El paisaje es una de las disciplinas más seductoras y complejas de las artes visuales; sin dudas, entre las favoritas de los públicos. En su cuerpo figurativo se transfiere el pulso emocional del artista al tiempo que la identidad de una nación, por lo que tiene un sitio muy especial en el erario de la cultura de cada país. Su configuración mutó de una función contextual (colmando los entornos de otras expresiones, como la pintura histórica y el retrato) a un género autónomo, protagonista de no pocos textos visuales desde la tradición pictórica holandesa del siglo XVII.
No obstante, la percepción actual de no pocos críticos e historiadores ha desjerarquizado al paisajismo, tal vez porque la transfiguración de sus relatos y discursividades ha sucedido de un modo lánguido y retórico, por el grado de contaminación y la ausencia de primicia. Empero, no podemos negar que hay perspectivas o modos interesantes en muchos paisajistas de la contemporaneidad. En el archipiélago cubano mismo se han hecho notar los textos visuales de creadores como Alberto Hernández, Ernesto Estévez, Rensol González Méndez, Ania Toledo, Diego Torres o Ricardo Chacón, que colaboran con nuevas miradas o enunciados y constatan que el paisaje aún tiene mucho por mostrar.
Cienfuegos ha tenido a lo largo de los tiempos una gran cantidad de cultores del género, desde su aparición en forma de viñetas dibujadas por los cartográficos prístinos hasta los concebidos por egresados de las academias de arte, privadas y gubernamentales, o los que se construyeron de modo autodidacta. Los hay de toda estirpe: quienes se conformaron con imitar a la rancia escuela europea, los seducidos por la vanguardia más tierna, aquellos que apostaron por la experimentación de un modo privativo y los que, sencillamente, se adaptaron a los reclamos públicos; cuyos estilos y temas transitaron indistintamente (y en lo esencial) por los paisajes marinos, naturales y urbanos, pocas veces etéreo, atravesando estilos que oscilan entre el realismo y el impresionismo, el expresionismo y el naturalismo.
Muchos han sido los sureños que trascendieron (o aún destacan) por su estilo, temas o querencias populares; en orden antojadizo, pero gravitado, figuran:
12- Rodolfo Bermúdez Gutiérrez (Cienfuegos, 1971)
Paisajista a tiempo cabal del tipo naturalista; innegablemente marcado por la telúrica visual de la escuela rusa y Tomás Sánchez, sobre todo en sus inicios, cuando se interesa por experimentar con los planos narrativos, acusando la fragmentación del relato. Luego prefiere signar la hermosura de la naturaleza, digamos que con una actitud hedonista, aunque suele experimentar con los ritmos (especialmente los motivos del agua: ríos, lagunas y mares) y la espacialidad, hasta con ciertos simbolismos que ubican en las zonas palmadas de sus representaciones. Bermúdez no es un innovador, pero su persistencia en el género, puntillismo técnico (pese a ser autodidacta) y la imponencia de sus motivos le han proporcionado un mercado fuera de Cuba. Es de lamentar que apenas comparte su producción visual en el terruño. De modo sorpresivo, presentó una muestra personal en julio de 2021, titulada La infinita humedad de los sentidos.
11- Juan Roldán Ferrer (Cienfuegos, 1905-1986)
Este pintor autodidacta y restaurador, horneado por el popular artista Miguel Lamoglia, tuvo una obra muy irregular y poliédrica, aunque mantuvo la admiración por el paisajismo, adaptado a su versatilidad y pasión narrativa. Fue reconocido por los desempeños muralísticos, pero prefirió el retrato, las naturalezas muertas y el paisaje, esencialmente los temas rurales. Sus limitaciones técnicas acabaron siendo su fortaleza, toda vez que le obligaron a buscar soluciones menos ortodoxas (empastes cuasi impresionistas, perspectivas que se sugieren con la yuxtaposición de planos de color, policromatismos y atrevidos efectos de luces, etc.), tal como se aprecia en Paisaje rural (1984), un sugestivo festín cromático con formas inconclusas y sabor a cubanía. Pudo haber logrado un mayor impacto durante la década de 1980, pero la ceguera progresiva le arrastró al suicidio.
10- Efesio de la Cotera y Bárcena (Lebeña. España, 1847-191?)
Probablemente el fotógrafo más lúcido del siglo XIX. Llega a Cienfuegos hacia 1870 y en 1873 abre su propio establecimiento, dedicándose principalmente a los retratos, la fotografía cultural, arquitectónica, de agrimensura, documental y paisajística. En este último género llega a mostrar un talento y una sensibilidad singulares, tal como devela la aplaudida Vista del Hanabanilla (1897), publicada por la revista El Hogar. De la Cotera fue un artista del lente, con atinado temple compositivo, que supo optimizar las dinámicas visuales y controlar el espacio, la perspectiva y atmósfera en sus relatos fotográficos. No es fortuito que fuera contratado para ilustrar el Libro de la Trocha, rectorado por Eva Canel, si bien ninguna de las imágenes supera el vigor de su Proyecto de agrimensura (1891), instantánea de índole castrense que ofrece una efigie de la bahía y su entorno. Es cierto que el tema infiere que el paisaje es una “escenografía”, pero tiene tanta fuerza que nos olvidamos de las figuras humanas y creemos estar frente a un motivo marino.
9- Leopoldo Suárez Lozano (Cienfuegos, 1935-1980)
No era el paisaje su disciplina favorita, sino el retrato, que amasó con los reflujos del realismo socialista. No obstante, este obrero de la construcción, que en 1962 ingresa en la Escuela Taller de Artes Plásticas Rolando Escardó y tras graduarse se consagra a la pedagogía en la misma institución, deja una plaza para un tipo de paisajística urbana, dedicada a la ciudad y sus entornos. Nunca se le vio tan emancipado como en la obra Después de la lluvia (1976), óleo sobre tela imbuido de cierta frescura composicional y pincelada vanguardista, sorprendente por los altos contrastes, el control de la línea, su amena estructura y dinámico registro cromático; especialmente delirante por la atmósfera que hace honores al encomiable título. Figura controvertida en su época, en especial por su modo de vida disipado y recelos con Mateo Torriente, logra con unos pocos motivos urbanísticos el reconocimiento como paisajista memorable.
8- Federico Fernández Cavada y Howard (Cienfuegos, 1831-Camagüey, 1871)
Empezó tardíamente a pintar, en 1861, aunque muestra sus apegos por las artes visuales desde la infancia. Laborando en Panamá, bajo las órdenes del ingeniero militar Trautwein, enferma de malaria y dedica su tiempo a pintar retratos, un autorretrato y dos marinas. De hecho, toma la decisión de estudiar pintura en una academia parisina (radicando en los Estados Unidos), pero la llegada de la Guerra de Secesión cambia el curso de su vida y se alista en la contienda bélica. Justo en 1863, cuando es encerrado en la Prisión de Libby, incursiona en el dibujo, la caricatura y el paisaje de tipo expresionista, onírico, que le permite transferir sus desasosiegos donde el recinto del que intentó escapar en varias ocasiones. Sin embargo, el legado paisajístico más conocido del artista se consuma entre 1864 y 1869, luego del regreso a la isla y en las previas de las luchas independentistas. Durante ese periplo concibe varios textos de tipo naturalista, al modo de Paisaje cubano (1864) y Río San Juan (1865), inspiradas en sitios de la vieja Trinidad, en los que deja entrever el influjo de la Escuela de Hudson, cultora del trazo suave, la atmósfera opalina, los rosas y tintes azules. No logra la luz cubana, pero la serie constata su maestría en el esbozo de la perspectiva, atmósfera y composición.
7-José Manuel Bonifacio Posada del Castillo (Cienfuegos, 1872-1909)
Prácticamente no queda nada de la prolífera obra de quien fuera un niño prodigio de la pintura, formado bajo la lumbre de Camilo Salaya del Toro, y termina titulándose en la Real Academia de San Fernando de Madrid hacia 1888, donde fuera laureado por la Reina Regente de España. Al amigo de Sorolla y entusiasta del paisaje urbano-rural, arquitectónico y costumbrista, le agradaban los escenarios con cierto saborcillo a tradición, de holgura españolizante, en los que dispensaba la presencia humana. No es el género de cabecera para él, sino las representaciones costumbristas y el retrato, pero lo asume con mucha dignidad y rigor técnico. Posada era partidario de la academia, aunque defendía la urgencia de estudiar los modelos con rigor y la historia nacional. Logra impactar en la sociedad de la época a través de su academia en los bajos del Teatro Tomás Terry, aunque muere olvidado y en la pobreza más extrema.
6- Encarnación Rodríguez Ferreiro (Cienfuegos, 1908-1997)
Esta pupila de Blanca González Simo (entre 1923-1928) y graduada de la Academia de San Alejandro en 1956, muestra inclinaciones por la paisajística tanto en la pintura como en el grabado. Su rigurosa formación académica le permite transitar con éxito por el retrato, la naturaleza muerta y el paisaje costumbrista, abordando temas de gran tradición, ora al óleo, ora al pastel. Sus paisajes discurren dentro de una discursividad realista y ciertos efectos impresionistas, en los que afloran las adecuadas soluciones lumínicas, cromáticas y de contrastes. En estos acercamientos a la naturaleza, la artista resuelve el ramaje con manchas de colores y el acento de cubanía. Es la primera cienfueguera que concibe una obra en grabado de modo profesional, justamente la representación de una intrincada foresta. Penoso que muriera olvidada, consumida en su lecho tras una fractura de cadera, con la memoria inmersa en el pasado, en la feliz infancia, mimada por su padre bombero.
5- Omar García Valenti (Cienfuegos, 1963)
Junto a Ángel Peña Montalván es uno de nuestros principales fotógrafos. Gestor de una línea esteticista que aúna la tradición del paisajismo urbano con la especialidad que mejor domina: la técnica de la plata virada. Desde marzo de 1983 se consagra a la fotografía de arte, animado por el fotógrafo Alexis Maya, y años después asiste a las conferencias de Rogelio López Marín (Gory), su puente hacia la fotografía a color, uno de los incentivos para concebir textos visuales signados por el valor patrimonial, el costumbrismo y la voluntad ambientalista. Valenti es correcto en sus puestas visuales, sobre todo si renuncia a los conceptualismos durante el proceso de intervención e impresión del texto fotográfico. Sus contenidos generalmente no se erigen desde la noción intelectual, sino del instinto plástico, el control de los valores y el minimalismo cromático, que subrayan la imponencia de la arquitectura histórica o patrimonial, como se elocuencia en el Paisaje trinitario concebido en 2001.
4-Aurelio García Dueñas (Cienfuegos,1901-198?).
Durante su adolescencia, este pintor autodidacta elige trabajar en el establecimiento El Arte, para asistir a las clases de Blanca González Simo. Lo consigue y en breve tiempo se convierte en uno de sus alumnos aventajados, particularmente en la disciplina del paisaje. De hecho, Mateo Torriente Bécquer, amigo suyo y atento a su carrera, llega a afirmar años más tarde que es, el “mejor paisajista autodidacta de Cienfuegos”. Contiguo, perfecciona la técnica con el asturiano Adolfo Meana y en 1929 labora como retocador del Estudio Santiago. Como a Aldo Menéndez Parets, le fascina el tema de las marinas y con una pasmosa vitalidad cromática y soltura compositiva concibe una veintena de escenas que reproducen los sitios más pintorescos en torno a la bahía y sus fluviales, las represas y otros aliviaderos. Su obra posee una enorme intensidad cromática, liderada por el azul y verde, inducida por la mar y las zonas forestales.
3- Aldo Menéndez Parets (Caibarién, Las Villas, 1918-La Habana, 200?).
Sorprende cómo este pintor, dibujante e ilustrador autodidacta, instalado en Cienfuegos en 1946, se encausara lo mismo a textos visuales dentro de un concepto clásico y realista que a relatos con un enunciado audaz, profundamente deudor de la vanguardia europea. Aunque se cobija como escritor y pintor en la Escuela de Las Villas, hermanado con Samuel Feijóo y Alcidez Iznaga, su estilo y práctica artística toman otros rumbos, especialmente en el prolífero repertorio de marinas. Sus dibujos y pinturas de nota paisajística poseen un profundo dinamismo y plasticidad composicional, como hemos antedicho con un perfil realista, en los que suele usar cromas iluminadas y tendientes al azul. En obras como Embarcadero (1952), el padre de Aldo Menéndez González devela un pulso cuidadoso, vigorizado con la línea y el color poco contrastante. Por supuesto, tanta ecuanimidad y gracia solo la alcanzan los verdaderos artistas desquiciados por la mar. En la década de 1960 Aldo pone fin a su carrera pictórica, una vez que se muda a La Habana e insiste en una carrera periodística.
2- Pura Carrizo Méndez (Cienfuegos, 1912-2007)
La alumna instruida por Blanca González Simo en la Academia El arte y luego titulada de la Academia de San Alejandro en 1946, una de las favoritas de Leopoldo Romañach, había constatado desde la infancia “capacidad artística” y “afán de perfección”. De manera contundente, bajo la égida de González Simo, muestra su sensibilidad para el retrato, la naturaleza muerta y el paisaje. Justamente, con Romañach desboca su afición por las marinas y el paisaje urbano y rural, siempre acusando los influjos del impresionismo menos clásico y su dominio del color y los contrastes lumínicos. Pudo haber saltado del clasicismo a la vanguardia, pero en ese tránsito abandona el arte. Muere en la ancianidad, igual olvidada, convencida de que pudo haber hecho más por sí misma y sus públicos.
1-Tomás Sánchez Requeiro (Perseverancia, Aguada de Pasajeros, 1948)
Este pintor y grabador es nuestro paisajista por excelencia, no solo un artista ilustre de Cienfuegos, sino también uno de los más significativos de Cuba. Cuando se gradúa en 1971 de la Escuela Nacional de Arte y recibe el Premio de Dibujo en el Salón Nacional para Artistas Jóvenes, está convencido de que el paisaje es la disciplina con la que desea esposarse para siempre, aunque escuchaba el criterio de que el género estaba agotado. Sus producciones pictóricas y grabados han estado asociados a un tipo de representación sublimada de sitios naturales existentes (y no), que acaso se estructuran desde cierto misticismo, en tanto espacios subjetivados donde no se localiza al hombre sino su espiritualidad o domeñados por una fuerza interior demiúrgica, de vigor surrealista y medioambiental. “Creo que el destino de Tomás Sánchez es crear con su obra el modelo del mundo que debemos construir de la nada después del Juicio Final” -asevera el narrador Gabriel García Márquez en 2002 en el prólogo de una de sus muestras.
El paisajismo sureño ha estado a tono con las tendencias internacionales y logrado una identidad muy particular, en la que prevalece la figura del mar y los entornos costeros, las leyendas y la historia local; asimismo, su evolución nos provee de una gran diversidad de estilos, registros discursivos, de enfoques ecologistas o medioambientales, de deferencias filosóficas y estéticas. Es lamentable que esta disciplina apenas reciba algún apoyo en particular. Desde el desaparecido Salón de Paisaje Federico Fernández Cavada hasta la fecha no ha emanado ninguna iniciativa a favor, solo el olvido y el desatino de algunos “críticos” que se han atrevido a enunciar que en Cienfuegos no hay tradición paisajística.
Una relación incompleta y descontextualizada de otros paisajistas locales, cultores sistemáticos u ocasionales, desaparecidos y vivientes: Blanca González Simo, Aleida Echemendía de Rangel, Dolores del Pino, María luisa de la Peña, Miguel Lamoglia Gelabert, Eduardo Carbonell Suárez,Carmen Álvarez Peña de García, Roberto Ferrer Rodríguez,el iniciático Mateo Torriente Bécquer, Hilda Leda Esperanza Bembibre, Leandro Soto Ortiz, José Domingo de la Paz Texier, Liván Avilés Gutiérrez, Gabino Lorenzo López, Jesús Rebull, Luis Alberto Álvarez López, Alain Martínez Menéndez, José Ernesto Saborido Martín, Yeiler Ramos Chávez, Yoel de la Paz, Luis Armando Cuba Manzano,Talía Rivera Rodríguez, los fotógrafosAntonio Otero, Emilio Sánchez, Luis Felipe Martín, José Álvarez Varona, Valentín Bielsa Márquez, José Pérez Sabido, Alexis Maya, entre otros.
Autor: Jorge Luis Urra Maqueira