Cuidando mi pedacito de Son

Si en algo estamos todos de acuerdo es en que el tema el Son de la loma es uno de los grandes sones cubanos de todos los tiempos; tanto que a casi un siglo de haberse compuesto y haberse difundido sigue escuchándose y es una recurrencia cuando se trata de mover, estimular y conectar con públicos de diversas culturas.

Que un estribillo, que una sola frase sea capaz de generar tanta empatía y logre que hasta los esquimales intenten descubrir la capacidad de rotación de la cintura habla de la genialidad de Miguel Matamoros de una parte y de la capacidad de adaptación al entorno de un simple tema de una música que no ha dejado de evolucionar y que responde al nombre de Son.

Importa, claro que importa, que un avezado estudioso como Danilo Orozco haya comprendido su ciclo vital y evolutivo –cierta vez alguien afirmó que sus estudios fueron nuestra primera visión darwinista de la música—y lo hay resumido en eso que definió y llamó “complejo del son”. Tampoco es digno de ignorar que otro estudioso llamado Jesús Blanco nos hay dado las claves iniciales del “son habanero”, ese que se desarrollo en forma de sexteto y septetos, que cambió algunas dinámicas musicales urbanas de entonces.

También es loable el esfuerzo de mujeres como María Teresa Linares o Sonia Pérez Cazola, entre otras no menos relevantes, para explicar y hacernos tener siempre presente la relación intrínseca entre el son y eso que llamamos “música guajira”, con la que también está emparentado. Diría que son primos hermanos.

Para mi suerte he podido disfrutar desde un son primitivo como El son de máquina María o el de la Ma´ Teodora –que aún sigo siendo fuente de una inacabada disputa que comenzaran una vez hace ya sesenta años Alberto Muguercia y Alejo Carpentier–, pasando por los sones insuperables de Ignacio Piñeiro, Arsenio Rodríguez, del conjunto Casino o del Colonial a las propuestas de la orquesta Aragón.

Hablo de una música que ha soportado y resistido el paso del tiempo, que no ha envejecido y a la que regresan una y otra vez músicos tanto cubanos como latinos (sin olvidar los japoneses, franceses e incluso islandeses).

Soy deudo, culturalmente hablando, de esa mirada irreverente al son de Pablo Milanés, bien sea desde la inmensidad de un Emiliano Salvador, de la cordura sonora de un Jorge Aragón (el padre) o la atrevida coherencia creativa de un Miguelito Núñez. Adeudo, igualmente, el barroco sonero de Oriente López en los tiempos que dirigió Afrocuba. Y que decir de la visión que del son y el changüí tuvo Pedro Luis Ferrer para acercar a una generación a ese ritmo – coincidiendo con parte de los estudios de Danilo Orozco—y a la figura de El Guayabero; sobre todo a nosotros los que conocimos a un Ñico Saquito ya en franca retirada musical y vital.

He bailado el son montuno que propuso por casi medios siglo Adalberto Álvarez y que cantaron Eduardo “Tiburón” Morales, Félix Valoy, Rojitas o Coco Freeman. Un son que en el fondo rumiaba cierto tufo de academia rusa, polaca y francesa –bendita sea esa armonía que se integró a la clave y al cinquillo. Es el mismo son que cantó, chovinismo aparte, Ismael Rivera, Frank “Machito” Grillo, Antonio Machín, Andy Montañez, Cheo Feliciano o Héctor Lavoe.

Este Son, del que hablo y que he vivido, está presente en las improvisaciones de un Gonzalo Rubalcaba que lo funde con danzones; o en los arrebatos sonoros de rolando Luna o de Harold López Nussa.

Hay muchos más, pero sin temor a equivocarme a la cabeza de estos que saben que el son es alfa en toda relación musical esta Chucho Valdés y le sigue una legión de hombres. Algunos ya no están, otros vendrán y no podre o conocerlos o escucharlos; pero ciertamente cada uno hará un son distinto, nuevo o reinventado.

Alguien recordara, en un futuro lejano que hay un día del son y pensará que hay un pedacito de son que le pertenece, al que debe rendir pleitesías o adorar lo mismo que los griegos a sus deidades.

De momento, entre tantos sones vividos y escuchados siempre hay uno que se puede considerar el detonante –existe consenso de que último son que se debe cantar es Lágrimas negras—hoy puede ser El cuarto de Tula…

A fin de cuentas, que el tres arda es sinónimo de que el son asciende buscando el sol.
Autor: EMIR GARCÍA MERALLA

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