El tema es conocido en los círculos intelectuales del país. En particular, los medios de comunicación abordan el asunto como un necesario ejercicio de civismo público. No pocos profesionales de las ciencias sociales insisten en su importancia dentro de las exigencias del movimiento de las ideas característico de un determinado momento histórico. Pero lo cierto es que de lo dicho al hecho hay un inmenso trecho por recorrer, tal y como dice la jerga popular.
Hay que reconocer que el debate integra las tradiciones nacionales. El cubano discute y expresa sus criterios en cualquier lugar donde se encuentre, y es sumamente crítico con la gobernabilidad, cuestión presente en la generalidad de las reuniones profesionales cuando de políticas se tratan, pero no en la misma medida al discutirse el trabajo científico, artístico y literario.
En los foros, generalmente, los expositores parecen tribunos en espera de elogios o de argumentos favorables a su discurso. De tal forma que lo que se desea es el buen criterio, el prestigio dentro de la comunidad de colegas y no la emisión de conocimientos para los que están ávidos de obtenerlos.
Muchas veces se manifiesta, en los círculos de opinión, el falso criterio de que la divulgación de nuestras insuficiencias internas fortalece la división y debilita la unidad, y que los enemigos históricos se apoyan en los errores para desprestigiar el proceso revolucionario. Sin embargo, sucede todo lo contrario, mientras más se muestren las causas de los problemas inherentes a la construcción de una sociedad asediada desde el exterior, señalando la magnitud de las complejidades de los procesos sociales, mayor será la credibilidad del pueblo hacia la gestión gubernamental.
Lo anterior es aplicable a la crítica artística, literaria y científica. El debate debe incluir los señalamientos concretos que contribuyan al mejoramiento y la realización de nuevos quehaceres investigativos. No se trata, por supuesto, de descalificar al elogio, siempre estimulante e incitador, sino de incorporar argumentos que contribuyan a la creación de nuevos entendimientos culturales.
Ciertamente, en las instituciones se discuten los resultados investigativos, generalmente con rigor, deviniendo en foros de análisis de suma utilidad epistemológica. Pero, el contenido de las valoraciones solo es observable en las publicaciones especializadas, quedando en el vacío el intercambio de opiniones con sus apreciables enseñanzas.
Fuera de esos contextos, el debate es aún insuficiente para el fortalecimiento de la cultura colectiva. Concretamente, me refiero a los comentarios en los medios masivos de comunicación y, particularmente, en internet.
Debe recordarse los magistrales intercambios intelectuales durante los años sesenta del pasado siglo admirablemente compilados por Graziella Pogolotti y divulgados por las principales publicaciones de tiempos posteriores. El realismo socialista, la cultura occidental, la política editorial, el movimiento de aficionados, la enseñanza artística y el mundo teatral, así como el papel del escritor en la nueva sociedad, entre otras cuestiones, acapararon la atención de los analistas de entonces.
En el campo de las ciencias sociales se destacaron la filosofía y la historia. La primera se pronunció a favor del rescate del marxismo clásico y la búsqueda de interpretaciones novedosas para la contemporaneidad prevalecientes en Europa, América Latina, Asia y Estados Unidos. No dejaron de estar presentes los movimientos de liberación dentro y fuera de nuestro continente y, particularmente, el antimperialismo como su eje central, sin descartar las condenas hacia el racismo y la xenofobia. La segunda se enfocó hacia la reivindicación de los movimientos independentistas nacionales y su liderazgo, las luchas insurreccionales, la nacionalidad y el Estado nación, y la economía colonial y republicana.
Más dentro de la esfera de la comunicación ideológica que de la propiamente historiográfica, hubo una cierta tendencia, dentro de los círculos de opinión, a desautorizar a los próceres independentistas conceptuándolos de “terratenientes burgueses” o simplemente “burgueses”, y de racistas. Opinión descalificada por Fidel Castro en su inolvidable discurso del 10 de octubre de 1868, al enfatizar en la continuidad revolucionaria.
El ideario martiano no estuvo exento de falsas interpretaciones o de una débil socialización de su obra. Muy poco se le citaba e incluía en los estudios académicos docentes.
Posteriormente, como se sabe, durante los años grises, las exiguas discusiones de entonces se manifestaron favorables al obligatorio compromiso de los escritores y artistas con el proceso revolucionario y al fortalecimiento de la identidad nacional sin vínculos con el mundo occidental. Se desautorizó cualquier manifestación crítica que contribuyera a una mayor comprensión sobre los problemas neurálgicos de la sociedad cubana. El gran debate denominado “la guerrita de los emails” sacó a la palestra pública el contenido de aquellas nefastas políticas y demostró la inteligencia de muchos para recuperar el sentido común contra el dogmatismo y el ostracismo seculares.
Desde los años noventa en adelante la intelectualidad retornó a la idea inicial favorable a la búsqueda de las complejidades de los procesos socioculturales internos y externos. Se empezó a mirar hacia dentro sin excluir lo foráneo. Comienzan a destacarse los avances de la historia social y cultural y, con ellos, una visión más integral del proceso histórico nacional. En algunas discusiones colectivas se manifestó cierto rechazo hacia la historia política, calificándola de reduccionista en tanto se limitaba al estudio de los movimientos insurreccionales y a su liderazgo. En la actualidad no hay cuestionamientos sobre tal asunto.
Las valoraciones sobre el pasado republicano continúan en el tiempo. Durante muchos años predominaron dos ideas en el ámbito de las discusiones y en los textos docentes y académicos: ignorar sus valores y cualidades, y conceptualizarla de seudorepública y república mediatizada, teniendo en cuenta sus lazos de dependencia neocoloniales con Estados Unidos.
Uno de los ejes de discusión ha sido si se debe o no conmemorar el 20 de mayo de 1902 como fecha patriótica o ignorar su existencia. Esta última tendencia ha sido la predominante a lo largo del proceso revolucionario. Recientemente, el tema salió a la palestra pública debido a los comentarios, sobre el asunto, emitidos en el noticiero nacional de la televisión desautorizando dicha efeméride debido a la puesta en vigor de la Enmienda Platt. Lo cierto es que hubo comentarios a favor y en contra, en los medios digitales, no siempre dirigidos a dilucidar el asunto. Los analistas que defendieron la importancia del 20 de mayo como el inicio del Estado-nación —a diferencia de Puerto Rico, con el establecimiento del estatus de colonia de nuevo tipo—, la asunción de nuestra bandera nacional y el descenso de la norteña como suceso digno de no ser olvidado, porque simboliza la fuerza del ideal independentista por encima del anexionista, fueron acusados de antipatrióticos por quienes aún no reconocen a la historia como fuente de verdades y todavía se adhieren al viejo conservadurismo seudo izquierdista disuelto, para suerte del conocimiento histórico, por los nuevos saberes científicos. Hubo irrespetos y obscenidades característicos de quienes desconocen el oficio de debatir con dignidad y decencia.
No se puede negar el carácter neocolonizador de la república, ni sus injusticias y desigualdades, y su lejanía de los ideales mambises y martianos. Pero tampoco, que fraguó los últimos movimientos de emancipación nacional, la conciencia crítica y la cultura de la necesaria transformación social. A ese Estado nación se le debe la formación de los líderes que construyeron el proyecto socialista del país. El 20 de Mayo también tuvo esa significación y no debe ser olvidado.
Debatir con respeto es la premisa necesaria para andar por el fascinante mundo de la polémica. De ella aprendemos a razonar lo mejor de las ideas y a cambiar, para bien, el mundo en que vivimos.
Autora: MILDRED DE LA TORRE MOLINA