Consecuente con la línea minimalista (Pico sucio, El Ruiseñor), definitoria de la más reciente etapa creativa del cienfueguero Grupo de Teatro de Títeres Retablos, bajo la dirección del actor, titiritero y dramaturgo Christian Medina, su más reciente estreno Fábulas de Escritorio, resulta un ingenioso divertimento que acodado sobre cierto margen nostálgico, bebe del fabulario ruso para niños (pan diario décadas atrás para los cubanos), y de estratos literario-morales tan atávicos como el propio Panchatantra (siglo III A.C).
En la puesta de marras, resultan imbricadas las historias El ratoncito y el lápiz, de V. Sutéiev, y Los pretendientes de la ratica, del volúmen acreditado a Vishnú Sharma, sentando al ratón como motivo axial de las narraciones elucubradas por el escritor que interpreta el propio Christian, quien en plena crisis creativa decide incitar las ideas desde el rejuego con las palabras más a mano. Su amplia volubilidad las convierte en suerte de caja china, contentiva de disímiles sentidos y nuevos términos derivados, como sucede con los objetos extraídos paulatinamente de su escritorio para finalmente conjugarse en las historias ofrecidas. Deviene entonces la obra sutil análisis del lenguaje verbal como abstracta y dúctil esfera significante, revestida de los significados según los contextos donde se emplee.
Evidencia de tal versatilidad es la propia palabra-personaje “ratón”, indistintamente connotado como negativo símbolo de la iniquidad y la pandemia o positiva alegoría de la astucia y la cautela. Ambas facetas se materializan en las historias representadas desde el escritorio, polifacético retablo donde residen casi todos los recursos escenográficos, que emplea Christian para recrear el duelo suscitado entre la depredación crónica del Ratón Ricardo y la astucia de Lino Lápiz, al más puro estilo de los duetos fabulares clásicos, donde más que el mal, la brutalidad colisiona con la sagacidad, que no siempre representa al bien pero tiende a investirse de él (aunque fábulas como La zorra y el cuervo ofrezcan otras posibilidades). Concomita esta pieza con la más llana tabla de planchar donde suceden todos los acontecimientos de La lechuza ambiciosa, montada hace años por Medina para su desaparecido proyecto Así.
Este breve cuadro es sucedido por la más plena historia de un adulto Ratoncito Pérez, que ataja los amoríos del fruto de su cruzamiento genético con la archiconocida Cucarachita Martina: Marianita Pérez; la ratoncita sin cola, con antenas y alas de cucaracha, propiedades que la hacen tan especial como para que el padre pretenda para ella una pareja más excelsa que el ratoncito Nino. Al partir en busca de seres tan poderosos como el propio Sol, el Señor de las Nubes, el Viento y el Muro, el escritorio expande sus potenciales, y buenas cotas de belleza son alcanzadas con las ingeniosas soluciones para representar con las cuatro gavetas: cohetes espaciales, nubes, cuevas donde residen los torbellinos y altos muros. Todos estos elementos exhiben una factura verdaderamente primorosa, además de la concienzuda labor de atrezzo, desde la sencillez alejada de toda afectación y efectismo vano, incluidos los títeres-personajes, cuya gran maniobrabilidad coadyuva al ágil transcurrir de esta obra para actor-manipulador en solitario, capaz de sostenerse el ritmo y la tensión sin lagunas provocadas por torpezas o complejidades escenográficas.
Lo que viene a resentir un tanto la plena contundencia de una puesta tan hábil y sólida como Fábulas…, son las limitaciones orales de Christian. Lastrada resulta un tanto la caracterización de los personajes, desde un recurso tan fundamental como pueden ser las respectivas voces, además de la propia proyección de los sonidos en una sala de proporciones relativamente amplias, como barrera comunicativa con unos públicos infanto-juveniles, requeridos del perenne nexo empático e intensidad dramático-humorística, que no dejan de acceder con tal propuesta a la contemporaneidad más cualificada del títere cubano.
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