Por: Yudith Madrazo Sosa.
2 de febrero de 2012.
Cara y cuerpo de muñeca Barbie, cabellos impecables, el atuendo necesario para agradar o invitar al placer. No piensa, no siente. Su actuación se reduce a contonear cintura y cadera, manos y pies en el apremio de seducirlo.
Es solo un objeto, por eso tiene precio. Tal resulta el cuadro de la mujer reflejada en ciertos géneros musicales de moda, bien desde los vídeoclips, bien desde la propia letra de las composiciones.
La tendencia no pasa inadvertida ante especialistas o avezados espectadores. El estereotipo de la imagen femenina y la incitación a la violencia de género en la música, llevan a unos y otros no sólo a tañer las campanas de alarma, sino también a buscar una respuesta a dicha generalidad. Tal constituye el móvil del proyecto Todas Contracorriente, impulsado por la cantante Rochy Ameneiro, en gira nacional desde principios de enero. Durante su presentación en Cienfuegos, el Dr. Julio César González Pagés, miembro del equipo, dialogó con los lectores del CINCO digital acerca de dicho particular.
¿Por qué considera usted se ha arraigado tanto en los países latinoamericanos, de manera especial entre los jóvenes, la violencia a la mujer en la música?
“La violencia se aprende, muchas veces de la educación y la cultura. Nuestra región se caracteriza por una manifestación in crescendo de este fenómeno. Países como Honduras, México o Colombia, tienen poblaciones violentas, pero no por ADN; esta se aprende.
“En el caso de Cuba, nos alarma el hecho de que nuestra población cultive el descomedimiento a partir de la música y la cultura promovidas por los medios de comunicación. No se trata de señalar a un ritmo musical o un artista como violento, sino de percatarnos de cómo los textos, los slogans repetidos muchas veces por nuestros artistas y cantantes, si bien no provocan la violencia, sí la promueven”.
De continuar esa tendencia, ¿cree sus efectos irreversibles?
“Sí, la furia, el frenesí, cuando calan bien adentro, llega el momento en que se vuelve irreversible. Ya hay países en nuestra región donde la incluyen dentro de los problemas de Salud, es decir, como la causa número uno de muerte. En virtud de evitar eso en Cuba -donde hemos promovido tanto la cultura de paz-, es posible, con el apoyo de las instituciones culturales y educativas, realizar una labor preventiva, mucho más efectiva que asumir después políticas púnicas duras. En Honduras, por ejemplo, cantantes de la talla del puertorriqueño Daddy Yanqui provocan mucho más daño que los huracanes y prácticamente no hay marcha atrás”.
Consultor de las Naciones Unidas en temas de violencia, para González Pagés la música no constituye un fenómeno ingenuo, solo útil para tararear o acompañar. También va impregnado de ideología, y la ideología de la violencia está presente en ella como en otras manifestaciones artísticas.
“En una nación tan musical como Cuba, si bien no podemos satanizar artistas, urge hacer un llamado de atención. Según algunos exponentes, con quienes he debatido en ocasiones, a los jóvenes sí les gusta la violencia. Yo les pregunto: ¿a quiénes?, ¿cómo hicieron esa encuesta? En mi opinión, la raíz del asunto descansa en que es mucho más fácil hacerse popular con la chabacanería, la vulgaridad, o el exhibicionismo de las formas más primitivas del comportamiento humano”.
Pero esa forma de intentar trascender resulta efímera. Cantantes o agrupaciones muy populares en una temporada, luego caen en el olvido…
“Sin embargo, esos códigos cargados de violencia, mala educación, sí permanecen. Y aunque no debemos censurar, sí precisamos revisar cuanto transmiten nuestros medios. El inmovilismo, la falta de voluntad de muchas instituciones, lleva a cederles espacio, y hoy resulta casi imposible escuchar ritmos diferentes a los que promueven una burla sobre la diferencia, ya sea racial, cultural, regional o física. Y el arte puede y tiene el compromiso de crear también puentes de convivencia, de paz”.
¿Según su parecer, por qué las mujeres reciben con pasividad el tratamiento de objeto sexual, decorativo, al cual las reducen los hombres en esas canciones?
“Tal respuesta está ligada a la cultura del machismo. Aunque ellas son las principales víctimas, con su actuar contemplativo ayudan, de cierta forma, a perpetuar dichos signos. El desconocimiento, los mitos, las hacen cómplices de lo que tales códigos provocan. Al abordar este tópico, hablamos de inequidades. Como sabemos, en nuestro país existen políticas diseñadas para eliminarlas, pero no siempre la igualdad ante la ley es la igualdad ante la vida”.
No soslaya el Doctor en Ciencias Históricas la inclinación de varias canciones ampliamente difundidas hoy día, las cuales legitiman las maras y otras formas de vandalismo organizado. “Si permitimos que la música sirva como medio identitario a estos grupos, perderíamos todo cuanto hacemos para frenar la proliferación de dicha actitud. Nos toca atacar a todas las manifestaciones del arte promotoras de la agresión. ¿Por qué?, porque queremos que nuestro país siga siendo una nación donde se fomente la cultura de paz”, precisó.
¿Qué más puede hacerse en Cuba en aras de mantener ese sueño?
“Principalmente vincular a todas las instituciones que dentro de la Isla apoyan la no violencia. Necesitamos la militancia de más personas, pues en allí donde todos los organismos trabajen de conjunto los índices de este flagelo, serán menores. En países como Colombia, por citar uno, ya se habla de la ciencia de la violentología, porque las personas se han acostumbrado a ver la muerte y el asesinato como una forma normal de la existencia. En Cuba no estamos aún en ese punto. Por ello, en virtud de evitarlo, prevenir, promover y cantarle a la cultura de paz constituye una tarea de todos y todas”.
(*) En co autoría con Regla Abreu Gainza, estudiante de Periodismo.
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