quienes supieron entrever la vinculación basal de la libertad a la cultura.
Tal asociación martiana -retomada por Fidel tan temprano como en sus primeras interpretaciones, luego convertidas en pensamientos hechos leyes tras la epopeya triunfante en 1959- sería reasumida hace escasos días por Miguel Díaz-Canel, el primer vicepresidente cubano.
“En el futuro lo que va a distinguir a nuestra sociedad es la espiritualidad de las personas. Podemos llegar a tener un elevado desarrollo económico; sin embargo, lo que nos va a caracterizar es la manera en que apreciemos esos avances y nos comportemos en la vida. Para ser libres y buenos revolucionarios hay que tener cultura”, reflexionó durante su visita al evento anual de las letras en Santa Clara.
Palabras de hondo basamento pedagógico y noble forma de atisbar el mañana, representaría su cumplimiento premisa sine qua non desabrocharíamos los botones a la camisa de un porvenir solo así más civilizado, cordial, sabedor, íntegro, pleno, en capacidad la mayoría de sus integrantes para disfrutar y percibir la belleza o los códigos de aprendizaje aportados por el arte y la literatura; menos materialista y mostrenco, deshumanizado, robótico, desangelado.
Establecer una estrategia a largo plazo sobre semejante línea de flotación deviene imperativo, sobre todo si se tiene en cuenta, como expresaba en fecha reciente la doctora Graziella Pogolotti a la revista Temas, que: “(…) cualquier actualización del modelo económico implica impactos sociales inevitables; y tiene también sus efectos en el plano de la cultura y en el de la economía, es decir, en el plano de la espiritualidad; ese es, digamos, el punto crítico”.
Mentiríamos si suscribiésemos la irrealidad de que atravesamos tiempos boyantes en la salud espiritual de la nación cubana. La profunda crisis de los noventa y los métodos -algunos nada sanos- de mantenerse con los remos en la mano por parte de miles de personas atentó de forma grave contra nociones éticas, e impulsó la degradación de las formas de concebir o siquiera asumir la estética, en tanto consecuencia de la remisión cultural inherente a períodos de incertidumbre donde habría de pensarse mucho menos en el libro por leer que en los huevos para llevar al plato.
Pese a los esfuerzos de muchos frentes de la Cultura por revertir o por lo pronto paliar el problema, existen algunos, del mismo u otros campos, no atendidos con la vehemencia debida. En tal sentido, Pogolotti abandera argumento irrebatible, de duro trasfondo: “(…) este es el único país del mundo occidental donde no se estudia la literatura nacional. ¿De qué estamos hablando cuando nos referimos al sentido de pertenencia, si nos encontramos con un programa de literatura en el cual la literatura cubana está subsumida en la universal, y que se pasa, por ejemplo, de estudiar a José Martí, solo como periodista, para abordar inmediatamente después a Franz Kafka?”. Si a tamaño desaguisado, le sumamos que “(…) el asunto de los medios es en extremo preocupante, entre otras razones porque no hay un pensamiento; porque sufrimos vaivenes; hay ideas como la de darle a la gente lo que le gusta (…)”, la respetada estudiosa dixit, debemos concluir que no estamos del todo bien.
La Feria del Libro es un contrapeso significativo a la laguna académica y el escaso alcance de visión de ciertos medios, mediante la puesta a disposición del público -multigeneracional- de libros firmados por autores cubanos pertenecientes a cualquier época de nuestros siglos de escritura; y la entrega de múltiples exponentes literarios que, desde las distintas ramas, y entre ellas el ensayo resulta muy valioso, propician herramientas de análisis en órdenes de interpretar desde gradaciones jerárquicas el universo cultural o social.
El evento resulta esencial a efectos de conocer el patrimonio literario autóctono, el decurso del pensamiento patrio. ¿Para qué buscar a Bolaño o Pamuk, cuando todavía no se ha leído a Carpentier, Mañach, Piñera, Guillén, Daniel Chavarría, Pedro Pablo Rodríguez o Emerio Medina?
La Feria del Libro constituye un acto de consecuencia para con nuestra rica historia intelectual y las mentes que hicieron posible la gestación de tanta cuartilla insigne; los fundadores de Patria; las figuras de Ariel, Orígenes, Orto. Para con el aporte inconmensurable de las editoriales revolucionarias y sus millones de títulos, bajo la guía certera del Instituto Cubano del Libro.
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