Cubanos de Cienfuegos

El himno a Cienfuegos en tiempo de trova y Luna cienfueguera en tiempo de himno, hicieron de paréntesis a la expresión algebraica del amor. En el centro de sus concavidades o convexidades, yo no sé, anidaron una idea germinada, un manojo de canciones, el recuerdo a una ausente tan presente, casi 60 minutos del atardecer y mucha gente buena, nacida en, o venida a, esta ciudad que se merece tantas misas como lumbres fabrican su nombre.

 

Fue el otro viernes, en el corazón del edificio que marca mejor la españolidad de la que nació francesa con nombre hispano y apellido taíno. Los hermanos Novo Serra, Pedro y Roberto, por orden alfabético y de edad, hicieron de convocantes, a la par que de sempiterno dúo juglaresco, con una página asegurada en la enciclopedia musical y sentimental de la Perla del Sur.

Durante los días previos, fui testigo de búsquedas en el principal catauro de la lengua castellana, porque era necesario decantarse por rellollo o repoyo, pero ninguno aparecía registrado, aún. Un día el vocablo llegará a la calle Felipe IV, en el barrio madrileño de Los Jerónimos, y la que limpia, fija y da esplendor al idioma, puede que la defina como: condición que se confieren a sí mismos algunos cubanos que tienen el privilegio de nacer / habitar en la ciudad de Cienfuegos.

Entre 365 posibilidades, imposible encontrar una fecha mejor, este 27 de diciembre se cumplían seis décadas exactas del día cuando, en los altos de la tabaquería La Villareña, a la antigua villa de los De Clouet, Hurtado, Santa Cruz, Cavada, Acea y Matamoros le nació la niña Teresita Chepe, investigadora tenaz luego de las esencias de la patria en miniatura. Su silla estaba vacía, porque ella prefirió revolotear por el salón con las alas de la mariposa de la canción que siempre le pedía al galeno Mandy Álvarez, especialista en Gastroenterología y trova, en las tantas tertulias de su casona de La Punta. Pero desde la pantalla de un video beam, su rostro de cumbre nevada se empeñó en sonsacar humedades en las pupilas que se regalaron con su gracia de cienfueguera rellolla. Por si fuera poco, como broche de las emociones, la canción de Lázaro, quien lleva un año aprendiendo a sobremorir.

Por aclamación, el médico Espinosita y la colega Emma Sofía, sin más títulos ni ringorrangos que los conferidos por el respeto y el cariño, fueron nominados presi y vice de una singular asociación en ciernes, en la cual cabrán todos los corazones de quienes amen estas calles más rectas que la virtud; el Paseo larguísimo, espina dorsal que ayunta la ciudad vieja con la posterior; y esa plaza grande del Apóstol, la roseta, los leones, los patricios y los títulos honoríficos.

El Club Cubanos de Cienfuegos nació así, más sencillo que una palma en medio de la sabana. Sin oropeles ni alfombras rojas. De haber un tapiz, debía tener ese color indescifrable del mar crepuscular de Jagua. Vino al mundo con canciones, besos y apretones de mano. Sin acta fundacional ni consigna coyuntural, o sí, con el lema que dibujó Don Agustín de Santa Cruz y Castilla allá por 1831, cuando su pasión por la heráldica empuñó el pincel y junto a los cuarteles y los laureles del escudo local, escribió en latín las piezas morales que traducidas conjugan el alma cienfueguera: Fe, Trabajo y Unión.

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