De parques, monumentos y héroes: Enrique Villuendas, a 105 años de un crimen

De parques, monumentos y héroes: Enrique Villuendas, a 105 años de un crimen
Por: Melissa Cordero Novo
22 de septiembre del 2010

 

Blancura pálida de estatua inmóvil. Mano extendida al aire. Fuerza de titán inmortalizada. Estirpe de caballero desandando las alturas. Nombre repetido por quienes desconocen su historia. Honorable figura que descansa, en pie, sobre el parque y monumento que llevan su nombre.

 

Enrique Villuendas de la Torre. Había nacido en 1874, en La Habana. Abogado. Miembro del Ejército Libertador y Representante de la Cámara, de filiación liberal cuando lo sorprende la muerte, o mejor dicho, cuando lo sorprenden con la muerte. Durante la guerra de independencia, con sólo 21 años de edad, ganó los grados de coronel.

Tres años más tarde lo eligen para conformar la Asamblea que redactó la Constitución de 1901; y tenía 26 cuando ganó un sitio en la Cámara.

Corrían los raros años de la candidatura de Tomás Estrada Palma, traidor a salas anchas, que en 1905 decide ir a la reelección. Para lograr su propósito, implementó una serie de medidas represivas: persiguió y encarceló a los liberales, destituyó a alcaldes y funcionarios políticos que no estuviesen de acuerdo con su gobierno.

El 23 de septiembre fue el día escogido para celebrar los comicios y constituir los colegios electores. En Cienfuegos, el senador José Antonio Frías ocupaba la dirección de la política gubernamental, y Villuendas lideraba la oposición. Pero cuando el reloj marcara las once de la mañana del día 22, éste ya estaría muerto. Tres horas antes del asesinato, escribió a un caudillo liberal:

“Pude convencerme que tanto en el tren por la mañana como en el Correccional por la tarde, se trataba de un complot contra mi vida tramado por Frías. (…) El que había de matarme es un mulato, Mantilla, que oportunamente se encasquilló y dijo que por 20 centenes no se exponía a que yo lo matara a él. El de por la tarde era el propio Illance, que me encañonó con su revólver a dos pasos de distancia…” Pero el hecho de conocer sobre estos manejos, no ayudó a Villuendas a permanecer con vida. En el hotel La Suiza, habitación número uno, situado en la calle de San Carlos, se desataron los enfrentamientos.

El jefe Illance, junto a dos vigilantes, irrumpió en el hotel, ordenando que lo condujeran hasta la habitación de Villuendas para registrarla. Allí tenía lugar una reunión del comité municipal del Partido Liberal. El área se despeja. Enrique estaba dispuesto a autorizar la inspección, lo cual no sucede con otro de sus compañeros, Cuéllar Vizcaíno.

Illance pide la redacción de un documento para dejar plasmados cada uno de los percances. En medio de la turbulencia, salió del cuarto número dos, José Fernández (conocido por Chichí), también miembro de la oposición. Éste sin pensarlo dispara y aniquila de un tiro a Illance. Parets (quien redactaba la diligencia) saca su revólver cuando Villuendas se abalanza sobre él. Chichí hiere a Parets. A los pocos segundos sube el vigilante Andrés Acosta y recibe en el pecho otro de los fulminantes de Chichí. Acosta, en su intento por defenderse, lanza un aldabonazo hacia la esquina donde aún forcejeaban Parets y Villuendas. Este último muere en el acto.

El cadáver fue arrastrado por los pies escaleras abajo y la cabeza hizo estampa en cada escalón. Cuando Frías regresa a La Habana, Estrada Palma lo recibe como un verdadero héroe, jactándose de su segura victoria en los sufragios generales del 1ro. de diciembre del mismo año. Escribe Horacio Ferrer en su libro Con el rifle al hombro: “Si un espectador hubiera estado con un reloj en mano tomando el tiempo, no hubiera contado un minuto desde que sonó el primer tiro contra Illance al último que privó de la vida a Villuendas”.

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