Elpidio, la eterna vida

No necesitó volar ni tener poderes sobrenaturales para convertirse en el héroe de ficción preferido por los niños y por no pocos adultos. Su proeza está en «protagonizar» pasajes que beben esencias de la historia de Cuba, bien conocida por su creador, el caricaturista, realizador de dibujos animados, guionista y director de cine Juan Padrón. A él le debemos la dicha de haber hecho nuestro un personaje como Elpidio Valdés, un coronel del Ejército Libertador que hace frente al dominio español, que ama a María Silvia y galopa sobre Palmiche, un caballo insurrecto y compañero inseparable del pillo-insurrecto-manigüero mambí.

Hace 53 años se asomó al mundo, desde las páginas de la revista Pionero, en una historieta que, al darlo a conocer, se convertía en la puerta por donde llegaba este sugestivo personaje que conquistaría después el animado y, para siempre, el corazón de la Isla, defendida valientemente en cada una de sus aventuras.

La grata acogida de Elpidio Valdés por el público fue algo que en su momento sorprendió a Padrón. Así lo refirió en una entrevista: «La gente piensa que crear personajes es como una tarea. (…) Los personajes agarran al público y se hacen populares, pero tú no lo haces como meta, es la gente la que lo adopta o no. Tú no puedes hacer nada contra eso. No puedes decir “este personaje es el que va a representar a la gente”. Les gusta o no les gusta. Yo nunca me imaginé que Elpidio Valdés fuera a prender así dentro de los niños e incluso los adultos». Y más adelante explicó: «yo lo hice con todo mi respeto al público, entreteniéndolo, dándole cosas interesantes, haciéndolo reír, y tratando de que fuera de la mejor calidad posible. Nada de facilismos, busqué, estudié cómo eran los españoles, me leí cientos de libros de la guerra de independencia».

Elpidio Valdés es hoy un símbolo. No es preciso «traducir» lo que para cada cubano este nombre significa. Verlo, escucharlo, repetir las frases suyas ancladas en el sentimiento despierta en cada quien una emoción propia que ya se esparce por cinco décadas. Apenas las primeras de lo que será su eterna vida.

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