“Dibujando la literatura”

Decir que la niñez es una etapa medular en la formación humana y por consiguiente en la sociedad es una verdad de Perogrullo. Pero a veces parece que se olvida, así como el valor de la literatura como vía de formación y dentro de ella la ilustración (imagen), como herramienta para la construcción de saberes, modelos, modos de actuar y pensar…en fin una forma de trasmisión y por ende de comunicación.

Desde esta perspectiva se ha identificado como problemática la ineficacia comunicacional del discurso iconográfico en los libros para niños, editados bajo los sellos cienfuegueros Mecenas y Reina del Mar.

Como es sabido, la ilustración constituye una parte substancial de los libros para niños, no solo como complemento sino como gancho comunicativo y apoyatura para la comprensión y el disfrute. Con el sistema riso en las editoriales territoriales, la posibilidad de una buena imagen (ilustración) quedó limitada. Y aunque se ha sabido aprovechar las bondades que brinda la impresión en blanco y negro, pues los libros asumen otra funcionalidad (libros de colorear), hay textos y textos… y no en pocos se extraña esa hoja repleta de formas y colores que seduce hasta al más apático de los lectores.

Si a esto se une la trascendencia, nunca vista hasta el presente, que ha adquirido la imagen, tan así que algunos entendidos estudiosos hablan de una cultura de la imagen, el fenómeno toma otras dimensiones.

Colores, tamaños, proporciones, formas, son conceptos que aparecen difusos ante el receptor que desconoce la técnica y los métodos desplegados en las imágenes que están en la retina de sus ojos, pero que tienen un poderoso mensaje, un discurso que despliegan en segundos y penetra en la mente. El discurso iconográfico que acompaña al discurso escrito.

El análisis de este discurso requiere que se tengan en cuentas las siguientes variables: Cantidad de imágenes, Tamaño, Colores, Secuencia lógica, Si están acompañadas de aclaraciones.

Si bien es cierto que el texto escrito sigue ocupando el lugar central en el libro cumpliendo las imágenes un papel subsidiario, también es cierto que ellas constituyen un discurso en sí mismas.

Entonces afirmar que existe un discurso de la imagen, implica otorgarle a la imagen la calidad de un lenguaje que se estructura con características y códigos propios y que posee características que la habilitan para representar la realidad.

Así expuesto, las imágenes son susceptibles de interpretación y reconocerían dos fases de análisi
  • Una primera que consiste en un análisis descriptivo del discurso iconográfico, es decir aquel análisis que se hace sobre el soporte que sostiene a las imágenes, es decir en este caso, el libro.
  • y una segunda fase de carácter evaluativo que tiene en cuenta la impresión que estas imágenes han tenido sobre el lector. Es decir el sentido que el lector le ha dado a las imágenes.

El discurso iconográfico requiere lectura y análisis, no un análisis como el del lenguaje verbal, sino uno que contemple sus códigos específicos.

Por un lado tenemos las variables arriba citadas que apuntan a conocer la estructura del discurso iconográfico. Por otro, siguiendo una perspectiva subjetivista de la realidad que concibe al lector como un sujeto activo que interpreta y construye el significado de ese discurso, entendemos que el mundo no es explicado por todos de la misma manera ya que varía la construcción que cada uno se halla hecho de él, sobre todo en la infancia, etapa  con una agregada carga de imaginación e inocencia (para nada simpleza) en la que esta es una construcción en formación. (…)

Entonces privar a los más jóvenes lectores de una imagen completa en todo su esplendor, de alguna manera, trunca la comprensión más acabada del texto y limita el disfrute, privando al receptor infante de otro discurso igual de enriquecedor, comunicativo y en ocasiones (no pocas) más placentero, según la edad de quien lo recibe.

Sabido es que la vida moderna, cada vez más acelerada contribuye al alejamiento entre la niños y el texto impreso, modo de recrearse más pasivo y reposado que lo que exigen las generaciones actuales. También atenta contra el posicionamiento del libro, la hegemonía del cine y la televisión (imagen en movimiento) que cuentan una historia más rápida y requieren de un menor esfuerzo intelectual y espiritual para su comprensión. Tampoco ayuda el condicionamiento económico, que en la industria del libro como en tantas otras esferas de la sociedad cubana y más en provincia, es insuficiente.

Un libro sin ilustraciones…¿Para qué me sirve? Alicia (“Alicia en el país de las Maravillas”)

Un libro sin ilustraciones…¿Para qué me sirve?  (“Alicia en el país de las Maravillas”)

Pero al menos un acercamiento analítico y polémico desde las ciencias humanas y la comunicación en especial, podría advertir sobre la problemática y sus consecuencias, antes de que se pierda irremediablemente la magia del color en la literatura para niños y con ella la aventura de leer.

(Tomado de Perlavisión)

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