Por: Octavio Pérez Valladares.
21 de marzo de 2012.
José Julián Martí y Pérez es considerado el más grande y extraordinario de todos los cubanos. Se dice que amaba la naturaleza, con la misma pasión que sabía apreciar las artes. Fue un trabajador incansable, capaz de ejercer oficios diferentes: escritor, periodista, poeta y excelente orador.
Su vocación por las letras aportó a la posteridad la existencia de numerosos libros y manuscritos, versados sobre temas tan disímiles, que asombran estos por su amplitud, discernimiento sobre cuestiones tan heterogéneas, así como por la utilización de un lenguaje proverbial, cautivador en extremo.
Convocó tal diversidad desde su labor poética y como prosista, resultando tan prolífera su obra toda, que es a no dudar, una de las figuras de la intelectualidad latinoamericana más prominente de todas las épocas, de manera que, sin menoscabo del mérito patriótico que acompañara a su valiosa existencia, fue capaz de traspasar los umbrales del tiempo y la geografía, para convertirse, aún antes del momento de su muerte incierta, en un hombre de talla universal.
La obra martiana es tan fecunda y abarca con prestancia temas tan singulares, que no existe, muy a pesar del tiempo transcurrido, asunto alguno capaz de ser considerado en ella con abordaje indeleble.
Sus textos forman parte de la literatura más preciada del siglo XIX, requeridos una y otra vez por disímiles personas, quienes arrobadas por el lenguaje peculiar en que fueron escritos dan rienda suelta a sus emociones diversas, imaginando en mágico encanto la seducción irradiada por la figura más prominente del pensamiento revolucionario cubano.
La Edad de Oro”, publicación que viera la luz en 1889 y cuyos materiales, sin excepción, fueran escritos o traducidos por intermedio de la pluma martiana, obedece a un proyecto del apóstol con el que pretendía coadyuvar a la educación de los niños y niñas de su época.
La alusión en la revista a los juegos de los infantes requiere de un análisis particular, pues en esencia, con su valoración se ofrecen nuevas perspectivas para comprender la ocupación lúdica de los pequeños a través de diferentes épocas.
En 1889, José Martí escribió y publicó una revista especialmente dirigida a los niños y niñas. Roig de Leuchsenring, esclarece que a Martí sólo le fue posible editar cuatro números de la citada publicación y que ello se debió a la falta de apoyo de quienes debían comprender el significado de la obra para la educación y las letras de los infantes, muy a pesar del esfuerzo realizado por el generoso editor, señor Da Costa Gómez.
El autor citado describe, más adelante, la faena del apóstol cubano de la siguiente manera: “Todos los trabajos en prosa y en verso que aparecen en esos cuatro números fueron escritos originalmente o traducidos por el propio Martí.”
Podría resultar asombroso que un hombre dedicado en cuerpo y alma a la noble causa independentista de su patria, tuviera instantes que ofrecer a la educación de los niños y niñas de su época, consagrándoles novedosos argumentos desde las páginas de esta nueva publicación.
Ello sólo es comprensible sí tenemos en cuenta la infinita sensibilidad humana de este ser extraordinario, quien llegara a manifestar: “Lo que importa es que el niño quiera saber”, obviando con la frase augusta la alusión innecesaria a cualquier sacrificio probable.
Otra cuestión descollante y no menos trascendente en el pensamiento martiano deviene de la igualdad que establece en la formación de los infantes de ambos sexos, excluyendo cualquier sentimiento discriminatorio por razones de género, lo que constituía una práctica de gran recurrencia en la sociedad de esa época. Es el propio Roig de Leuchsenring, quien desde esta perspectiva, favorece una mejor comprensión del tema, al citar al héroe cubano: “las niñas deben saber lo mismo que los niños, para poder hablar con ellos como amigos cuando vayan creciendo; como que es una pena que el hombre tenga que salir de su casa a buscar con quien hablar, porque las mujeres de la casa no sepan contarle más que de diversiones y de modas.”
En “A los niños que lean La Edad de Oro”, su autor al referir las intenciones de la nueva publicación, señala: “…para contarles a las niñas cuentos lindos con que entretener a sus visitas y jugar con sus muñecas: y para decirle a los niños lo que deben saber para ser de veras hombres.” La alusión a la posibilidad de que las niñas utilicen muñecas durante sus juegos, es reiterada en “La Edad de Oro” desde sus primeras páginas y a través de varios de sus artículos.
La descripción, por ejemplo, que hace Martí de Nené Traviesa, personaje del cuento de idéntico nombre aparecido en el segundo número de la ya mencionada publicación, muestra las necesidades lúdicas de esta niña, las que supuestamente coinciden con las aspiraciones de las pequeñas de la época. Acá está presente la forma de juego ya descrita, acompañada de otras ocupaciones. Una lectura de un pequeño fragmento es suficiente para entender lo antes expresado: “A Nené le gusta más jugar a mamá, o a tiendas, o a hacer dulces con sus muñecas, que dar la lección de treses y de cuatros con la maestra que le viene a enseñar.” Nótese que además del juego con muñecas, la ficción infantil es acompañada de otras expresiones, donde están presentes los consabidos juegos de roles, en los que los infantes tratan de imitar la actividad de los adultos.
También está presente el uso de las muñecas en otros personajes de la revista. Magdalena, es recreada, en la poesía “Los zapatitos de rosa” de la siguiente manera:
“¡Y qué mala, Magdalena
con tantas cintas y lazos,
a la muñeca sin brazos
enterrándola en la arena!”
Pero hay, en “La Edad de Oro”, un cuento dedicado íntegramente a resaltar este tipo de juego. Se trata de “La muñeca negra”, donde una pequeña de nombre Piedad, muestra sentimientos enaltecedores al preferir su juguete (de una sola trenza, fea y gastada por el uso), a otro, de gran presencia y belleza, obsequiado por el padre en ocasión de su cumpleaños.
No menos portentosa resulta la alusión que hace Martí, desde la citada revista, a las formas diversas de juegos de niñas y niños. El artículo “Un juego nuevo y otros viejos” constituye, puntualmente, una excelente valoración de las formas lúdicas adoptadas por diferentes pueblos y aunque en esa descripción, se entremezclan la ejecutoria adulta con las acciones infantiles, hay un acercamiento del lector a los albores de ciertos juegos y acerca de cómo esas mismas expresiones se reiteraron después.
Acá, en este propio trabajo, hace mención a los antecedentes de algunas expresiones, entre los que figura el ya aludido “juego de las muñecas”. Al respecto plantea: “…y las niñas griegas tenían muñecas con pelo de verdad, como las niñas de ahora.”
Más adelante, Martí continúa manifestando como las pequeñas en la Grecia Antigua ponían a los mencionados juguetes delante de la estatua de Diana y rezaban a esa especie de santa, para que las dejase vivir y las conservara lindas todo el tiempo. Llama poderosamente la atención, en ese propio fragmento, sirviendo incluso como confirmación de esta práctica lúdica, que era tanto el amor que las niñas griegas profesaban por sus muñecas, que cuando alguna de ellas moría eran enterradas juntas.
El Héroe Nacional de Cuba hace referencia, en ese mismo artículo, al fenómeno de la existencia de juegos que traspasan las fronteras del tiempo y el espacio, para convertirse en aficiones de otros niños gracias a un increíble proceso de dispersión. Sobre el particular asevera: “Es muy curioso; los niños de ahora juegan lo mismo que los niños de antes; la gente de los pueblos que no se han visto nunca, juegan a las mismas cosas…”
A partir de observaciones tan valiosas y teniendo como elemento probatorio las propias aseveraciones martianas, es posible formular otros no menos importantes argumentos: En ocasiones las formas de juego en distintos lugares son tan reiterativas y coincidentes, que discernir acerca de sus posibles orígenes resulta extremadamente complejo y no es extraño que personas de diferentes nacionalidades hayan llegado a considerarlas o se las adjudiquen como propias.
Muchos juegos infantiles que poseen carácter popular tradicional no son en modo alguno privativos de los países y regiones donde hoy encuentran una amplia o al menos determinada ejecutoria, pues ellos se han reiterado generacionalmente en distintos puntos de la geografía universal, muchas veces a expensas de la influencia que los emigrantes han tenido sobre la población autóctona.
Acá está presente también el reconocido fenómeno de fusión, en que ciertas formas foráneas llegaron a mezclarse con las propias originando una cultura distintiva. El proceso de colonización de los pueblos americanos sirve de ejemplo a esta aseveración, pues en diferentes rincones del continente se suceden en la actualidad expresiones lúdicas que guardan semejanza con otras de origen europeo.
A veces parecen no tener un nexo histórico determinado con otras regiones, varían en su conducta y sin embargo son reiterativas, por lo que discernir acerca de su posible génesis implica una seria y necesaria labor investigativa. En todo caso como elemento verificador se impone hurgar en la memoria lúdica, es decir, en el ejercicio ancestral.
Las consideraciones expuestas por José Martí, de forma tan esclarecedora, favorecen estas reflexiones. No escapa al agudo intelecto martiano la reiteración generacional de muchos juegos y aunque no llega él, a concederle denominación alguna, sí alerta acerca de sus probables raíces: “Se habla mucho de los griegos y de los romanos, que vivieron hace dos mil años; pero los niños romanos jugaban a las bolas, lo mismo que nosotros….”
Los estudiosos del tema encuentran en esta expresión una confirmación de que los actualmente denominados juegos populares tradicionales, son aquellos que a fuerza de transitar por la memoria lúdica de diferentes generaciones permanecen como parte de la ejecutoria de los infantes, en las nuevas descendencias.
Pero al decir de Martí todos los juegos no son tan viejos, pues muchas de las expresiones lúdicas aparecen en las nuevas condiciones, manifestando su tránsito generacional, más allá de su condición existencial. Al respecto, el héroe cubano manifiesta: “Todos los juegos no son tan viejos como las bolas, ni como las muñecas, ni como el críquet, ni como la pelota, ni como el columpio, ni como los saltos…”, Después, más adelante, haciendo alusión a uno de los denominados juegos tradicionales, asegura: “…La gallina ciega no es tan vieja, aunque hace como mil años que se juega en Francia. Y los niños no saben, cuando les vendan los ojos, que este juego se juega por un caballero muy valiente que hubo en Francia, que se quedó ciego un día de pelea y no soltó la espada ni quiso que le curasen, sino siguió peleando hasta morir; ese fue el caballero Collin – Maillard. Luego el rey mandó que en las peleas de juego, que se llamaban torneos, saliera siempre a pelear un caballero con los ojos vendados, para que la gente de Francia no se olvidara de aquel gran valor. Y de ahí vino el juego.”
Un buen ejemplo de práctica lúdica nueva es “el juego de el burro”. Según Martí, esta expresión aparece en Estados Unidos, coincidentemente en la misma etapa histórica de la publicación, siendo tal su aceptación, que no trascendía sólo como una actividad infantil, sino también como un juego de mayores.
La descripción que hace el maestro de esta forma de jugar es la siguiente: “En una hoja de papel grande o en un pedazo de tela blanca se pinta un burro como del tamaño de un perro. Con carbón vegetal se le puede pintar, porque el carbón de piedra no pinta, sino el otro, el que se hace quemando debajo de una pila de tierra la madera de los árboles.
Y con un pincel mojado en tinta se puede dibujar también el burro, porque no hay que pintar de negro, la figura toda, sino las líneas de afuera, el contorno no más. Se pinta todo el burro, menos la cola. La cola se pinta aparte, en un pedazo de papel o de tela, y luego se recorta, para que parezca una cola de verdad. Y ahí está el juego, en poner la cola al burro donde debe estar Lo que no es tan fácil como parece; porque el que juega le vendan los ojos, y le dan tres vueltas antes de dejarlo andar. Y él anda, anda; y la gente sujeta la risa. Y unos le clavan al burro la cola en la pezuña, o en las costillas, o en la frente. Y otros le clavan en la hoja de la puerta, creyendo que es el burro.”
De lo antes analizado pudieran devenir consideraciones tales como: algunos juegos datan de hace muchos años y forman parte de la historia de los pueblos, mientras otros se consideran más actuales, pues se han originado a partir de cierto desarrollo tecnológico adosado a determinadas actividades humanas. Ello ha permitido a los estudiosos del tema agruparlos atendiendo a dichas consideraciones.
Es en “La última página” de la revista (La Edad de Oro), que Martí alude otra de las formas de juego de los niños de su época: montar velocípedos. En relación con esto último expresa: “Si pasa un niño en un velocípedo, con su vestido de terciopelo y su cachucha, y tan de prisa que todo el mundo se para a verlo, el padre no piensa en comprarse un velocípedo él, sino en que su hijito estará lindo de veras cuando vaya con el niño del terciopelo y la cachucha, en sus dos ruedas que dan como una luz cuando andan, y van casi tan de prisa como la luz, que es lo que anda más pronto en el mundo.”
Todas estas apreciaciones martianas acerca de las formas en que jugaban los niños y niñas antes y después, son valederas para establecer acertados criterios sobre la evolución y necesidad del juego entre los más pequeños. Martí comprende con toda claridad la necesidad de movimiento lúdico en los infantes. Un hombre de su talla intelectual no podía ignorar, bajo ningún concepto, los valores asociados a ese tipo de actividad. Con relación a esto refiere: “Los pueblos, lo mismo que los niños, necesitan de tiempo en tiempo algo así como correr mucho, reírse mucho y dar gritos y saltos.”
En realidad, más allá de la posibilidad de ofrecer una valoración lúdica, La Edad de Oro, es un medio efectivo e integral para la educación de niños y niñas. Un digno colofón para la valoración del ingenio y la generosidad martiana, del que está colmada toda la revista, es la cita que hace Roig de Leuchsenring, de Gabriela Mistral, a la que denomina “la esclarecida maestra chilena”: “No te olvides, si tienes un hermano o un hijo, de que vivió en la tierra el hombre más puro de la rasa, José Martí, y procura formarlo a su semejanza, batallador y limpio como un arcángel.”
En este 21 de marzo, Día Mundial de la Poesía, debemos poner por delante la versatilidad de la obra intelectual martiana, la que comprende estudios diversos, así como publicaciones en poesía y prosa extraordinariamente prolíferas. Una valoración de “La edad de Oro”, revista dedicada a los niños y niñas de su tiempo, ha permitido analizar las distintas formas de juegos atribuibles a los infantes durante esta y anteriores épocas.
Los elementos así tratados constituyen un aporte a los estudios lúdicos y siguen siendo, muy a pesar del tiempo transcurrido, fuentes para la educación de todos los infantes del mundo.
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