Dice Lizárraga que la danza no puede ser sólo una cosa, que es secuencia de deslices y escaladas, es contracción, respiración y sonrisa, placer, guiño, dolor y jadeo, salto y caída, paso, pulso y pirueta, carrera, zancada, elevación, giro y descenso, avance, retorno, enraizamiento y estabilidad fugaz, … Se dice, se sabe que es todo eso y mucho más. Somos testigos que, gracias a ella, lo humano recupera esos vínculos que secretamente lo unen al mundo, a las tristezas y sus alegrías; a lo roto y a todo aquello que se recompone entre frases, secuencias, movimientos y el accionar de sus múltiples cuerpos.
Cuerpos distintos, de hombres y de tantas mujeres. En estos tiempos cuando escenarios nuestros siguen movilizando la creatividad de muchas de ellas que, desde sus porfías coreográficas propias, singularizan modos oportunos de ser en danza, la celebración es siempre bienvenida. Advertir cómo el habanero Teatro Martí, viene exhibiendo en su exquisita programación el quehacer distinguido de Lizt Alfonso, Sandra Ramy, Susana Pous, Isabel Bustos, Ana Rosa Meneses, Rosario Cárdenas, por solo nombrar coreógrafas que hoy producen desde la Habana, es reciprocidad de nuestro mirar en resumen de las coordenadas descriptivas para entender a la danza como portadora de saberes, discernimiento, inventiva y construcción de valores que nos hacen mejores seres humanos y creativos.
Conocimiento que devela porqué la danza no puede ser sólo una cosa, ella es y requiere movimiento, transformación, generación, conexión, actualización, vida. Y es ahí, en esa concurrencia de opuestos y comunes, en la pluralidad de gramáticas y vocabularios coreográficos nos regresan sobre los propósitos que motivaron el dossier “DamasDanza(s), coreografías en trazos de mujer” generado desde la Cátedra Danzar.Cu de la Universidad de las Artes, ISA dentro de la encrucijada pandémica y pospandémica.
En aquellos días, escuchar la voz danzante de treinta mujeres, parte de esas marcas imperdibles de la danza en Cuba y Latinoamérica; andar, plantar, regar y cosechar desde la emergencia creativa que el entorno pandémico venía generando, era oportuna ocupación temporal. Escuchar a las treinta voces (cuerpos-voluntades-modos de hacer-alrededor de la danza), se unía a iniciativas y a proyectos muy serios que en Cuba y en varias latitudes venían trabajando. Proyectos que en el ISA han encontrado cómo vehicular objetivos nobles y necesarios en su relacionamiento con la investigación académica, la creación artística, la gestión, la labor extensionista comunitaria y la visibilización de nuestros significativos alcances.
Hoy por hoy, “DamasDanza(s), coreografías en trazos de mujer”, mantiene el diálogo cooperativo entre las cátedras Danzar.Cu y Arte, Género y Mujer; al tiempo que rinde homenaje al camino andado por los proyectos “Todas”, “Palomas” y otros similares que, en la actualidad, también desde las redefiniciones en sus estrategias de trabajo, se van fundamentando en el “Programa Nacional para el Adelanto de las Mujeres”.
DamasDanza(s) continúa en el camino sobre estos asuntos capitales, mantiene activo su hacer a través del proyecto “Mujeres a escena” que acompaña la dirección de Gestión Cultural de la Oficina del Historiador de La Habana en el Teatro Martí. Justo en el espacio donde asistimos a las piezas Habana Fénix, de Lizt; Saudade, de Ramy; Bernarda ¡No!, de Ana Rosa; Fuga y Mondo, de Susana o Pecados Capitales, de Isabel; allí donde las puertas se abren para seguir sumando nuevas voces a las escrituras por venir en trazos y voces de mujeres.
DamasDanza(s), coreografías en trazos de mujer hay un deseo tácito para traducir la lengua de nuestro cuerpo hoy, al interior y también hacia lo externo de esa danza que nos va dejando la pandemia. De ese cuerpo cartográfico que ahora cede para escuchar el silencio de las palabras. Aquel silencio que simula ser trinchera, jurisdicción, imagen, señal de salvaguarda creadas por el mundo en sus narrativas danzantes. En ellas habita el registro de treinta mujeres-voces, treinta damas de la danza que, en Cuba y otros lares distantes y próximos, hacen de sus territorios de labor (parafraseo a Soleida Ríos) como si la lengua se lanzara y regresara tal serpentina, y fuerte como una pedrada rompiera el pecho de quien habla. Y es que hablar una lengua viva, según Luisa Muraro en El dios de las mujeres, no consiste en combinar palabras conforme a reglas establecidas, sino en reinventar siempre combinaciones nuevas y, de este modo, poder presagiar y testificar lo que somos y lo que nos ocurre, lo que nos amarga y lo que nos contenta.
Históricamente la mujer ha sido la gran protagonista en la Danza. Desde sus inicios acentúa su importante papel y pareciera innegable que la danza no escapa de la lucha histórica y global que la mujer, y su inventiva creativa, ha dado en las batallas ganadas por la igualdad de sus derechos. Cuentan que Madame La Fontaine aparece como la primera intérprete femenina, en el estreno de Le Triomphe de L’Amour, coreografía de Pierre Beauchamp en 1681. Aun así, la imagen de la donna angelica quedó establecida en Occidente como uno de los arquetipos femeninos más poderosos junto con su opuesto: la femme fatale, especie de “mujer-sombra” para Carl Jung.
Sospecharía que, entre nuestras damas, confluyen donna angelica & femme fatale, suerte de nuevas Beatrice o Laura (la de Petrarca, aquella trasfigurada en ángel al morir prematuramente víctima de la epidemia de peste que aniquiló la Europa del Trecento), solo que, ahora transformadas en malinches, marianas, electras renovadas. Ellas, desde sus cuerpos en la danza y sus escrituras de mujer. A través del lenguaje de sus cuerpos al danzar, vivir, trabajar, crear, fraguar, parir, nutrir y hacer frente a los propios límites de un cuerpo (social, cultural, histórico, real y metafórico) que cambia, apuestan por ese alter ego de “bailarina del futuro”.
“Históricamente, somos las guardianas de lo corporal; no debemos abandonar esta guardia, sino identificarla como nuestra, utilizando palabras que no cierren el paso a lo corporal, sino que hablen en corporal”, reafirma Luisa Muraro. Y es en esa escritura, mientras los cuerpos reformulan su escenario límite (el propio y el protésico de las casas durante la pandemia), mientras la ciencia corría contra reloj tras la inmunización, mientras las tecnologías se tornaban más vigilantes (necesarias) y el espacio (físico y ficcional) aseguraba su panel de control decisivo para contener la enfermedad; en ese poder escritural, la danza de nuestras damas se volvía zapadora de actuales y noveles circunstancias por venir.
Veamos a estas DamasDanza(s) como trozo y emanación de aquel viraje decisivo que mostró, de una vez y para siempre, la cara nueva de la danza haciéndola “moderna”. Cambio impulsado, hace tanto tiempo, por mujeres. Ellas, bailarinas del futuro que crearon, imaginaron, escribieron nuevas maneras de danzar. En esa pluralidad, en sus modos respectivos de ser-en-danza es que agradecemos a las mujeres que insisten en saltar a escena como teatro de sus operaciones creativas, de sus convicciones y poder generativo.
DamasDanza(s), coreografías en trazos de mujer es gratitud que celebra la dicha de sentirles próximas, accesibles, ciertas en la nube de sueños, lazos y deseantes redes intervinculantes entre nuestra fe creativa y los modos de pensar-ser-hacer la danza, entre todas y todos; entre estas danzas nuestras distintas y parecidas; entre las organizaciones y pueblos que nos unen. Tender puentes, ellos nos llevarán invariantemente a la otra orilla, la que une escena y platea. Justo en esa franja donde el hacer de bailarinas, coreógrafas, diseñadoras, docentes, investigadoras, teóricas, críticas, analistas, consejeras, fotógrafas, pintoras, revisteras, gestoras culturales, feministas y batalladoras sin fin; a ellas y a sus danzas solo les queda el cuerpo para que, con el tiempo, sus lenguas hayan descubierto cómo tramar en movimiento un hacer subjetivo e igualmente subjetivante. La voz que danza sana: gime, navega, vuela, corre, gira, salta, rueda, viene, va, avanza y llega. Permanece y también titubea, pues la danza no puede ser sólo una cosa, es mucho más…
Autor: DR. C. NOEL BONILLA-CHONGO