Por: Antonio E. González Rojas.
3 de abril de 2012.
En medio de una generalizada apatía escénica en Cienfuegos, hacia el centenario del poeta, dramaturgo y narrador Virgilio Piñera (nacido en Cárdenas en 1912), una de las figuras axiales del arte y el intelecto cubanos del siglo XX, arribó este fin de semana, al Teatro Tomás Terry, la compañía matancera Danza Espiral, regida por Liliam Padrón, con el redimensionamiento danzario de tres poemas del autor; El NO, Un hombre es así y Vida de Flora.
Malograda fue la anunciada versión de la obra teatral Aire Frío, por lamentable lesión de una bailarina, siendo sustituida la pieza por las coreografías Las simples cosas (fragmento) y La lágrima.
Una vez más, las carencias artísticas de nuestra sureña área geocultural (agudizadas preocupantemente en lo referente a la danza), fueron compensadas por propuestas allende las fronteras de Jagua. Los públicos locales percibieron las dinámicas estético-discursivas de la vanguardia artística cubana y palparon transcurrires inminentes e insoslayables, como son las simultáneas y disímiles versiones y adaptaciones de la obra de Piñera que la escena cubana asume durante todo el año.
Con El No, la Padrón articula un satírico rejuego con los rituales amatorios humanos, que decantan finalmente en el formalista hastío del matrimonio, con la consecuente fractura de los nexos comunicativos/afectivos entrambas partes de la pareja. No persigue una mayor complejidad esta breve coreografía, donde los dos intérpretes (Gelsys González y Yadiel Durán) evolucionan con una ilustrativa claridad, que frisa abundantemente los recursos teatrales, hacia la exposición de la agria fábula sobre el matrimonio y la monogamia. Las fases del coqueteo, el compromiso, el fastidio y finalmente el deceso por cansancio, se suceden fluidamente hasta el anticlimático final.
Otro estereotipo de la contemporaneidad cubana y occidental en sentido general, en este caso la masculinidad, es atacado con la más sencilla pero efectiva versión de Un hombre es así, donde el protagónico encarnado por Enrique Leyva, expone por un momento sus fragilidades, ocultas todo el tiempo bajo una costra retrosexual, prefigurada por el contexto familiar y social. Quizás sí debió enfatizar más orgánicamente en las poses, determinadas desde un primer momento por el vestuario, del cual se despoja para ejecutar su introspectiva catarsis. Pero el albornoz y el cigarrillo no deberían ser los signos determinantes de tales posturas, sino una caracterización más profunda de las actitudes asumidas en cada momento.
Vida de Flora, una de las cúspides líricas de Virgilio, buscó conciliar la sorna y el absurdo perennes en casi todas las obras del creador, con el drama humano de la descolocación, la no pertenencia a un contexto y el patetismo de los esfuerzos dedicados a funcionar en un engranaje ajeno, más la final frustración. El recurso de las aletas natatorias colocadas a la Flora asumida por Irina González, delata desde el primer momento el tono grotesco de la propuesta, en la que participa todo el elenco de la compañía, como esfera vital donde el personaje intenta sobrevivir, adaptarse. La cuidada secuencia inicial, donde las ejecuciones de las piernas mostradas bajo el telón consiguen una ágil expresividad, no encuentra parangón en el clímax, donde la amorfa y demoniaca masa indefinida (todos se abalanzan sobre Flora para abrumarla de intolerancia), regurgita el cuerpo, y es sugerido el sepelio.
Completado fue el espectáculo de Danza Espiral en el Teatro Terry, con el intenso La lágrima, donde la propia Liliam Padrón se desplegó por el escenario en una emotiva interpretación de delicado lirismo; y por una escena de Las simples cosas, por los seis bailarines que apelaron a las contraposiciones muchas veces fatídicas entre deseo y deber social; entre realización desafiante y frustración armónica; entre identificación con uno mismo y replicación de modelos conductuales consensuados.
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