Imperturbables, en medio del mar tumultuoso y de la calma chicha de las aguas mansas en las jornadas veraniegas, los calendarios y los relojes mantienen idéntico ritmo en el registro de los días y las horas. Existe, sin embargo, un tiempo subjetivo, ajeno a la racionalidad abstracta, anidado en el fondo sensible de la conciencia individual, según el cual algunos días se nos escapan en un abrir y cerrar de ojos, mientras otros parecen arrastrarse con lentitud exasperante.
Es el ámbito flexible de la memoria que, de repente, suscita una imagen vívida del pasado y nos devuelve un fragmento del tiempo perdido en el ayer. Para ese territorio de la intimidad, el 2020 ha transcurrido con enorme lentitud, cualificada por la espera de una mañana que iluminara el fin de una pandemia invasora del planeta, todo lo que ha arrastrado consecuencias de largo alcance.
Llegará la vacuna, resultante de un febril trabajo de los científicos. Considerar entonces que estamos ante un capítulo cerrado sería un error imperdonable. Implicaría ignorar la señal de alerta en un planeta cada vez más interconectado, sometido a una acelerada depredación y al dominio de un capitalismo neoliberal que agiganta la brecha entre ricos y pobres mientras privatiza todos los bienes de la Tierra, modifica la escala de valores y transgrede principios éticos.
Abrumados por las circunstancias inmediatas, pocos han reparado en que el agua, ese bien que a todos pertenece —tan nuestro como el aire que respiramos y el sol que nos revela la vida— empieza a cotizarse en la bolsa de valores de Nueva York. El cambio climático acentúa la progresiva escasez del líquido indispensable para saciar la sed y regar las plantas que aseguran el alimento de todos.
Sobre esa exigencia acuciante se abalanza la especulación del capital financiero cuando se impone, por lo contrario, el papel regulador del Estado para garantizar la justa preservación. Voces de distinta procedencia reclaman la necesidad de unir fuerzas para garantizar la convivencia pacífica y el porvenir de todos y cada uno.
En sus palabras de clausura de la última sesión de la Asamblea Nacional, el presidente Díaz-Canel ha convocado a los cubanos al ejercicio permanente de la lucidez. Hemos atravesado un año complejo, inmersos en las dificultades que impone el vivir cotidiano, conscientes de que nuestras penurias no habrán de tener solución por vía milagrosa y que en lo inmediato habremos de emprender el ascenso de la áspera cuesta.
En ese contexto, el ejercicio de la lucidez implica aprender a separar, en cada instante, el grano de la paja, las conquistas irrenunciables de los males parasitarios acumulados a través de una larga lucha por la resistencia. Exige acceder y procesar la más amplia información para descifrar las coordenadas del mundo en que vivimos y atajar con la inmediatez debida las consecuencias de errores que, inevitablemente, nos sorprenderán por el camino y combatir las conductas viciosas, incompatibles con la naturaleza de nuestro proyecto social.
Para llevar adelante ese propósito hay que afinar un pensamiento crítico sustentado en el compromiso y la responsabilidad, desde la perspectiva de una concepción del mundo orientada a la conquista de una creciente justicia social y a la defensa de la soberanía nacional. Vale decir, el socialismo.
He vivido un largo tramo de historia. Conocí una República neocolonial abocada a insolubles problemas económicos estructurales y a la crisis de su institucionalidad política. Con el beneplácito del imperio sobrevino la dictadura de Batista, que instauró una represión atroz y agravó las condiciones de vida de los trabajadores. En el combate redentor cayeron muchos compañeros. Con el triunfo de enero, el imperio comprendió muy pronto que los dirigentes de la Revolución eran insobornables, dispuestos a cumplir ante todo con la palabra empeñada en el Moncada.
Para subvertir el proceso se implementaron todos los medios. Se organizó la invasión armada, se fomentaron bandas contrarrevolucionarias, se utilizó la OEA para aislar a Cuba de su natural ámbito latinoamericano, se intentó privarnos de petróleo y se diseñó la política de bloqueo para estrangular la base popular del proyecto emancipador.
Mediante el uso de la mentira se manipularon los sentimientos más arraigados y muchos padres incautos enviaron a sus hijos a un destino ignoto por efecto de la llamada Operación Peter Pan.
Habíamos visto ya el rostro verdadero de la miseria campesina, minada por el hambre, la tuberculosis y altas cifras de mortalidad infantil. Conocíamos la dimensión concreta del subdesarrollo. Tuvimos entonces la oportunidad de fundar. Cada cual lo fue haciendo en su pedacito de tierra.
Al producirse el derrumbe de la Unión Soviética intentaron asestar el golpe final. Aprobaron las leyes Torricelli y Helms-Burton. Endurecieron el bloqueo. Instigaron sabotajes. Pagamos un alto costo, pero sobrevivimos.
En este largo 2020, el enfrentamiento a la pandemia dio la medida de nuestras reservas y del papel decisivo desempeñado por una estrategia dirigida a conceder prioridad al desarrollo humano, así como la audaz inversión, en tiempos muy difíciles, en favor del impulso al saber científico más avanzado.
Conscientes de las dificultades que tendremos que afrontar y de las manchas que oscurecen nuestra realidad, hemos aprendido a valorar las esencias de cuanto nos corresponde defender.
(Tomado de Cubarte)
Deja una respuesta