El maestro Enfrían Loyola ha dejado su huella en el audiovisual

Un país sin imágenes es un país que no existe

Julio García Espinosa

Hay personalidades de nuestra cultura que trascienden no sólo por su legado, por lo que representan para la identidad cultural de nuestra nación, sino también por ganarse el cariño de todo un pueblo.

Ese es el caso del músico Efraín Loyola, inmortalizado en el documental del realizador cienfueguero Bárbaro Cabezas Las huellas de un Charanguero, estrenado ayer en el Cine Luisa en el marco de la jornadas por la cultura cienfueguera, actividad a la que asistieron el resto del equipo que participó en la realización de una obra audiovisual realizada con la pasión que suele caracterizar a aquellos que aman y viven para el séptimo arte, entre otras personalidades de la cultura del territorio, desde su director, el director de fotografía Edwin Hernández, Rafael Álvarez Conde, quien estuvo a cargo del diseño de imagen y los efectos visuales.

 

Entre los principales méritos que en el plano estético posee Las huellas de un Charanguero se encuentran la exhaustiva investigación que demandó su realización para el cual fueron consultadas las más disímiles fuentes históricas.

En este sentido la obra brilla por su acertada representación iconográfica teniendo que que prescindir de gran parte de los fotogramas acumulados para su realización al ser fiel a un principio inviolable del lenguaje audiovisual: el poder de síntesis, dada la vigencia de aquella máxima que una imagen vale por mil palabras.

A diferencia de obras exponentes del género limitadas por lo verbalista, aquí la iconografía se convierte en protagonista de una narración que devela imágenes imborrables de la existencia de uno de los grandes exponentes de la Charanga y uno de los más importantes músicos que ha tenido Cienfuegos.

Hay que resaltar que el trabajo desplegado con la fotografía por Edwin Hernández ha sido parte del éxito y uno de los valores estéticos que avalan artísticamente este documental, cuya importancia para el patrimonio cultural de nuestra urbe deviene la clave de su trascendía.

Con Las huellas de un Charanguero su realizador y el resto del equipo de producción ha revindicado desde el audiovisual el legado de una personalidad de la cultura local que ha alcanzado su merecido reconocimiento.

Aunque el tiempo trascurrido desde su fallecimiento a la fecha ha sido corto, la contribución de Efraín Loyola a la música cubana resulta insoslayable, ganándose un lugar en el panteón donde descansan otros iconos de la tradición musical cienfueguera y cubana como Rafael Lay, Benny Moré, Paulina Álvarez, entre otros.

Otro de los méritos que posee el documental radica en la riqueza de los testimonios compartidos por varias personalidades y músicos entrevistados que ofrecen su visión personal de una figura convertida en parte de nuestra cotidianidad, desde prestigiosos musicólogos e investigadores como José Reyes Fortun, Jesús Gómez Cairo, hasta discípulos del maestro como Efraín Cepeda, el escritor e investigador Luis E. Ramírez, quienes se acercan a esta figura desde ese enfoque teórico y necesario que suelen hacer los estudiosos de la musicología, estudios que demanda hoy más que nunca nuestro territorio.

Nadie puede negar que reencontrarnos nuevamente con Loyola gracias al lenguaje de las imágenes también nos provoca una nostalgia increíble, verlo en sus poses habituales, en su bregar cotidiano, en esa sugerente imagen que ilustra el póster del DVD destinado a su comercialización.

Cuantos transeúntes se cruzaban con él todos los días, para cualquiera de nosotros, desde los artistas de nuestra UNEAC de la cual fue uno de sus fundadores hasta cualquier cubano de a pie tuvo una conversación grata, una sonrisa hechizante que nos alegraba la vida, alguna anécdota simpática, en fin, Loyola ha sido un hombre que se ha ganado un lugar en la Historia.

Con este documental no sólo descubrimos ese músico singular, sino transitamos por los senderos de una época que el simboliza, un contexto que consolidó un ritmo de la música del cual se han nutrido otros reconocidos discípulos, y sobre todo, comprendemos una vez más que la cultura cubana es la mayor expresión de nuestra identidad nacional.

En una Cuba amenazada por la Globalización cultural y las industrias de la banalidad y el espectáculo, un documental como Las huellas de un Charanguero no sólo revindica nuestro patrimonio cultural, legitima nuestra cultura, sino que constituye el gesto más sincero por rescatar nuestra memoria histórica para salvarla del olvido y la indeferencia de estos tiempos, para las generaciones del presente, y también para las futuras.

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