La obra visual del benjamín Alex David Medina Machado ha logrado posicionarse en variadas y notables muestras expositivas de los últimos años en Cienfuegos. A todas luces, es un fabulador hacendoso, que se revela intenso en la manera de codificar los relatos y erigir desde el conceptualismo sus credos y utopías.
Esta muestra personal, que nos concede el Museo de las Artes Palacio Ferrer, es un sumun de sus indagaciones más recientes, ligadas en lo esencial a la tradición azucarera de su pueblo, donde otrora estuvo ubicado el mítico Central Soledad. Como ha de presumirse, se trata de textos que traslucen cierta empatía por la historia industrial del terruño y positura crítica ante la ausencia de esta marca identitaria que ha visibilizado desde el siglo XIX los ruteros de aquella comunidad.
Alex David (a quien sus colegas en la Academia de Artes Plásticas de Cienfuegos llaman “El Pensador”) se esfuerza por reivindicar ese pasado, a partir de códigos simbólicos que aluden a las maquinarias en tanto metáforas de la resiliencia, en una dimensión sociológica y urbanística, toda vez que recrea las capacidades de esa comunidad para adaptarse a los efectos adversos, recuperando o reconfigurando las conexiones internas, la resistencia a cualquier amenaza de modo eficaz, pertinente para resguardar y componer de nuevo las funciones básicas de ese entorno social. Justo, esa simbología atraviesa cada estructura de los objetos, al modo del engranaje como representación del dogma, uno de los temas recurrentes. Y es que entre sus temores figura el perder la capacidad de emancipación y desprenderse de la novedad, algo consustancial a su grupo generacional.
Aunque el artista ha cultivado otras disciplinas con gradual éxito (todavía urge de no pocos crecimientos y está consciente de ello), al modo de la pintura (en especial muestra cierta seducción por el abstractivismo), apuesta esta vez por los textos escultóricos, toda vez que la tridimensionalidad potencia la naturaleza de las piezas, que no son una mímesis de las maquinarias originales, sino que, al modo de los ready mades, se reeditan en su significación y, a diferencia del dadaísmo, en su morfología, para detenerse en las actitudes humanas e ideologías (Hundidos en la doctrina, Disonancia cognitiva, etc.). Claramente, estas fabulaciones escultóricas son descontextualizadas y hasta se transmutan en entelequias que sutilmente refieren las contingencias de los cubanos de hoy mismo, adquieren un valor y sentido que superan las épocas y se emplazan en lo universal.
Las piezas revelan, igual, un atinado equilibrio en su diseño, adecuada armonía entre los ensamblados y aplaudible belleza en las representaciones. Alex David convierte los objetos mecánicos en formas gráciles, que pudieran interpretarse por algunos como hedonistas, aunque es una visión reducida. En verdad, sus relatos recomponen el pasado en un nuevo astral de figuras alusivas a la resistencia, al valor de lo lúdico como alternancia y planteo de situaciones estéticas, ofreciendo belleza a lo desposeído o rutinario; como corresponde al arte.
Es posible que alguien extrañe cierta narratividad, la referencia a los entornos que forman parte de la situación problémica y las motivaciones, alguna postura irreverente (aunque los intitulados subrayan las posturas críticas); empero, se trata de un modo de hacer que transcurre por una fase de experimentaciones discursivas (no olvidemos que recién el creador ha arribado a la mayoría de edad), en el que se ha elegido la evocación como instrumento a favor del diálogo con el presente.
El metálico sabor de la resiliencia es toda una oportunidad para descubrir a un hacedor en ciernes, laborioso, que intenta (y puede conseguirlo) colocar su nombre en la vanguardia plástica cienfueguera.
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